Había pasado una semana desde el mensaje de Diego e Isabella no había vuelto a tener noticias de él; casi se había olvidado de aquel suceso pero lo recordaba cada vez que veía a Joaquín porque se sentía culpable de no contárselo. Sabía en el fondo, en su insconciente, que quería ver a Diego, saber qué se sentía volverlo a ver. No porque aún lo quisiera—estaba muy lejos de que eso fuera cierto—, sino porque necesitaba saber qué tanto había sanado su alma. Sentía que aún faltaba perdonarse a sí misma y finalmente dejarlo ir de su vida.
Ese día en la noche Isabella y Joaquín se iban a Chicago de vacaciones, y además, Mariana había venido de Brasil a visitar a su familia así que almorzarían con ella y con el equipo antes de que los novios se vayan de viaje. Aunque ella no había hablado casi con Mariana desde que se fue, Joaquín sí lo hacía regularmente e incluso le había comentado lo feliz que estaba allá, que había conocido a un brasilero y estaba muy contenta con su trabajo.
Mariana llegó antes de la hora de la comida a la oficina, sorprendiendo a todos con su bronceado y sus ojos brillantes, llenos de luz. Saludó a todos con un gran abrazo, deteniéndose en profundizarlo con Joaquín y con Roberto, incluso soltando algunas lágrimas. Los había extrañado tanto como había extrañado a su mamá y volver a verlos le había traído tantos bonitos recuerdos. Se quedó conversando con ambos mientras todos los demás terminaban sus tareas pendientes para poder salir a tiempo y llegar a la reserva en Cheesecake Factory, en aquel centro comercial cerquita a la oficina.
Roberto iba al volante, con Mariana de copiloto y Joaquín e Isabella atrás. Aquello le hizo recordar hace más de un año, cuando estuvieron casi en la misma situación, solo que en ese entonces Isabella tenía miedo de Roberto y ella había tratado de no tocar a Joaquín ni mostrar ningún tipo de interés; ahora, Roberto iba muy contento conversando con Mariana adelante, e Isabella aferrándose a la mano de Joaquín, todavía con preocupación en su mente.
Por suerte habían reservado en el restaurante ya que estaba repleto de gente; no solo por la hora sino también porque era viernes y era un restaurante muy famoso.
Ya estaban todos sentados a la mesa y habían decidido compartir la comida y al final si tenían más hambre, cada uno pediría al gusto. Ya tenían sus bebidas, algunos con alcohol, otros simplemente refrescos, y andaban conversando de cualquier banalidad, ya pronto empezarían a interrogar a Mariana.
—Entonces unos champiñones a la sartén, ensalada griega, taquitos de pollo, quesadillas, hamburguesitas de queso y alitas de pollo, ¿correcto? —repitió el mesero, indicando lo que habían pedido al centro.
—Sí, pero no sé si podamos comer todo eso —dijo Celia, riendo.
—Si no se termina, Roberto se encarga —bromeó Esteban.
El mesero rió con ellos y se fue a la cocina para ingresar el pedido. Los demás, aprovecharon ese momento para saber más de Mariana mientras la comida se preparaba; estando a la cabecera de la mesa, se sintió expuesta.
—¿Cómo te ha ido entonces Mariana? ¡Cuéntanos qué tal la experiencia de Brasil! —comenzó Marga.
—Súper chicos. La verdad es que estoy muy contenta; eso no quiere decir que no extrañe. Lo hago y mucho, pero estar allá es otro mundo, la gente es maravillosa y donde trabajo es como un sueño.
—Me alegro por ti —dijo Daniella, sonriéndole—. ¿Y ese corazón cómo va?
Mariana se sonrojó y miró a Joaquín, quien le sonrió apenas, como dándole fuerzas a que continnuara con su historia. Mariana no sabía que Isabella ya lo sabía y prefirió mantenerlo así.
—Pues… me conquistaron —dijo y se sonrojó más.
—Ay… ¿cómo se llama? —preguntó emocionada Daniella.
—Marcelo. Trabaja en una fundación para niños con cáncer, es el director. Lo conocí cuando fui a dar una charla en mi empresa, para que la gente se una como voluntaria. Me uní inmediatamente; hace tiempo que quería ayudar en algo como es y era mi oportunidad. Lo conocí más entonces.
—Me alegro por ti Mariana —dijo Roberto, con una sonria de cariño en su rostro—. Ojalá la próxima vez él pueda venir y así lo conocemos.
—Sí, a que pase el visto bueno del jefe —bromeó Esteban.
—Oigan… ella ya está bien grandecita —dijo Marga, riendo.
Continuaron haciéndole más preguntas y estando contentos por ella y su progreso. Cuando el casi interrogatorio terminó, fue el turno de ella de preguntar sobre las novedades de la oficina, los nuevos clientes, la vida de cada uno y temas más personales. No cuestionó acerca de la relación de Joaquín e Isabella, sabiendo que podía resultar algo incómodo; además, Joaquín ya se había encargado de actualizarla en eso. Sin embargo, luego aprovecharía de preguntarles en privado.