—Bueno, Kaiden, ¿me puedes decir cómo vamos a encontrar a la Sacerdotisa sin la Donna?
—Tú ironía es agotadora. Los polillas nos han dado una ubicación y tengo unas coordenadas que seguir, Lucía las ha marcado en el navegador.
—¡Vamos a hacer senderismo! ¡Bien!
El cielo tronó sin necesidad de que las nubes cubrieran el sol. Decidí hacer caso omiso a los intentos de Kirian por molestarme, ya bastante preocupación había tenido durante las horas en las que Daniela no me dio señales de vida. Me había llamado idiota, lo tomaría como un piropo.
"Deja de sonreír así o te vamos a tener que recoger la baba con una hoja de noguera". La voz de Lucía invadió mi mente sutilmente. Ese era su don, podía escuchar los pensamientos de otros e interferir en ellos si era necesario, tenía cierta facilidad para entrar en mi mente pues habíamos entrenado juntos durante años. Yo protegía los secretos de la Donna y ella buscaba puertas y distintos caminos para lograrlos.
"No sé de qué me hablas".
"Te has escapado de la guardia cinco veces durante la última semana. Ahora sonríes sin venir a cuento. Usas el doble de colonia y aún no has derribado a Kirian hoy. Tú te traes un lío de faldas".
"Tonterías".
"¿Por eso estamos en España?"
"¿A quién preguntas? ¿A tu amigo o a tu Guardián?"
"Esa ya ha sido suficiente respuesta para mí".
No volvería a entrar en mi mente durante mucho, mucho tiempo. Aquel día cerré cualquier puerta por la que me pudiera burlar, si lo que custodiaba antes tenía valor, ahora mi mente debía ser inviolable.
—El Santuario debería estar a unos doscientos metros, justo detrás de esa colina.
La voz de Lucía movilizó a todos. El grupo se dividió y los visages quedaron rezagados, bajo la custodia de Cristian, el Guardián capaz de lograr la invisibilidad. Yo me acerqué por el sendero, Kirian por el franco derecho, Lucía por el izquierdo. Lo que debíamos encontrar era una pequeña casita de madera y eso hallamos. No más de diez metros cuadrados de madera sobre madera y un tejado rústico cubierto de tramas secas. Alrededor solo había matojo bajo, almendros y un riachuelo que sonaba a pesar de llevar dos dedos de agua. El verde vencía sutilmente al marrón amarillento de la hierba seca tan típica en el centro de la península. A pesar de estar a punto de comenzar el verano tres de los almendros conservaban la flor. Despertó mi curiosidad el hecho de que la sacerdotisa no se negaba el placer de la vista de la naturaleza. Aquella flor era adorada en el mundo entero y nadie, excepto algunos afortunados, conocíamos el motivo.
Como me temía, allí no había rastro de aquella mujer.
—Nada por aquí —confirmó Lucía.
—Creo que deberíais ver esto —nos convocó Kirian.
Nos acercamos rápidamente para encontrar tres grandes agujeros en el suelo situados a la misma distancia unos de otros, los agujeros formaban un triángulo entre ellos. En el centro había marcas de una hoguera que debió apagarse hacía días. Cuando comprobamos que la zona era segura, Cristian trajo a los visages. Una vez que ambos estuvieron a mi vista el resto del equipo se alejó. Ese era el trato.
—Bien, amigos. Como ya os dije respeto vuestra opinión, la vida y mi puesto me han enseñado a respetar lo que ya ha sido narrado, como es el caso de la Ley de las rosas. Soy Guardián de Donna HadhaKa, el elegido para representar y velar su esencia en la tierra, respetando la Naturaleza y la Vida en toda su extensión. Las Sacerdotisas mantienen el equilibrio entre lo terrenal y lo divino, son el nexo más sano que une la naturaleza con lo humano y por eso están amparadas por todas las Leyes que me rigen a mí y a todos los seres primigenios. Todo cuanto veáis, narréis o sintáis será usado para su protección.
Ambos asintieron y comenzaron a merodear tocando aquí o allá, llevaron la tierra a su boca, lanzaron las cenizas al viento y uno de ellos se enterró en uno de los hoyos. Yo, usando los dones de la Donna me concentré en recibir todo cuanto averiguaron, intentando separar el hecho de su explicación. Los visages eran un matrimonio adulto, entre los cincuenta y cinco y los sesenta años. No tenían hijos y su aspecto era cotidiano. No demasiado altos, no demasiado delgados, ni elegantes en demasía. Estaban profesionalizados en pasar desapercibidos mientras que para ellos nada podía ser ocultado.
Treinta minutos después volvíamos a ocupar los vehículos pero me separé de Lucía para conducir yo el vehículo con los visages. Ellos se habían negado a montar en el Q7 desde un principio y quise comprobar algo.
—Muchas gracias por acceder finalmente a mi propuesta.
La mujer evitó hablar y fue el hombre quien lo hizo.
—Una petición directa del principal Guardián no es una propuesta, exactamente. Pero gracias.
—De igual modo agradezco vuestra consideración. ¿Qué le pasa a tu esposa? ¿Por qué no quiere hablar?
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Editado: 11.11.2018