Ilda simplemente ignoró lo sucedido, no sin antes dejar en claro lo ofendida que se encontraba, por lo que no se paró al comedor; su hermana tampoco lo hizo, no se dignó a salir de su habitación más que para recoger su plato, nadie la había tratado de esa manera, mucho menos alguien como esa chica. El padre de May llegó del trabajo directo a encerrarse a su estudio, dando pasos distraídos, con los ojos puestos sobre los papeles que leía y releía por todo el camino. A menudo, cuando Adler regresaba de esa manera lo hacía por días, lo que significaba que probablemente para el final de mes la familia recibiría una buena noticia y un día libre en familia con un papá de buen humor. De modo que en la mesa solo eran ellos tres; una ocasión que no se había repetido desde que se mudaron con ellos. Era una de las cenas más dulces y tranquilas que había tenido en mucho tiempo.
May volvió a su habitación después de acostar a sus abuelos, no preguntaron más de lo que ella pudiera responderles; a cada uno en su habitación les dejó una jarra con agua, mantas listas y besos de buenas noches. Estaba por salir en busca de Étienne cuando Dina con cara de pocos amigos tocó su puerta. Su madre le obligó a prestarle ropa, zapatos y lo que hiciera falta para que May luciera tan deslumbrante como ellas. Dina no pudo contra ella ni con todo su lloriqueo, dándole a May justo lo que su madre pidió. Todavía seguía furiosa por el incidente de la tarde, ofendida e insultada por una mendiga que su hermana sacó de la calle.
Como era costumbre se encargaría de que May lamentara traerla a casa, nadie le había tratado de aquella forma, como si no fuera nadie, como si una cualquiera pudiese ser de su altura. Claro, en semejante lugar como lo era la mansión tampoco podía pavonearse como era propio, el lugar parecía estarse cayendo y sus padres no habían dicho nada claro sobre mudarse, decían que era un hecho pero no daban fechas claras, su mayor temor era comenzar la escuela y seguir allí, mientras siguieran en la miseria no podría relacionarse con nadie como era debido. Dina pensó con desdén en su hermana, en varias ocasiones expresó su asqueroso gusto por el lugar, ahora traía una vagabunda.
-Solo no estires mi ropa -dijo arrojando las cosas a la cama
May fingió cepillar su cabello frente al espejo para ignorar su presencia por el bien de su salud mental. Al ser ignorada Dina dio un portazo en busca de su atención. Nada. Eso le enfureció aún más. ¿Quién se creía para actuar tan engreída? Aquella vaga le lavó el cerebro para creer que podía tratarla así. Caminó por la habitación como modelo llegando a su lado, el tocador tenía un espejo precioso, eso debía admitirlo, más grande que el suyo, se dividía en tres espejos de los cuales, los de los extremos estaban en ángulo para ofrecer los perfiles de un rostro; mientras ella se tenía que conformar con uno redondo en una pared sobre una mesa vieja con cajones. Arrebató su viejo y opaco cepillo plata. Quería ese cepillo. ¿Por qué lo mejor siempre era para Mara?
-¿Eso era la amiga que hiciste? -pronunció melosa- Que patético y vergonzoso Mara. Pero, para ser honesta queda perfecta contigo. Ambas son raras, imagino que debes ser su primera amiga. Es como una obra de caridad, te felicito.
-No te expreses de esa manera conmigo.
-No me importa lo que digas. Tampoco importa si que mamá no te permite ser su amiga. -Dijo mientras se miraba la manicura, una mala señal- De hecho, no importa si acepta a tus amigos. Tú siempre terminas alejándote de tus amigos. ¿Y sabes qué? Yo te comprendo, si fuera como tú, también preferiría huir y esconderme entre libros antes de ser despreciada.
-No sabes de lo que hablas.
May se encogió ante los escalofríos que atravesaron su cuerpo.
-Claro que lo sé. Recuerdo a cada uno de tus amigos, podría contarlos con las manos. ¿Tus amigos respondieron tus mensajes cuando nos mudamos?– Dina sonrió- Claro que no, nunca escuché tu buzón, no llamaste a nadie y nadie te llamo, se lo ocultaste a todos. Ya ni siquiera hablas con ellos desde antes ¿Recuerdas cómo terminaba siempre? Debiste perder la cuenta de los libros que leíste tú solita. ¿Y tus novios? Nunca comprendí por qué andaban contigo para empezar.
-Cierra la boca Dinora –intentó alzar la voz
-¿Vas a terminar igual? –Siguió- ¿O al fin encontraste alguien más patético y extraño que tú? Qué triste, Mara, tener que recurrir a esto para tener amigos. Pero de todos modos ¿Confías en ella?
Intentar defender a Devi y la amistad que podía haber entre ellas era en vano, no podía decirle que entre ellas había una conexión cuando, en el fondo, también dudaba en confiar tan fácil en ella. Sus palabras temblarían y sería una señal de debilidad que Dina no dudaría en aprovechar.
-¿Tan fácil lo olvidaste? –Escupió su hermana- todas esas veces que te quedaste sola, solo hay poco más de un año de diferencia entre nosotras y tengo mejor memoria. No querrás volver a repetir lo que pasó ¿Verdad?
May sintió un corte helado atravesando desde la garganta hasta el estómago, Dina había tocado un punto que quería dejar enterrado en lo más profundo de su mente, y se regodeaba en ello. El suelo bajo sus pies comenzaba a desmoronarse, en su interior un cerrojo fue roto liberando los mares del pasado de May.
-Basta Dina -sollozó- no tienes derecho de hablarme así.
-No, te equivocas -alzó la voz- Mamá me obliga a darte lo mejor de mis cosas para que te veas bonita, todo lo mejor es siempre para ti. Tú y yo sabemos que la única razón por las que has tenido amigos es porque pareces normal, ni siquiera eres tan bonita. Y cuando descubren lo rara que eres, te alejas. Te alejas para no pasar por lo que pasaste aquella vez. ¿Recuerdas? Yo sí. Y no tienes idea de cuánto desee que te ahogaras ese día. Nos habrías hecho el favor a todos.
-Cierra esa maldita boca -suplicó sin poder contener sus lágrimas.
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Editado: 05.09.2023