Una fuerza ajena a la mía me puso de pie y me afirmó contra la puerta. El pánico y la desesperación se arremolinan dentro de mí alertando cada uno de mis sentidos, la presión en mi pecho me cortaba el aliento mientras que, la adrenalina se disparaba como cuando sueñas que caes del precipicio y estas al borde de la muerte.
Mantengo los ojos cerrados con fuerza, no quiero ver lo que sea que esté ahí.
Aunque me negaba a afrontarlo, sentí una pesada presencia cerca de mí. A causa de ello un violento escalofrío logró estremecerme y toda mi piel se puso de gallina. Estaba en un punto donde dudaba de mi enfermedad pues podía percibir materialidad de aquello que tenía en frente, hasta que, llegando a mi limite, mi consciencia se desvaneció.
Cuando desperté, todo me daba vueltas. Me sentía muy agotada, y con escasas fuerzas para ponerme de pie. Mi mente estaba en blanco, ¿Qué hacía en el suelo? ¿Por qué todo está tan oscuro? Me preguntaba una y otra vez.
Me incorporo un poco desorientada y miro a mi alrededor. Y la sola imagen de esa puerta trajo de vuelta esos terroríficos recuerdos, los cuales cayeron sobre mí mente como agua fría. El pánico me paralizó al ver que la puerta seguía abierta. Por más que lo intento no soy dueña de mi cuerpo, por lo que no puedo apartar la vista de la espesa oscuridad tras el umbral. No alcanzo a ver nada más que un negro muro impenetrable, pero siento que hay algo que se refugia tras el velo de sombras, y como tal, me observa...
De alguna manera ya no me siento bienvenida.
Ya no me importaba encontrar una explicación, no había cuestionamientos, ni dudas, ni incertidumbre, sólo había cabida para el miedo. Miedo a aquello que carecía de explicación. Miedo a lo desconocido. Miedo a ese llamado del que tanto he querido escapar.
Despavorida, corro en cuanto pude hacerlo para refugiarme en mi habitación. Allí, me aseguro de que todas las luces estén encendidas. Luego, aún afectada por el terror, me hago bolita en un rincón.
Ya no podía ignorar, ni explicar lo que hasta ahora me ha sucedido. Pensé en mis pastillas, las cuales no parecen ayudarme mucho y eso sólo incrementa la desesperación que trae el hecho de haber perdido la razón.
Mis manos tiemblan cuando intento quitarme los mechones mojados de la cara, eventualmente me quedo sin aire, me ahogo de tanto llorar. En el ápice del agudo episodio, se vulnera todo pensamiento racional y me invade la inestabilidad. No me queda más que refugiarme en mí misma, abrazando mis rodillas encorvándome hasta más no poder, buscando hacerme tan pequeña que sea posible desaparecer.
No era la primera vez que sufría un episodio de ese tipo, estos estados, en los que me siento asechada, perseguida, atrapada, asfixiada, suelen ser frecuentes....
Sí. Sé por los informes del psiquiátrico que soy susceptible a sufrir alucinaciones, estados de desequilibrio y constantes crisis nerviosas, pero que gracias a las continuas terapias que me brindó el sanatorio, aprendí a ignorar todo aquello que no debería ver, ni sentir, y logré por un momento separar mi enorme imaginación de la realidad.
Desesperada, trato de hablarme para convencerme de que los medicamentos no eran lo suficientemente fuertes para mí, ella debía conseguirme algo más contundente, ya que lo que me dio no estaban haciendo su efecto.
Potentes rayos se disponen a surcar los cielos en medio de la lluvia torrencial. El pueblo estaba siendo azotado por una fuerte tormenta, y son los truenos los alimentan mi temor. Sola, me estremezco tras un fuerte estruendo ocasionado por un potente rayo y tras esto, en un parpadeo, todo queda a oscuras. La luz me abandona otra vez.
Abrazo mis rodillas con más fuerza, casi clavo las uñas en mis piernas mientras hundo mi rostro lo más que se puede. No quiero ver nada, no quiero escuchar nada, solo quiero que me dejen en paz...
«Odio verte así. Dedico todos y cada uno de mis pensamientos en lo mucho que anhelo consolarte. Deseo y necesito un poco que tu calor... Deseo, ser parte de ti, aunque sea por una sola vez… Dani… yo» escucho entre mis pensamientos como un sutil susurro, en medio de la impetuosa oscuridad, esa voz... Mi estomago se contrae. «… eres lo más cercano a mi luz. Quisiera… más que cualquier cosa en el mundo, tu tacto y que de igual forma tú puedas sentirme, más allá de un escalofrío...»
Aquellas palabras se reproducían con una inocente sobriedad o una imprecada intención. Todo apuntaba a que olvidé la diferencia entre un pensamiento o escuchar a alguien que merodeaba mi cuarto y con descaro recitaba sus deseos con la libertad del que confía en que nadie puede escucharlo. Pero estaba allí y, por tanto, podía escucharlo con claridad. Sin embargo, me cuidé de que no se diera por enterado.
«¡Oh mi niña! Si supieras la tortura que implica el verte llorar sin poder acercarme. Si tuvieras presente que contemplarte cada noche y no poder sentirte es mi peor castigo» algo en mi interior se removió.
Su voz me era tan familiar, pero estaba tan asustada que no reparé en ello.
Me era difícil conjugar pensamiento alguno, pues estaba sobrecogida por la confusión entre lo que estaba pasado y lo que los estándares, que me fueron inculcados, reclamaban. Se supone que estaba sola, en primer lugar, ¿Quién podría estar hablando si soy la única persona en casa? ¿a qué me enfrenté en la habitación sellada? ¿Por qué estas experiencias siguen repitiéndose?
«Mi cruel condena es saber lo miserable que soy, al no poder tenerte. Y, que, aunque permanezca a tu lado, tú simplemente prefieres ignorar mi existencia...».
— Basta…
Negada a seguir soportando, temblando como un cubo de gelatina, alcé la mirada cundida en lágrimas para enfrentar a lo que sea que estuviera ocultándose. Unifiqué mi pensamiento y me enfoqué en rechazar todo aquello que cuestionara mis creencias y lo que la realidad implica.
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Editado: 13.05.2022