Cuatro meses después
Isabella y Joaquín habían disfrutado a pleno esos cuatro meses juntos; entre salidas a solas, con los amigos de ella y de él, habían empezado a conocerse cada vez más: sus gustos, sus disgustos, sus gestos, sus comidas favoritas, regalos favoritos, e incluso los nombres de sus amigos. Los papás de Isabella cada vez estaban más a gusto con ellos juntos y aunque a Mario le costó procesar la idea que su hermanita ya no era tan pequeña, estaba feliz por ella. Los secretos de cada uno todavía estaban guardados y aunque poco a poco iban contando algo de ello para ir liberando, no era suficiente; todavía era algo que hacía falta descargar. Ambos estaban seguros que era cuestión de tiempo y esperaban que así sea. Manuela e Ignacio acababan de conocer a Joaquín hace tres semanas, ya que no había habido oportunidad formal para ello, solo un saludo o despedida cuando él pasaba por ella, pero nada más. Entonces organizaron una pequeña cena donde no solo invitaron a Mario y Florencia sino también a Pamela y Pablo para que no se sienta tan incómodo y extraño. Ellos habían estado encantados con él y él muy a gusto también.
La familia de Joaquín aún no conocía a Isabella, solo por FaceTime. Había hablado unas cuantas veces con ellos pero apenas palabras e incluso llegó a conocer a su hermana, la que no dejó de cuestionarla acerca de las clases de baile y por fin había entendido quién era esa compañera sensual de muchos años de edad. Ellos también estaban contentos con la relación e Isabella se dio cuenta que Joaquín era digno hijo de sus padres: igual de divertido y serio al mismo tiempo.
Aquel día era su cumple-mes cuatro y decidieron hacer algo diferente; en los anteriores meses se habían dedicado a cenar o ir al cine así que pensaron en algo más creativo. Como ya comenzaba a hacer bastante frío, y en Nueva York era intenso, cambiaron el cine por una obra de teatro, donde sabían que estarían climatizados, y luego tratarían de pasear un rato por el Central Park antes de ir a casa de él a cenar. Isabella estaba nerviosa y ansiosa por esta última parte: sería la primera vez que iría a casa de Joaquín y a pesar de que se moría por ello y también tenía deseos de que pasara más de un beso, no podía evitar sentir su panza revolotear.
La obra fue una de comedia y la disfrutaron, haciendo relajar aquellos cuerpos llenos de ansiedad y nervios. No era la primera vez de ninguno y eso lo sabían, pero no quería decir que los nervios no estuvieran presentes igualmente. El caminar por Central Park los alivió más y el hablar y disfrutar un rato del frío los hizo entrar más en confianza e ir preparando lo que ya casi era un hecho, pero que no se había dicho en voz alta. El departamento de Joaquín quedaba en un quinto piso de un edificio de veinte; por fuera se veía pequeño, pero por dentro era bastante amplio. Joaquín la hizo entrar algo nervioso y comenzó a hacerle un tour. Le enseñó la sala-comedor de estilo antiguo que combinaba con las paredes pálidas del departamento; la cocina con locetas café, una pequeña mesa y lo esencial; la pequeña lavandería; el pasadizo que llevaba a los cuartos: el de invitados y el principal. Aquel último tenía una cama matrimonial y baño incorporado y era bastante amplio y cómodo. Las sábanas azules y la colcha gris eran de una tela suave y abrigadora.
Joaquín había planeado preparar una cena para ambos; no era experto en cocina pero le gustaba hacerlo y trataba de aprender siempre, con la práctica. Ahora había elegido hacer un delicioso plato de carne al limón con verduras y arroz amarillo; Isabella había comprado una botella de vino blanco para brindar y con eso quedó la cena. Se sentaron entonces a la mesa del comedor, disfrutando de la comida que había preparado Joaquín y saboreando el vino blanco. Poco a poco fueron calmando más esos corazones y antes de saberlo ya habían conversado acerca de lo que veían para sus futuros, habían lavado las cosas y estaban sentados en el sofá del cuarto de invitados, donde había una tele grande, con las copas de vino en la mano—lo último que quedaba en la botella—y viendo Notas Perfectas.
—Anna Kendrick es genial —dijo Isabella. Estaba recostada en el pecho de Joaquín mientras él mantenía un brazo envuelto alrededor de su cintura.
—Pues sí, está guapa —respondió Joaquín, tomando un sorbo de su copa.
—No me refería a eso, sino que canta genial.
—Ah… pero igual está guapa —agregó Joaquín, encogiéndose de hombros. Sabía que Isabella iba a reaccionar, por eso escondió la sonrisa.
—Ey… —dijo ella entonces, levantándose de su pecho.
—¿Qué? ¿Qué dije?
Isabella rió porque sabía que era una reacción tonta y le robó un beso.