La tercera cita con Joaquín llegó cuando Isabella no había dejado de soñar con su pasado todas las noches; pequeñas manchas oscuras estaban presentes en sus ojos, demostrando lo poco que estaba durmiendo. Manuela había seguido preocupada por ella, insistiéndole que podía contar con ella y Joaquín también le indicaba lo mismo, pero al final le daban su espacio, entendiendo que cuando estuviera lista sin duda hablaría.
Ese viernes, luego de una semana intensa de trabajo y baile, Isabella y Joaquín quedaron en salir por tercera vez. Hubieran preferido, como siempre, el sábado, pero aquel día ella ya tenía una reunión planeada con Pamela y sus amigos de la escuela.
Saliendo de la oficina, y ante los susurros entre sus compañeros de oficina, se dirigieron al auto de Isabella ya que el de Joaquín estaba en el taller. Daniella, antes de que se fueran, ya le había dado una sonrisa de suficiencia y ella solo se había sonrojado, dejando claro lo que estaba sucediendo. Era obvio que luego le contaría a Esteban y así sucesivamente; por ello, los susurros.
Decidieron ir primero a cenar y luego a una feria de diversiones. Durante una temporada estaban disponibles ciertos juegos mecánicos estilo Disney en una zona de Manhattan y ambos habían querido ir hace mucho. Habían tenido que comprar las entradas con días de anticipación y esperaban que no hubiera mucha gente porque irían tarde; por suerte, así fue. Luego de estar con las panzas contentas, se dirigieron a la feria. En el camino, Joaquín estuvo bastante silencioso y pensativo y si no fuera por la radio, el silencio hubiera sido casi incómodo.
—¿Empezamos con algo suave hasta que se calmen los estómagos? —sugirió Joaquín mientras entrelazaba sus dedos con los de ella, luego de ponerle seguro al auto, el que Isabella le había dejado conducir.
—Sí, además que no soy muy fan de las montañas rusas —confesó y se sonrojó apenas.
—¿Cómo que no? —bromeó Joaquín, mirándola de lado mientras caminaban hacia la entrada—. Hoy no te escapas eh.
—Podemos subir a las chiquitas —dijo Isabella y rió suavecito.
—Ya veremos —respondió Joaquín y le guiñó el ojo.
Empezaron, como prometido, con pequeños juegos de apenas adrenalina e Isabella ya no sabía si se sentía feliz por ella misma o por ver a Joaquín disfrutar tanto. Luego de cada juego, ambos tenían sonrisas enormes en sus caras de la diversión y aprovechaban para besarse un poco ya que en los juegos solo eran capaces de aferrarse a la mano del otro. Cuando ya habían subido como a diez juegos, aprovechando que las entradas que habían comprado era para jugar ilimitadamente, Joaquín la llevó a una montaña que daba vueltas y a percepción de Isabella, iba muy rápido.
—No, no, no Joaco —negó con la cabeza, tratando de retroceder apenas.
—Isa, vamos. Verás que una vez arriba vas a querer subir de nuevo.
—¡Me da pavor! —dijo y rió de nervios.
Joaquín se plantó frente a ella, tomó sus mejillas en sus manos y le dio un beso suave antes de susurrarle:
—Te prometo que no sucederá nada. Vamos, tienes que experimentarlo, nunca lo has hecho. Si no te gusta, te prometo que no volveremos a subir a una. —Cuando ella se quedó en silencio pero pensando en ese hecho que realmente nunca se había dado la oportunidad de experimentarlo, él agregó de forma divertida—: Luego podemos ir al juego que tú quieras, si quieres a ese de Dumbo para bebés.
Isabella rió y lo golpeó suavecito en el pecho, luego se mordió el labio inferior y asintió. Joaquín levantó los brazos en el aire, dejando salir un “Yeyy”, antes de robarle otro beso más y llevarla hacia la fila. Trató de tranquilizarla haciéndole conversar sobre su reciente libro, ya que el que andaba leyendo ya lo había terminado, y sobre lo que opinaba de los personajes. Antes de saberlo, ya estaban ambos sentados, con los pies colgando y la cabeza también, solo totalmente amarrados con la seguridad necesaria.
—¿Lista? —dijo él, mirándola con los ojos brillantes.
—Sí —respondió ella, armándose de valor.
Entrelazaron sus manos entre el espacio que había entre ellos y sonrieron hacia la otra pareja que estaba a su lado ya que cada espacio era de cuatro personas. Ante el conteo del juego antes de despegar, Isabella cerró los ojos, pero cuando sintió su cuerpo ir hacia atrás, los abrió y también su boca. Gritó de inicio a fin y rió junto a Joaquín quien no podía borrar la sonrisa de su cara; durante los primeros segundos no pudo sentir más que puro terror pero luego comenzó a sentir su alma realmente liberada, alejada de cualquier problema que tuviera y el tener a Joaquín a su lado le hacía sentir segura a pesar de todas las posibles consecuencias que podían haber. Gritó y gritó y luego rió mucho, disfrutando ya de la sensación; no podía decir que se subiría de nuevo apenas bajara pero sí lo volvería a hacer después de un tiempo. Y si se trataba de ver la sonrisa hermosa de Joaquín, no pondría excusas para hacerlo.