Tip, tip tip. Sonaban pequeñas gotas al chocar contra el cristal. Crick, crack, tap se estremeció una vieja máquina sobre el gabinete de ébano. Con con una suave vibración comenzó a andar la trituradora casera, era algo vieja y chirriante pero funcionaba con decencia, la batería parpadeó un poco antes de tomar un flujo constante de energía; activó el cronómetro 10 minutos para hacer otros trabajos con tranquilidad, tras checar una vez más que la presión fuera la correcta la dejó andar.
Del otro lado del cristal las gotas de llovizna jugaban carreras mientras se precipitaba por la ventana, la tormenta cesó por fin el miércoles por la mañana y por la tarde lo que quedaba eran suaves cortinas que caían por momentos, se detenían y continuaban apenas lo suficiente para conservar el asfalto húmedo. El miércoles se vio más iluminado que la semana anterior más la capa de nubes se mantenía impidiendo al sol atravesar para calentar la ciudad. El trabajo era ligero por ese día, las tareas estaban hechas, el trabajo podía esperar; Konran se aseguró de que las pinzas y las llaves siguieran en su lugar y se colocó las gafas de bronce por arriba de su cabeza antes de instalarse en el mesón de trabajo.
La ventana de su taller daba a la ventana de la cocina de la Rossi y estaban separados por escasos cinco metros, por lo que los olores llegaban con facilidad hasta él; a menudo dejaba abierto el cristal precisamente para saber lo que habría de cenar o simplemente para saber si había alguien en casa. Aún no era hora de que la señora Rosy llegará por lo que ningún aroma llegaría desde la ventana; su padre tampoco llegaría hasta las seis, por lo que no tenía preocupaciones más allá de su trabajo en el taller.
Su taller. Probablemente su lugar favorito en todo el mundo, le costó años y ahorros y austeridades monumentales para formarlo, además de mucha ayuda de su padre; a decir verdad casi todo pertenecía a su padre en un principio, cuando hacía trabajos independientes a falta de un trabajo formal que le ofreciera un seguro y prestaciones; ahora su padre tenía una pequeña oficina-taller en casa donde hacía encargos pequeños de cuando en cuando, se encargaba de la parte teórica de las investigaciones de su centro de trabajo y demás teletrabajos que le permitieran estar en casa así como del aspecto administrativo del hogar.
Si lo miraba en retrospectiva era otro, no solo por los estantes reemplazados por anaqueles y vitrinas de cristal distribuidas simétricamente a lo ancho de las cuatro paredes pintadas de blanco impoluto que alguna vez fue chocolate o verde bosque debido a que por mucho tiempo guardaron los materiales quimicos y organicos en el mismo lugar, materiales que muchas veces necesitaban lugares secos y oscuros; años después del divorcio el ático se convirtió en un almacén para ellos permitiendo mayor luz y claridad al taller. En ellos descansaban los instrumentos de trabajo brillantes y esterilizados, dispuestas en perfecto orden, listas para el trabajo.
La bureta y la colección de probetas y matraces fue un trabajo en conjunto de él y su padre, su primer matraz de destilación tenía casi su misma edad y era de los pocos sobrevivientes del paso de los años; hizo falta que los niños crecieran y pudieran tener cuidado para que los recipientes se mantuvieran íntegros, esterilizados y ordenados dentro de los estantes y vitrinas de cristal que de igual manera debieron ser reemplazadas en un par de ocasiones.
La destiladora, la trituradora, y el generador kit de su padre fueron adquiridos de segunda mano y, apesar de ser modelos antiguos, eran bastante eficientes, aunque un poco desgastados seguían sirviendo sin más problemas que algunos golpeteos y vibraciones al encenderse, su mantenimiento era más sencillo y accesible que los modelos de laboratorio modernos de los humanos, estos descansaban como las herramientas, en el gabinete industrial que lucía como nuevo a pesar de tener cinco años ya.
El taller artesano de reparaciones y alquimia lucía más como un laboratorio semiprofesional que como un taller donde se creaban, reparaban y preparaban distintos tipos de trabajos, desde la reparación un reloj o una bicicleta hasta la preparación de posiciones específicas y creación artefactos autómatas como juguetes, trabajos humildes y sencillos realmente. El padre de Konran era alquímico, simplemente químico para los humanos -aunque no era lo mismo- le enseñó todo lo que sabía a su hijo al igual que su padre con él, y este hacía sus prácticas en el centro de investigación donde trabajaba, a la par que hacía pequeños trabajos independientes para las personas de los pueblos, aunque estos consistieran principalmente en trabajos de artesano, seguían siendo una buena fuente de ingresos que ni su padre menospreciaba si caía un pedido nuevo.
Del anaquel sacó el pedido que había de completar, una abeja autómata capaz de volar a petición de una ninfa para el cumpleaños de su hijita. Konran tomó unas viejas gafas soldaduras de cobre, modificadas con lentillas de lupa para trabajos meticulosos ajustando las lentes; del cajón superior izquierdo de la mesa de trabajo tomó unas pinzas, un par de engranes diminutos del viejo alhajero que su madre abandonó. Sus herramientas de trabajo fino, estaban siempre acomodadas dentro de los cajones y sobre los estantes que la mesa de trabajo que se encontraba bajo la gran ventana que se encargaba de iluminar naturalmente el taller cuando había buena luz.
Una vez cerciorado de que todo lo necesario estuviera en su lugar procedió colocar engrane tras engrane, corroborando que cada cual fuese el correcto para generar el movimiento mecánico idóneo, de lo contrario el muelle liberaría energía desperdiciando la cuerda. Tal vez la mecánica del reloj fuera analógica pero consideraba que era una buena alternativa ante las crisis de energía, con un poco de cuerda y un mecanismo a base de movimiento de péndulo la abeja podría tener una larga vida, de mecánica simple y composición delicada, un verdadero arte y un dolor de cabeza algunas veces.
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Editado: 05.09.2023