LUCY
La música es horrorosa.
El ruido de las guitarras me aturde, el olor a humo es insoportable y el clima plagado de luces rojizas tintineantes me da la sensación de que en cualquier momento me quedaré ciega.
Me dirijo hasta un punto donde tengo buena vista hacia la puerta que da al exterior trasero del bar y observo esperando que se aparezca él.
No puedo evitar estudiar con la mirada todo el lugar hasta dar con mi objetivo. Ahí está. Sentado en la barra con los codos sobre el mesón y Milena muy cerca de de hombro... ¡LE ESTÁ HABLANDO AL OÍDO! Oh, vamos, Oscar, ¿cuántas chicas tenés? Definitivamente lleva un estilo de vida que no puede sostener, no sólo es idiota, también un despilfarrador. Al menos hace bien su trabajo con mi padre sino no encontraría laburo en ningún otro lugar de este pueblo muerto.
Encuentro un asiento rojo que da al extremo de un juego de living y me siento aquí teniendo mi objetivo fijo en la puerta del fondo. Examino buscando a Maxi. ¿Dónde se ha metido? Maxi o cualquiera otra señal de que algo raro sucede aquí, de que son unos criminales y deberían cerrar este sitio.
—¿Servicio completo?
Me vuelvo sobre un hombro y unas manos con uñas pintadas de morado me corren el cabello.
Mi corazón da un vuelco y un sabor amargo a bilis me llena la boca al encontrarme con una mujer alta, de al menos diez centímetros más que yo, con el cabello anaranjado revuelto, portaligas, tacones negros, tanga roja y sin corpiño. ¡No tiene nada más!
—¡¿Q-qué?! —le suelto.
Ella se acerca a mi cuello intentando quitarme la capucha pero la detengo.
—Así que te gusta jugar a que nadie se dé cuenta de que sos…—murmura la mujer y demoro un rato en deducir que trabaja aquí. ¡Santo cielo!
Sus labios están pintados de morado, los ojos también y sus uñas parecen que te pueden quitar el hígado de sólo acercarse a tu torso.
—¡No me interesa! —le digo.
—Podemos ponerlo a cuenta—dice ella y me sigue buscando el cuello. ¡Me asquea pero no me permite detenerla!
—Buscate a tu puta.
Mi corazón se sobresalta al escuchar esas cuatro palabras.
Alguien arranca a la chica que se me había prendido como una garrapata y observo a un hombre con rasgos orientales, traje negro y cabello engominado que tiene sujeta de un brazo a la mujer.
—¿Disculpa? —murmuro.
—Que te busques a tu puta. Y vos, no quiero volver a ver que hacés ojito a otros clientes.
El tipo le da una bofetada a la chica semidesnuda y de un impulso nato me pongo de pie.
—¡Dejala!—le digo—. ¡¿Quién te creés que sos para pegarle?!
El tipo se vuelve a mí.
Hay otras mujeres similares a su lado que se agolpan alrededor. Parecen preocuparse por su amiga pero le siguen rindiendo tributo al misógino violento y abusivo energúmeno que yace frente a mí.
—¿Qué dijiste?—murmura.
De pronto, tras el sujeto, se recorta la figura de otra persona que me deja helada por completo.
No tengás miedo. No tengás miedo. No tengás miedo.
Su capa negra con forro interior rojo ondea cuando camina y se acerca al sujeto que tiene a la prostituta tomada del brazo.
El recién llegado es más joven que el trajeado y su camisa roja irrumpe en mi campo visual sin poder quitarme de la cabeza cierta imagen.
—¿Potencial cliente o potencial empleada—le pregunta Maxi al misógino—…papá?