Mi prima decía que yo era rara, ya que cada vez que me caía y me lastimaba no lloraba, pero cuando herían mis sentimientos, sí lo hacía. A veces, me aguantaba el dolor para evitar recibir otra paliza, como aquella vez que fui a jugar con mis primos a la calle en bicicleta. Al final, me caí y me raspé la rodilla, pero me esforcé al máximo por contener las lágrimas por una simple razón: mamá me regañaría.
De hecho, también a veces me reprendía cuando lloraba por mis sentimientos, ya que no quería que fuera una niña llorona, al igual que ella cuando era pequeña.