Las manos temblorosas de Jenny sostenían el bisturí.
Hoy era. Por fin había llegado el día.
Abrió el computador y observó una vez más el procedimiento.
El corazón le latía con fuerza, pero era esa misma fuerza, la de su amor por Antón, la que la impulsaba a seguir adelante
¿Y sí algo salía mal? ¿Si terminaba arruinándolo todo y perdiendo su última oportunidad? Tal vez debió aceptar el dinero que le ofreció Álvaro. Tal vez debió contarle toda la verdad a Antón y acabar con ese suplicio.
No.
No lo haría.
Había luchado tanto para retenerlo a su lado, no se dejaría llevar por un impulso. Mucho menos se arrepentiría de lo que había hecho
¿Iría al infierno?
No. Todo lo hacía por amor a su esposo, y lo que se hacía por amor no era un pecado.
El olor a pastel comenzó a inundar sus fosas nasales, entonces fue a la cocina, apagó el horno y preparó el glaseado.
Esta noche, sí, esa noche tendría a su hija en brazos
*****
Lourdes ya estaba lista; entró a la habitación de su hermano y lo observó mientras se colocaba el abrigo.
—No deberías vestirte así, Javi —comenzó—, para gustarle a una chica no tienes que cambiar tu forma de ves…
—Ya te dije que no te metas en mi vida —espetó el pelirrojo.
—Eres guapo, así como eres.
—Ja. —Soltó una risita—. Por eso es que hay una fila de mujeres detrás de mí.
—Solo tienes que esperar la indicada.
—La indicada es Emma —sentenció y, acto seguido, la puerta se abrió, dándole paso a su padre.
—¿Trajiste lo que te pedí? —preguntó Javi.
El policía asintió.
—Hija, déjanos solos por favor —le pidió.
Lourdes salió de la habitación, dejando la puerta entre abierta para poder escuchar.
—Estoy seguro que adorará este regalo —comentó Javi—. El imbécil de Liam jamás podrá pagarle algo como esto.
—¿Y cuándo le pedirás que sea tu novia? —preguntó su padre.
—No lo sé, no quiero que me rechace por culpa de ese imbécil.
—Eso no pasará, Liam no puede regresar con ella —afirmó el policía—, sabe perfectamente que si lo hace, Patricia irá al reformatorio.
Lourdes negó con la cabeza y entró sorpresivamente a la habitación.
—¡Ustedes lo separaron! —exclamó, afrontándolos.
—Lulú, hija.
—¿Cómo pudiste prestarte a esto, papá? —reclamó.
—Ni se te ocurra abrir la boca —espetó Javi, antes que su padre pudiera defenderse.
—Ah, pero, claro que lo haré. Emma va a saber toda la verdad —lo amenazó y, seguidamente, salió de la habitación.
Javi fue detrás de ella y la detuvo, tomándola del brazo.
—No, Lourdes. —Los ojos de su hermano se volvieron cristalinos—. La quiero. Sé que no lo entiendes, pero la quiero… Si le cuentas la verdad, ella… ella me odiará. ¿Quieres eso? ¿Quieres que Emma me odie?
—Claro que no. —Le acarició la mejilla—. Lo último que quiero es verte sufrir.
—Entonces. —Javi dejó escapar unas lágrimas—. Por favor, no se lo digas.
Lourdes guardó silencio y se regañó a sí misma; amaba tanto a su hermano que sabía perfectamente que terminaría cediendo.
*****
Emma se miró en el espejo una vez más; usaba un vestido con diseño de flores y unas zapatillas deportivas. Se aplicó brillo en los labios y dibujó media sonrisa; aun no podía creer que tendría su fiesta de diecisiete, y lo mejor de todo, Liam estaría allí.
Cuando bajó las escaleras, algunas invitados ya estaban allí, compañeras del trabajo de su madre, y Jenny, que se encargó de obsequiarle el pastel y que tras algunas palabras, se retiró diciendo que se sentía cansada. Después aparecieron otros vecinos y algunos compañeros de estudio.
—Emma. —Una mano se posó sobre su espalda.
—Paty.
—Feliz cumpleaños. —Se abrazaron.
—Gracias. ¿Y Liam?
—Afuera. Quiere que salgas.
Liam estaba apoyado en la motocicleta, con la mirada hacia el suelo y balbuceando unas palabras.
—¿Hablando solo? —preguntó Emma.
—Yo… —titubeó, recorriéndola con la mirada; sus ojos hablaban; recitaban versos de amor—. Guao, te ves preciosa.
—Gracias. —Liam se quedó en silencio, sus dedos inquietos y el constante mordisqueo de sus labios, delataban su nerviosismo—. ¿Y bien? No me piensas felicitar —añadió Emma, intentando romper el hielo.
—Claro. Feliz cumpleaños. —La abrazó rápidamente—. Lo siento, no sé qué me pasa. —Sacó una caja de su bolsillo—. Traje un obsequió para ti.
Emma la abrió.
—Liam —susurró, tomando entre sus manos un brazalete, decorado con estrellas, conchas y tortugas de mar—. Es hermoso. Me encanta.
—Déjame colocártelo.
Emma asintió. Entonces, Liam abrió el brazalete, posándolo alrededor de su muñeca, y lo abrochó. Emma tembló, no por miedo, sino por anhelo. ¡Ah, esa sensación de no querer separarte de la persona que amas! Liam la miró a los ojos, en silencio y con una sonrisa en sus labios, y ella descubrió que solo cuando estaba con él se sentía segura; a salvo.
—Tengo que contarte la verdad —dijo, mientras en el fondo se escuchaba una canción de Bob Marley—. No sé si me creas, pero nunca quise separarme de ti, solo fueron las circunstancias.