Maldición carmesí

Vida destinada

 

Cloe salió de su casa, soltando un suspiró decidió tomarse un tiempo para caminar. Aún no terminaba de ocultarse el sol, y tenía la seguridad de que su madre no estaría en casa. No con lo ocupada que estaría debido al festival.

Sintiéndose repentinamente ligera y feliz, empezó a caminar.

Pensó en recoger algunas flores para adornar su habitación o tal vez simplemente acostarse sobre la suave y fresca hierba. Necesitaba un momento de paz. Necesitaba sentirse libre de las órdenes de su madre, olvidar que solo era una pieza en aquel juego dominado por los líderes del pueblo.

Su cuerpo se dejó caer en medio del pasto. Su mente solo podía pensar en lo que sería su futuro. No tenía derecho a opinar en nada, no cuando su familia era perteneciente a la aristocracia y todos los matrimonios eran arreglados.


A pesar de que sus pretendientes eran guapos, con dinero y una posición alta. No deseaba tener que casarse con alguien egocéntrico. No deseaba ser un simple adorno en el castillo de algún príncipe azul. Pero sabía que no podía escapar del destino que le había sido marcado desde el día en que nació, pre-destinada a ser un adorno, un reluciente trofeo que debía obedecer las órdenes de su "príncipe" y procrear a la siguiente generación.

 

Su vida no podía ser más patética.

 

.........🐺🐺🐺.........

 

Su cuerpo se sacudió una vez, para luego erguirse en sus patas traseras. Las garras en sus patas delanteras se encontraban marcadas con aquel color carmesí, y el olor amargo de la sangre lo asqueaba ahora que había recobrado sus sentidos humanos. Sus ojos volvieron a la normalidad y su cuerpo cambió con gran rapidez.

Las garras desaparecieron al igual que el pelo que cubría su cuerpo. Chasqueando la lengua decidió que necesitaba un baño, no soportaba volver a su forma humana y encontrarse bañado en sangre. Sus pies se volvieron y se encaminaron al río.

Recordaba las sonrisas de su madre y el afecto de su padre. Aquellos seres que tanto había amado y que habían muerto a causa del odio y rencor que el mundo albergaba. El recuerdo de los ojos carmesí de su padre llegó a su mente mientras su cabeza se encontraba hundida en el río, aquellos ojos sin vida y solo cubiertos de un odio animal.

Sus vidas habían sido malditas por un humano cruel y despiadado.

Su padre en vez de odiar a los humanos, solía decir que no debíamos odiarlos, que los humanos eran gentiles y honorables.

Pero todo cambio en un abrir y cerrar de ojos.

Una noche al volver a su casa, lo vio. Su padre estaba cubierto de la sangre de su madre. Los ojos de la mujer que más había querido estaban vacíos, sin un alma. Desde ese momento, juro que no perdonaría a ningún ser humano.

Por supuesto no rompería las órdenes del pueblo, no podía. De otro modo terminaría como su padre, pero se juró no perdonar a ningún humano que se adentrara o merodeara por el bosque. Esa era su única y fiel promesa. Por lo que aún no entendía porque había perdonado la vida de aquella muchacha con caperuza roja. Tal vez había sido por piedad, no, había sido porque ya tenía comida suficiente para satisfacerse.
Su cabeza se giró, observando el cuerpo ensangrentado a sus espaldas. Una mujer que se había adentrado por el lado sur del bosque, con la intensión de recoger flores y bayas.

No importaba si los aldeanos eran inocentes y solo eran manipulados por la aristocracia, solo deseaba vengarse y demostrarle a los aristócratas que él no era un juguete y mucho menos una marioneta que usar. Devolvería todo el dolor, soledad y vacío que había sentido durante su infancia.

Recordando su promesa y la razón de su existencia, decidió no dejar que aquella muchacha volviera a pasearse por su territorio.



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Editado: 31.01.2020

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