Isabella despertó y lo primero que vio, de forma nublada, fue un techo blanco, una cama blanca, sábanas blancas, y todo blanco. Casi entrando en pánico, comenzó a hiperventilar y notó un olorcillo típico a algo, que le recordaba a algo pero todavía no descifraba qué. Fue entonces cuando vio que llevaba puesta una bata blanca y se dio cuenta que estaba en un hospital. ¿Qué había pasado? Intentando incorporarse apenas, notó que había alguien a su lado en una silla, tomándole la mano: Joaquín. Su repentino movimiento ya lo había despertado y lo tenía alerta, de pie al lado de ella.
—Dios, Isa —dijo él, con voz ahogada, acariciándole la mejilla. Tenía los ojos hinchados y rojos—. Al fin despertaste.
—Joaco… ¿qué pasó? ¿qué hago aquí? —dijo ella, apresurada por saber todo.
—Tuviste un accidente… te chocó una moto y del impacto te golpeaste la cabeza y sufriste una contusión. El doctor nos dijo que despertarías pronto pero han sido las horas más largas de mi vida.
Isabella rápidamente miró el reloj y vio que eran las cinco de la mañana. La función había acabado alrededor de las once de la noche…
—Ya estoy bien —le aseguró ella, apretando su mano.
—Isa… —comenzó él—, pensé… Dios… —agregó, con un nudo en la garganta. Los ojos se le llenaron de lágrimas y jamás lo había visto así, ni cuando le contó la historia de su pasado.
—Estoy bien —le volvió a asegurar, con un nudo en la garganta también, odiando verlo así—. Ven.
Le hizo un gesto para que se echara al lado de ella en la cama y así lo hizo. La ayudó a moverse ya que le dolía todo el cuerpo por el golpe que se había dado; aunque todavía no sabía exactamente qué había sucedido, pronto lo haría.
—De un momento donde te adelantaste para irnos a esa banca, pasó esa moto tan rápido y luego estabas en el suelo —comenzó, tragando duro—. Presentí que no era algo bueno cruzar, pero fue tan rápido que no fui capaz de adelantarme.
—¿Cómo caí? —dijo ella.
Joaquín la miró fijamente a los ojos y se acercó más a su cuerpo, aferrándose a sus hombros.
—Déjame besarte primero.
Sin entender cuál era la prisa de eso, aunque no tenía problema alguno en que la besara, chocaron sus labios. Joaquín la besó primero despacio pero inmediatamente aceleró el paso, demandándole más. Se besaron durante unos largos segundos, antes que él se retire y deje su frente pegada a la de su novia.
—Quería comprobar que eras real. Isa… caíste de cabeza, te diste un gran golpe… no sé… no sé cómo estás viva y agradezco a Dios, a todos los cielos, o a cualquier ser que esté arriba, por poder tenerte aquí. El doctor nos dijo que había sido un milagro que apenas solo fuera una contusión y que solo te hayas fracturado la pierna. —Ah, por eso pesaba tanto mi cuerpo, pensó.
—Ya estoy aquí Joaco, sanita y salva —le aseguró nuevamente—. Para darte más besos que te duren hasta el lunes.
Joaquín rió entonces, robándole un beso y abrazándola como podía, de la forma medio incómoda en la que estaban. Se quedaron así unos segundos hasta que Joaquín suspiró y se separó apenas de Isabella.
—Deja de robarte mis frases y copiarte mi estilo. Yo debo ser el que bromea y tú la que lloras —bromeó.
—¡Oye! —Lo golpeó suavemente en el pecho pero eso también provocó que le duela la cabeza por el esfuerzo. Hizo una mueca de dolor.
—¿Todo bien? —dijo Joaquín, con preocupación en sus ojos.
—Sí, sí… ya conseguiste que llore —bromeó, limpiándose las pequeñas lágrimas que habían salido de sus ojos—. Solo debo tener más cuidado con mi cabeza.
Cuando se acomodó mejor en la cama, Joaquín decidió que era momento de avisarle al doctor; quizás su novia necesitara algún tipo de revisión o tratamiento. La enfermera llegó de inmediato y la revisó: sus signos vitales, la herida en la cabeza que había necesitado algunos puntos, y su estado de salud en general. Con suerte, todo bien. Les sugirió que ambos descansen, sobre todo Isabella, y que cuando amaneciera el doctor estaría con ellos para poder darles mayor información. Y así lo hicieron.