Quizás debí pedir a Ella que llamara al plomero después de todo. Suspiré mientras intentaba ordenar mis chucherías entre mis brazos para usurpar el baño de mi hermana, y su muy preciosa agua caliente.
Ella volvió a parecer distraída en el desayuno, lo cual me llevó a pensar en los documentos que leí en su buró.
FEBO. No tenía idea de qué significaba eso, y según mi vieja amiga, Wikipedia, se trataba de algún dios griego de la mitología clásica. O el sol. O una cadena de comida holandesa.
Las opciones parecían una más improbable que la anterior.
No me atreví a preguntar y eso me llevó a pasarme todo el día dándole vueltas al asunto. Y fracasando en prestar atención en clases.
Probablemente era hora de ordenar mis prioridades, comenzando con aprobar esos exámenes.
Encendí la ducha y casi suelto un gemido de satisfacción al sentir el agua caliente rozando mi piel; Nic había insistido que era momento de comenzar mi entrenamiento de defensa, y sólo podía imaginar lo adolorida que terminaría después de las palizas que veía en mi futuro cercano. Necesitaría muchas duchas calientes después de esta tarde.
Permanecí bajo la tibia lluvia todo lo posible, hasta que mi piel comenzó a asemejarse a pequeñas pasas de uvas; hice una mueca ante la vista, detestaba las pasas.
Salí de la cabina y estiré la mano buscando la toalla, para sólo encontrarme con aire ya comenzando a enfriarse. Maldita sea, me había dejado la toalla arriba.
Rebusqué por todo el cuarto de baño, sabiendo que Ella no dejaría una toalla olvidada, era súper quisquillosa con esas cosas, las usaba una vez y las amontonaba en la lavadora; observé mi ropa sucia en el suelo tirada desprolijamente en una pila que no me molesté en alejar de los restos húmedos de la ducha, nada allí era salvable.
Me acerqué a los cajones bajo el lavabo, rebuscando entre cremas hidratantes, maquillaje y una cantidad insana de hilo dental; allí casi escondido entre los cosméticos de Ella se encontraba una toalla de manos, la observé por unos buenos segundos antes de pensar “a la mierda” y recogerla.
Sequé mi cuerpo como pude, y me calcé las bragas limpias que había traído conmigo, sonriendo ante las calabazas dibujadas en ella; yo totalmente era una chica Halloween. Una vez que logré secar la mayor parte de la piel suavemente enrojecida fui a por el cabello. Bueno, esto no iba a funcionar. Y Ella iba a matarme cuando notara las tenues manchas azules que iba dejando en su toalla blanca, supuse que tendría que deshacerme de la evidencia una vez que llegara a mi habitación. Y encontrara alguna manta, por Dios, ¿cuándo bajó tanto la temperatura?
Renunciando al fallido intento de salvar a mi triste cabello ahogado, envolví como pude las mechas azules, recogí mi ropa sucia y me encaminé casi corriendo hacia las escaleras.
Si tenía suerte mis pezones llegarían a mi habitación sin congelarse en el proceso.
Casi alcanzaba al primer escalón cuando lo más extraño sucedió.
—Vaya, a esto le llamo una bienvenida. ¿Debería contarte cómo me fue en el trabajo, o podríamos saltearnos esa parte y pasar a la interesante? —dijo una voz ronca, una voz ronca detrás de mí, una voz ronca detrás de mí en una casa supuestamente vacía.
Sentí mi aliento escapar en un grito que perforó mis tímpanos mientras me giraba hacia un muy sonriente Nic. Un sonriente Nic que tenía la vista yendo desde mis desnudos pechos hacia las coloridas bragas temáticas, su sonrisa se amplió enseñando los colmillos ante las pequeñas calabazas.
Estaba bajo un enorme remolino de emociones, que iban desde la furia incontenida hasta la vergüenza sin escalas, cuando, finalmente, alzó sus ojos carbón para encontrarse con los míos. Llamas ardientes deslumbraban detrás.
—Una muy, muy increíble vista. —su voz vibró como el ronroneo de un gatito grande y gordo.
La furia finalmente venció a la vergüenza, alcancé lo primero que mis dedos pudieron sujetar como misil y se lo lancé mientras proclamaba un grito de guerra que asustaría al vikingo más poseso; no me detuve a considerar la imagen de un Nic demasiado entretenido deteniendo mi sostén volador antes que impactara con su sonrisa de mierda, en su lugar, me giré y corrí escaleras arriba rogando a todos los dioses, hasta a los paganos, que no permitieran que mi vergüenza aumentara con una desastrosa caída.
Sólo podía imaginar la imagen de mis nalgas y esas pequeñas calabazas rebotando con el ejercicio, hice una mueca.
Tiré la toalla y alcancé la primera prenda que se hallaba descartada en mi cama, pasándola por mi cabeza y cubriéndome. Sólo después de que la suave tela descansara contra la cima de mis muslos noté de que se trataba.
Su suéter. Su jodido suéter.
—Creo que esto es incluso mejor.
Cerré los ojos ante el ronco susurro a mis espaldas. Por supuesto que el infeliz me había seguido hasta aquí, la modestia era lo primero que perdías al convertirte en vampiro.
Me maldije internamente por haber sacado la prenda de mi armario, con la intención de devolvérsela en el entrenamiento; ahora Nic Keller nunca me dejaría vivir en paz después de este episodio humillante.
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Editado: 28.01.2022