Mamá & Mafioso

Capítulo 9

La linterna del teléfono de Valeria temblaba en su mano, proyectando sombras danzantes que hacían parecer que las paredes respiraban. La mujer la madre de Luciano avanzó otro paso, y esta vez la luz reveló más de lo que cualquiera de ellos hubiera querido ver.

Su piel era demasiado pálida, casi translúcida, como si llevara años sin ver el sol. Pero lo peor eran sus ojos: negros, demasiado negros, como si alguien hubiera vaciado las cuencas y las hubiera rellenado con tinta.

—Mamá... —Luciano logró articular, pero su voz sonó quebrada, como la de un niño pequeño—. Tú estás... aquí...

—¿Sí? No me esperabas, ¿verdad, principito? —terminó ella, riendo de nuevo. Su boca se abrió demasiado, mostrando una hilera de dientes blancos—. Ah, sí. Es verdad, me dijeron que tu novia llegó a Nápoles. Una chica encantadora, por lo que me han contado.

—¿Quién diablos te dijo eso? ¿Por eso estás aquí, mamá? —gruñó, mirando a Gino y Toni.

—Porque alguien me avisó que tu prometida estaba aquí. Y vine a conocer a mi nuera.

Dani, que hasta ahora había permanecido en shock, reaccionó de la única manera que conocía:

—¡Qué divertido! Ahora hasta la abuela está aquí. ¡Qué interesante!

—¿Y quién es este piccolino tan impulsivo? —preguntó la mujer con voz burlona.

Valeria jadeó.

—Esto no está pasando. Esto no puede estar pasando. La mamá de mi mafioso sexy está aquí...

—¡Oh, pero esta es la novia de mi principito! —murmuró la mujer—. Aunque es muy joven para ti, Luciano.

Luciano palideció.

—No... Mamá, ella no es mi novia.

—Gino y Toni me contaron tantas cosas sobre ella... Sobre todos ustedes también.

La tensión en la habitación era tan espesa que hasta un cuchillo de la mafia se habría quedado atascado en el aire. Valeria seguía apretando su teléfono como si fuera un crucifijo frente a un vampiro, mientras la madre de Luciano cuyo nombre aún no sabíamos, pero que probablemente era algo como Signora Muerte en Tacones los observaba con esa sonrisa que prometía pesadillas gratis de por vida.

Dani, siendo el único con el instinto de supervivencia de un lemming en un acantilado, decidió que era el momento perfecto para hacer lo que mejor sabía: meter la pata hasta el fondo.

—¡Ah, entonces usted es la famosa suegra! —exclamó, frotándose las manos como si estuviera en una reunión familiar normal y no a punto de ser convertido en un adorno para el jardín de la mafia—. ¡Qué emoción! Valeria, cariño, ¿por qué no le ofreces algo a la... eh... señora?

Valeria lo miró como si estuviera calculando cuánta fuerza necesitaría para estrangularlo con el cable del cargador.

—Dani, por el amor de Dios, cierra el pico. —susurró con voz temblorosa.

Pero la Signora ya había fijado esos ojos negros como pozos sin fondo en Dani.

—Piccolino, ¿tú siempre hablas tanto o es que no valoras tu lengua lo suficiente? —preguntó, inclinándose hacia él con un crujido que no debería ser posible en una columna vertebral humana.

Marian, que hasta ahora había estado más callada que un testigo protegido, decidió que era hora de intervenir antes de que Dani terminara como un ingrediente en la salsa boloñesa.

—Señora, es un honor conocerla— dijo con una voz tan dulce que hasta sonó convincente—. Luciano nos ha hablado mucho de usted.

Luciano, que parecía estar reconsiderando todas sus decisiones de vida en ese preciso instante, palideció aún más.

—Marian, per favore, no empieces— murmuró, pero su madre ya se había girado hacia ella, intrigada.

—¿Ah, sí? ¿Y qué te ha contado mi principito sobre mí? —preguntó, acariciando el hombro de Luciano con unas uñas que brillaban bajo la tenue luz como garras recién afiladas.

Dani, incapaz de contenerse, saltó de nuevo:

—¡Que usted cocina una lasagna espectacular! ¿Verdad, Luciano?

Un silencio mortal llenó la habitación. Hasta el tictac del reloj de la pared sonó como una cuenta regresiva hacia el desastre.

La Signora dejó escapar una risita que hizo que hasta Gino y Toni.dos tipos que probablemente habían enterrado cuerpos sin pestañear se estremecieran.

—Mamma mia, qué grupo tan... entretenido —dijo, arrastrando la última palabra como si estuviera saboreando su próximo movimiento—. Luciano, tesoro, ¿no me presentas a tus amiguitos como es debido?

Luciano tragó saliva con dificultad.

—Mamá, esto no es el mejor momento...

—¡Claro que es el mejor momento! —interrumpió Dani, abriendo los brazos como si estuviera a punto de anunciar un juego familiar—. ¡Estamos todos aquí, la cena está servida, la decoración tenebrosa es impecable...!

Su madre le dio un codazo tan fuerte que Dani soltó un "¡oof!" audible.

—Lo siento, señora— dijo Marian, forzando una sonrisa que le temblaba como hoja en ventisca—. Dani es así cuando está nervioso. Habla. Mucho. Demasiado.




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