Malvados Monstruos Malditos

Afuera 1

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            En el año 218 AC, a mediados de la temporada de otoño, en los inicios de la segunda etapa de construcción de la que se llamaría en el futuro la Gran Muralla China, comenzaría la humanidad, sin saberlo, a descubrir el origen de nuestro universo. Pero para llegar a ese conocimiento se tendría que superar el más grande de todos los obstáculos: atravesar los matices de la maldad intrínseca del hombre; más cruel e imaginativa al ir evolucionando con los siglos.

            Miles de personas: niños, jóvenes y ancianos trabajaban sin descanso en la monumental obra por órdenes del gobierno de Qin Shin Huang. Lo hacían con un ritmo casi marcial, acompasando sus movimientos corporales, agotados por el esfuerzo físico. Iban a un ritmo que encajaba perfecto con el sonido de los golpes que ajustaban y emparejaban la gran pared. Nada ni nadie desafinaba sus meneos en pro de la mega construcción que se convertiría en huella perdurable de lo grandioso que puede ser la raza más inteligente de la Tierra cuando se lo propone.

            Uno de aquellos trabajadores cuasi esclavos era Quang Ho. Había comenzado a transportar piedras pequeñas y cantidades de arena cercanas al Huáng Hé (Río Amarillo), cargadas sobre su espalda, por caminos que le llevaban poco más de medio recorrido de sol.

            Dos inviernos había transcurrido aquel menudo ser transportando las pesadas cargas. Comenzó en la temprana pubertad cuando su padre, Tuang, perteneciente a la tribu Xiongnu, murió en un enfrentamiento con el general Meng Tian. Casi vence, pero los “casis” en las batallas jamás pasan a la historia.

            A los familiares sobrevivientes se les obligó a trabajar en la construcción del muro que defendería los territorios del norte. Por ello, algunos primos, un abuelo y él debieron pagar con faenas pesadas la rebeldía de uno de los suyos.

            Eran reclutas a la fuerza, aunque no esclavos como la mayoría de los trabajadores de la gran pared, producto de lo que sucedía en aquel tiempo a causa de la conquista de territorios. Aunque en realidad no importaba la manera en que ellos habían pasado de provincianos a peones desechables, ninguno llegaría a ver el final de la obra. Para Qin Shin Huang lo primordial era construir aquella fortaleza pensada para defender su imperio, pero en el fondo era un gesto de vanidad, como casi todo lo que mueve al mundo.

            Dos inclementes y largos inviernos transcurrieron para que el cuerpo del adolescente se endureciera, y su rostro envejeciera prematuramente por la exposición prolongada al sol y otros destructores agentes climáticos. La jornada del trabajo duraba de sol a sol la mayoría de las veces. No muchos resistían el paso del tiempo realizando esa agobiante faena, por lo que la vida de Quang estaba limitada, y él lo sabía.

            Una noche parecida a tantas, llena de momentos interminables de aquellas agobiantes faenas, una noche helada como el filo de las espadas que amenazaban a los que retardaban el trabajo, justo en el último viaje de la jornada transportadora, el joven se separó del resto del grupo, los demás cargadores de piedra y arena se habían adelantado un buen trecho. El cansancio extremo de Quang Ho lo había vencido en dos ocasiones, deteniéndolo algunos instantes, por lo que cada vez quedaba más rezagado de sus compañeros, quienes se alejaron de él sin notarlo.

            Ahora caminaba solo, bordeando el gran río. Una montaña borrosa bañada de luna llena, que veía de reojo, limitaba su flanco izquierdo. Allí la vegetación comenzaba a ser diezmada por la tala de árboles para los marcos de apisonamiento y las columnas de la muralla. La habitual destrucción de la naturaleza para que el hombre pudiera dejar huellas artificiales en la historia. Solo el sonido de unos pasos que se arrastraban en la tierra era escuchado, sus propios pasos en realidad.

            El joven se detuvo una vez más, en esta ocasión lo hacía para refrescar la garganta tomando agua en la orilla del río. Soltó su pesada carga. Para constatar que se encontraba solo, esperó un breve tiempo, el aire frío de la noche acariciaba el rostro joven pero reseco. Aprovechó el momento para estirarse y recomponer el cuerpo entumecido. Cuando sintió que la sangre volvía a producir latidos regulares en su corazón, se agachó para coger el refrescante líquido del afluente con las manos callosas, beber y enfriar su garganta.

            La luna llena iluminaba con claridad el camino serpenteante hasta la construcción, gran cantidad de estrellas, incontables luces de distinta intensidad brillaban, repartidas de manera desordenada. Quang se levantó y contempló el imponente cielo, pocas veces lo hacía, pero esta noche en particular una extraña sensación le indicaba que mirara hacia el firmamento nocturno, como si un mensaje divino estuviera a punto de revelársele.




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