Álvaro tecleó su número.
Llamada rechazada.
Bueno y ¿qué esperaba? ¿Acaso ella no le había dejado claro que no quería volver a verlo? Pero ¿cómo hacía para sacársela de la mente, de la piel? Recordaba perfectamente la tarde en que la conoció, cuando Antón aún era novio de Katherine. Cruzaron algunas palabras, más ella no le prestó demasiada atención, y él tampoco había querido insistir. Era bonita, sí, pero en ese entonces él tenía pareja y no tenía ganas de complicarse la vida. Fue después, cuando Antón y ella se casaron, que aquella mujer empezó a gustarle realmente. En los eventos de la revista siempre intentaba buscarle conversación; sin embargo, no se hizo muchas ilusiones, Jenny parecía todo, menos la clase de mujer que engaña a su marido. Pero cuando se descubrió la infidelidad de Antón, Álvaro encontró una puerta abierta al corazón de Jenny, y no descansó hasta llevársela a la cama. Más no fue suficiente. La quería para él. Solo para él. Pero no lo consiguió, Jenny no tardó en regresar con su esposo y olvidarse suyo.
Agarró un montón de revistas y las dejó sobre su escritorio.
Magazine Destino: Marruecos. Magazine Destino: El caribe. Magazine Destino: Suecia.
Su revista era una de las más famosas del país y hasta del continente.
Pero ¿de qué servía aquello? ¿De qué servía tenerlo todo si no podía disfrutarlo al lado de Jenny?
Abrió una de las revistas; Antón sonreía bajo el inclemente sol del desierto.
Arrancó la hoja y gruñó. Después hizo lo mismo con las demás revistas.
Ese maldito imbécil no la merecía.
Agarró una bocanada de aire y enredó sus dedos en el cabello, al recordar todo lo que estaba haciendo Jenny por retener a su marido.
Ese hombre la llevaría a la perdición.
Un sentimiento de culpa se albergó en su corazón. Él no debió callar. Debió contar todo lo que sabía. No convertirse en cómplice de Jenny. De sus delitos. Sus lágrimas, sus ruegos, el amor que le tenía, esos habían sido los motivos para no decir la verdad. La tarde en que Jenny perdió a su hija, él la había llamado un par de veces, pero como siempre ella no había contestado, entonces, decidió ir a su casa. Podría haber esperado muchas cosas, menos ver el auto de su hermano estacionado afuera. ¿Qué hacía Samuel allí? Tocó el timbre un par de veces, hasta que por fin le abrieron la puerta. Su hermano sostenía una recién nacida en brazos.
—¿Que ha pasado? —preguntó, sintiendo como la angustia se apoderaba de él.
—Nació muerta. Ha sido el cordón.
Álvaro arrugó la frente, mientras observaba a la recién nacida. Un tono levemente violáceo teñía su piel.
—Jenny. ¿Dónde está Jenny? —Y sin esperar respuesta, corrió escaleras arriba.
—Mi hija…. —balbuceó ella, que parecía recién despertar—. Quiero ver a mi hija.
Unas horas después y por petición de la misma Jenny, enterraron a Madelyn en el patio de la casa, y sobre ella sembraron algunas rosas. Ese fue el adiós para la recién nacida, y el comienzo para la locura de Jenny, o al menos eso pensó él.
*****
Emma bajó las escaleras y posó su oído sobre la madera de aquella puerta. El tenebroso sonido del silencio, eso fue lo único que escuchó. Colocó la mano sobre la perilla y la giró; pero estaba cerrada con llave. Después negó con la cabeza y continuó su camino, el olor del beicon fritándose le hizo saber que Jenny preparaba el desayuno. Hubiera ido a la cocina, pero algo llamó su atención. En la sala de estar, sobre la mesa central, había una laptop abierta. Le dio un vistazo a la pantalla, lo que allí encontró, fue aún más perturbador que el sonido de los pasos de Jenny acercándose.
Emma agarró un portarretrato, intentando disimular.
—¿Qué ves? —preguntó su vecina.
—Es solo una fotografía. —Tragó saliva—. De su esposo.
Jenny se sentó a su lado y observó la imagen: Antón en el campo de golf.
—¿Te gusta?
Emma arrugó la frente.
—¿Qué?
—Es un hombre guapo —continuó su vecina, quitándole la fotografía y colocándola sobre la mesa—. Siempre me ha dado la impresión de que te gusta mi marido.
—Por supuesto que no —espetó Emma, indignada, no podía creer lo que su vecina estaba insinuando. Ese hombre le producía muchas cosas, menos algún tipo de atracción—. Amo a Liam. Lo sabes.
—No digo que estés enamorada de Antón, solo que te atrae físicamente. —Apretó la mandíbula y su voz dejó ver un tinte de amargura en sus palabras—. Como a casi todas las mujeres.
—Jamás me fijaría en un hombre casado —agregó Emma.
Jenny sonrió.
—Una lástima que no todas piensen como tú.
La rubia fijó la vista en la laptop y, acto seguido, la cerró.
—Muy bonita su computadora —comentó Emma.
—Me la regaló Antón el año pasado.