AHMED ÜLKER
La boda.
Eso era lo que les preocupaba a todos. Ya todo estaba listo —todos menos nosotros, los novios—, pero debido a todos los sucesos al final decidimos cancelar todo pues incluso mi Sultana no estaba lista para salir a hacerle frente a personas que jamás había visto. Ahora tenía que preocuparse solo por nuestros hijos y su estado, era todo lo que le había pedido que hiciera, pues yo me encargaría de lo demás.
—¿Estarás bien? —pregunta una vez más
—Claro que sí cariño —me acerco a la cama y me siento en la orilla para poder estar cerca de ella—. Tengo que ir para que esto termine de una vez y al fin pueda disfrutar de mi familia. —acaricio su vientre que cada vez siento que crece más, lo cual amo.
—Entiendo, pero también comprenderé si al final desistes de declarar en su contra —niego con la cabeza—. Fue tu amiga Ahmed y se que la quisiste como una hermana...
—No cambiaré de opinión cariño —acuno su rostro entre mis manos—. Antes que todo el mundo estás tú y mis hijos; ella no tuvo compasión por ustedes cuando casi los mata y yo no tendré compasión por ella tampoco, asi que deja de preocuparte y por favor, contesta mis llamadas que me pone algo nervioso que no lo hagas.
Desde que pasó el incidente, cada vez que mi Sultana no está cerca de mí o no sé donde está, me desespera un poco —a decir verdad, me aterra, pues no quiero perderla—. Por eso la llamo cada dos horas si estoy en la oficina y procuro que nadie extraño entre fácilmente a la casa.
Las medidas de seguridad son más estrictas incluso con el personal, pues para nuestra "suerte", pertenecemos a una de las familias más poderosas de Turquía y eso siempre nos va a mantener en el radio de personas inescrupulosas que quieren hacernos daño.
Aun así, hoy me quedo más tranquilo mientras voy al juicio de Mariam, pues mi abuelo y mi madre se han quedado en nuestra casa para estar con mi Sultana.
.
.
.
—¡Ahmed, Ahmed... —distingo de inmediato de quien es la voz que viene corriendo tras de mi.
La madre de Mariam no había parado de acosarme para que la escuchara, lo cual jamás acepté y tampoco lo haré ahora que he venido a poner fin a todo.
—No dejes que se me acerque —ordeno a uno de los de seguridad y escucho como empiezan a forcejear mientras yo sigo mi camino.
La pequeña sala de juicios está prácticamente vacía. Lo único que logro distinguir a pesar de que no la veo directamente, es como Mariam trata de acercarse a mí, pero los guardias no la dejan.
—Ahmed —empieza a llorar—. Por favor Ahmed, no hagas esto, tú eres mi hermano, los hermanos no hacen eso.
Ni siquiera regreso a verla cuando comienza a gritar. Y cuando al fin se calma el juicio empieza. Mi mente solo se centra en revivir los hechos de ese día mientras un abogado relata los hechos por los cuales se la debe sentenciar.
El recuerdo de cómo encontré al amor de mi vida me hace sentir la misma angustia que tuve ese momento. Sin embargo, trato de mantenerme centrado en este momento, pues si sigo así, soy capaz de salir corriendo directo a la casa para cerciorarme de que ella esté bien.
—Por favor, señor Ülker, ¿podría contarnos lo que la acusada le dijo el día de los hechos?
—Claro que si, lo que dijo fue...
Cuento todo con punto y coma, incluso sus estúpidos delirios acerca de nosotros como pareja.
—Miente —grita, apenas termino—. Todo lo que dijo es mentira y ...
—¡Silencio! —el juez la manda a callar antes de dirigirse a mi—. Señor Ülker ¿tiene alguna prueba que constate lo que acaba de decir?
—Claro que sí, mi despacho tiene un circuito cerrado de seguridad y el video de ese día, ya lo entregué como prueba.
Los gritos e insultos que comienza a lanzar Mariam, provoca que la saquen de la sala lo que resta del juicio. El juez revisa el video con todos y después de mostrar más pruebas y testigos de todo el daño que hizo, al fin se dicta la sentencia.
—De pie por favor. Debido a las pruebas y confesiones sobre los actos de la acusada Mariam Demir, se ha llegado a la conclusión de que debe pagar por sus actos, por lo cual, se dicta una sentencia de quince años y seis meses de prisión, sin opción a libertad bajo fianza.
El golpe del pequeño martillo que usa el juez, es mi señal para salir casi corriendo del lugar, pues los gritos de Mariam, solo hacen que me duela la cabeza.
.
.
.
Al llegar a la casa, Asil se acerca corriendo y eso me alarma un poco.
—¿Qué pasó?
—Nada grave señor, solo que el médico está aquí porque la señora empezó a sentirse...
No hace falta que lo siga escuchando, porque lo aparto y subo corriendo a donde espero que esté mi Sultana.
«Que esté bien, por favor, que esté bien.»
Al entrar a la habitación, el abuelo está hablando con el doctor, mientras mi madre está a lado de mi Sultana tomándola de la mano.
—¿Alguien me puede decir qué pasó? —capto la atención de todos y me acerco de inmediato a donde está ella.
—Estoy bien, lo que pasó fue que...
—Se mareó y se sentía fatigada —responde el abuelo—. Pero no te preocupes, porque a penas nos dijo como se sentía, llamé de inmediato al doctor de la familia y justo cuando llegaste, me estaba diciendo el diagnóstico.
—Díganos doctor ¿Qué le pasó? ¿Es necesario llevarla de vuelta al hospital? —la tomo de las manos y con la mirada la examino, como si yo pudiera encontrar algo que el doctor no puede.
—No es nada grave señor, solo es uno de los síntomas del embarazo, así que no se preocupe —eso me alivia de inmediato y el peso que sentía sobre mis hombros, disminuye—. Solo debe comer bien y seguir tomando los suplementos recetados por la ginecóloga.
—Y lo hará doctor, gracias por venir. —respondo esperando que se vayan todos para estar a solas con ella.