Madammes: Guardianes de Donna Hadhaka

12. La elección

 

15 de febrero de 2002. En algún punto cálido de Canadá

Aquel día, Donna era hermosa e inmaculada, como una niña ingenua. Como sigue siéndolo hoy. Su cuerpo esbelto insinuaba una madurez sensual y tibia entre la niña y la mujer. Era imposible no despertar delante de ella, delante de la mismísima fuerza de la vida y la naturaleza. Era la primera vez que la Madamme se mostraba ante mí, me habían enseñado a adorarla como un ente psíquico e intangible, una esencia sin piel. Sin embargo, allí estaba, contenida en el aspecto atemporal de una niña preadolescente. Los tirantes de su vestido caían descuidados sobre sus delgados y largos brazos dejando ver una piel fina y suave que me hacía pensar en la Luna. Deslizando mi vista hacia su cuerpo disfruto de los movimientos de su vestido de raso y gasa en color marfil. Una interminable fila de delicados botones ascendía desde sus rodillas hasta su pecho donde la línea se desdibujaba desabrochada y la tela holgazanea con su respiración.

Sus piernas eran delgadas y calzaba sandalias sencillas. Supe que se dirigía hacia mí porque su cuerpo se movía, pero no me atreví a levantar la mirada hacia su rostro en un acto respetuoso con el ser dador de vida por excelencia. La sensualidad y la pasión personificada. La inocencia oculta. El deseo encarcelado en el cuerpo de una adolescente valiente. Era bella y elegante, etérea en resumen, una fantasía femenina de ingenuidad. Capaz de eclipsar con igual maestría a un erudito o un guerrero. Por entonces, yo era solo un muñeco en sus manos.

Se había acercado tanto que al mirar al suelo son sus pequeños y tiesos pechos los que veo a través de la gasa. Al apartar la vista hacia un lado me mostró un hermoso hombro desnudo al que el suave tirante no había podido aferrarse. En aquel momento se me ocurrió que algo en mí debía de funcionar mal, algo en mi debía estar roto si tal plenitud femenina no me despertaba un mínimo vigor varonil. Fue entonces cuando su piel desprendió un profundo olor a nardos y jazmín y ni pude contener mi cuerpo ni mis instintos. Levanté la vista en busca del rostro que acababa de cautivar mi cuerpo, pero todo cuanto vi fue una visión. Lo supe sin necesidad de explicación. No era el rostro de la Donna el que veía ante mí, sino otro. Era otra persona. El rostro del Reclamo de un Guardián y la doncella de la Bestia.

La mujer de mi Reclamo, mi compañera, me había sido revelada como un anticipo carcelario. Con un ojo azul y otro marrón me miraba relajada y cómoda, dejándose ver. Me dejó observarla y deseé tocarla. Levanté mi mano hacia su mejilla y con mi dedo pulgar sobre sus labios marqué su piel con mi roce.

—¿Quien es ella, mi Donna?

—¿Cómo sabes que no es este mi rostro?

—Solo, lo sé —aventuré.

—¿La amas?

—Podría hacerlo.

No era eso lo que quería decir. Demasiado sincero.

—Sé que podrías.

Alargó extrañamente sus eses guardando para mí algo más que un rostro ajeno. Donna dejó que disfrutara de ese instante en un gesto bastante inusual. Nadie podía tocarla. Nadie.

—Te he elegido a ti, Kaiden. Serás tú quién me proteja en mi nuevo viaje—. Aquí estaba la gran noticia.

—No soy digno de ese privilegio, Madamme.

—Hace tiempo que nadie osa contradecirme.

—Lo siento, no pretendía ser irrespetuoso.

Agaché la cabeza, avergonzado.

—Has demostrado mucho estos años y la causalidad te ha convertido en un valor que no puede ser pervertido. Serás para mí, lucharás y darás tu vida por mi seguridad y por la vida misma. Me darás a tu Bestia para las batallas que yo escoja. Serás mi padre, mi hermano y mi amigo. El futuro que ves será mío en primer lugar y yo te daré todo cuanto un hombre necesita.

—Yo solo soy una Bestia, no hay guerrero en mi, Madamme. ¿Aún así me quiere?

—Yo te amo y te valoro como a un preciado tesoro. Te daré batallas para forjar tu cuerpo, dones para aumentar tu poder. Control sobre ti y sobre el mundo. Todo cuanto tú desees yo te lo proporcionaré. Cada necesidad será satisfecha. Tu familia gozará de los privilegios de los Elegidos.

—Me siento alagado, Madamme.

—Haces bien, pero debes estar preparado. Llegado el momento serás el responsable de toda yo, la esencia de la vida misma no puede desaparecer. Tú portarás todo cuanto yo sé y lo guardarás a pesar de todo, como un cómplice. No quedará silencio en tu mente ni soledad en tu alma, yo estaré en cada parte de ti. Cada parte de tu cuerpo me pertenecerá hasta que sea posible. Haré contigo todo cuanto precise y tu entrega será incondicional. Cosecharás éxito y respeto pero debes saber algo, nunca habrá un último día para ti como Guardián, lo que te ofrezco es eterno. ¿Lo tomarás?

¿Lo haría? ¿A caso podía no hacerlo?

—¿Y quién es ella?

—Ella es la verdadera razón de todo esto, Kaiden. Es la oportunidad que ha hecho aparecer tus visiones, y será tu compañera llegado el momento. Cuando te falle la fe será su recuerdo el que te empujará. Cuando la piel se separe de tus músculos el dolor se nublará con su recuerdo. Ella es tu verdadero motor, Guardián. Será tu Reclamo, yo te la prometo. Y llegado el momento renunciaré a ti en su beneficio si así lo deseas. Solo tenemos que mantenerla a salvo. Ahora los lienzos no están escritos, todo es posible y tus visiones son muestra de ello. Ese rostro que ya anhelas crece en un entorno inhóspito. Ambos debemos esperar.




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