Mamihlapinata: Mirada sin palabras

Capítulo 11

Aquel día era el más feliz para Isabella. Hace tres meses había cumplido dieciocho años y aunque en Estados Unidos aún no era la edad legal, en otras partes del mundo sí lo era y se sentía de esa manera. Su felicidad venía porque después de casi dos años de estar en una relación extraña con Diego por fin se iba a ver físicamente con él, a solas. Todavía estaba comenzando a experimentar la vida universitaria, los cambios que ello implicaba; a pesar de que seguía viviendo con sus padres, un hecho extraño en Estados Unidos, lidiar con un nuevo mecanismo de estudio, mayor independencia, nuevos amigos y presiones, era un reto para ella. Igualmente se sentía poderosa porque creía que el tener a Diego en su vida le daba control de la misma y que sería su príncipe salvador de cualquier desgracia. Incluso había tenido recientes oportunidades de empezar a conocer a ciertos amigos universitarios, sin embargo, su corazón estaba atado a otra persona y no se permitía ir más allá que una simple amistad.

Ya había coordinado previamente con Diego que se verían en el departamento donde él vivía a solas, muy cerca del centro universitario. A su mamá le había dicho que se quedaría en casa de una amiga ya que tenían que hacer un trabajo; como su mamá aún no conocía a ninguno de sus amigos, no le dio temor darle esa información ni que fuera capaz de hacer alguna llamada de comprobación. Había pensado en decirle que se trataba de Pamela pero últimamente con el poco tiempo que ambas tenían y los secretos que guardaba, se habían distanciado; en ese entonces su relación no era tan estrecha como lo era en la actualidad, sin embargo, sí formaban un lazo de cariño que comenzaba a tener piedras en el camino. De hecho, Isabella comenzó a alejarse mucho de sus amigos para ese entonces, se escondía dentro de su secreto y para ella no había ser más importante que Diego.

Ese día entonces, estaba muy nerviosa. Sabía que habrían más que besos con Diego; no es que no quisiera que sucediera pero sería su primera vez y la de Diego una de las muchas por lo que temía decepcionarlo. Con esos pensamientos en su cabeza, salió de clases y tomó un taxi, dándole la dirección que Diego le había enviado por mensaje de texto a su celular. El departamento era de cinco pisos y él vivía en el segundo, según le había indicado. Con nervios, bajó del taxi y le avisó que ya había llegado; luego de unos minutos, cuando ya estaba por tocar el timbre, él le indicó que suba. Con el corazón latiendo desbocado, Isabella subió las escaleras y llegó al 202. Miró el letrero y por alguna razón que en ese momento no supo entender, quiso escapar. Sin embargo, ese deseo fue interrumpido cuando Diego le abrió la puerta.

Su núcleo se calentó al verlo ahí de pie, recién salido de la ducha, con el cabello y el cuerpo mojado y solo una toalla envuelta alrededor de su cintura. La miraba con una sonrisa y brillo en sus ojos y pensó que se iba a desmayar en ese momento. Dio un pequeño paso hacia adelante, totalmente tímida, y fue él quien rompió el silencio.

—Estás hermosa. Ven.

La tomó de la mano y la jaló contra él. Sí, ella también se sentía algo hermosa: había tardado horas en elegir que ponerse y finalmente una blusa de bolas negras y fondo blanco con escote, pantalones vaqueros y un suéter delgado, fue lo que decidió ponerse. Diego la besaba con fuerza mientras ella pensaba en todo eso y poco a poco sus nervios empezaron a irse, dejándose llevar por el deseo, aunque su corazón seguía latiendo como loco. Cuando comenzó a responderle de la misma manera, ya estaban contra la pared, ella sin suéter y sin blusa, su bolso en el suelo también. Se detuvieron cuando la necesidad de aire se hizo presente, pero Diego no se detuvo entonces. Sin decir una sola palabra, la jaló hacia su cuarto, aquel que vio por primera vez y vería muchas veces más. Una cama matrimonial al centro con una mesita de noche al lado. Un televisor pequeño colgando en la pared, otra mesita pequeña con algunas cosas de él encima. Las cortinas cerradas pero la luz igualmente iluminando parte de la habitación. Era pequeño pero se veía acogedor.

Una vez en la habitación, siguió besándola, con rudeza, como si no pudiera contener el deseo de por fin tenerla. Diego terminó de desnudarla y aunque ya la había visto desnuda antes por medios electrónicos, Isabella se sintió cohibida y se tapó los pechos.

—No hay nada que no haya visto amor —le dijo él, quitándole las manos de sus pechos—. Y no debes sentirte avergonzada, eres hermosa.

Eso fue lo que necesitó para dejarse llevar, antes de sonreír y rendirse ante sus besos y caricias. Pronto, estuvo recostada en su cama y él ya no llevaba la toalla, solo una sonrisa lobuna en el rostro. Cuando vio su pene se dio cuenta que este día se convertiría en una mujer, dejaría de ser vírgen y que ello cambiaría para siempre. Lo miró fijamente hasta que Diego creyó diferente, pensando que eso la excitaba, cuando inconscientemente estaba haciendo todo lo contrario.



#12791 en Joven Adulto
#48632 en Novela romántica
#7844 en Chick lit

En el texto hay: sexo, romance y drama, amor

Editado: 01.10.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.