'Exequias'
Tercera Persona. Este capítulo está narrado en pasado, pues el entierro fue antes del capítulo 3.
9 de junio.
Era un gran día. Hoy, nueve de junio del año mil ochocientos ochenta y uno, el entierro del rey de Guiena durante treinta y cinco años, Isaac Diphron. Tuvo a su primera hija, Ebrah Diphron, con diecisiete años recién cumplidos, para luego tener al segundo, el actual rey, Jason Diphron, diez años después.
El muchacho se preparaba para el cuarto entierro del año más negro de la historia de la monarquía.
Podría haber otro más si añadimos a la lista el de Tennia Hemsworth, que a pesar de que él mismo se encargó de terminar con su vida, hallaron su cuerpo y la reina consorte estaba destrozada.
Sin embargo, a Jason Diphron le daba igual. Se había quitado de en medio a Tennia, su mayor problema. Ni Puntresh, ni Drake, ni Tennia. Ya nadie podía atormentar al rey de Guiena.
Salió de su habitación, seguido de Elene, la mujer que había contratado de servicio de cocina. Ella se ató la falda a la espalda, mientras que Jason se abotonó el pantalón, pues Dakota estaba apunto de llegar y no podía encontrarlos de esas formas. El rey no hacía daño si no era imprescindible.
—Venga, sal. —ordenó el rey a la sirvienta, que corrió saliendo de la habitación.
Por otro lado, Dakota Hemsworth arribaba al lugar con suma alegría. A partir de ese día, oficialmente su marido sería rey, pues no quedaría ningún atisbo de lo que fue el monarca Isaac Diphron.
Ella misma se había encargado de terminar con él, y por ahora, su plan había funcionado a la perfección. O eso creía.
Eso era lo que ella pensaba, sin embargo, al cruzarse a su marido en la puerta, que iba hacia otro lugar distinto a la capilla Hellstrom, algo comenzó a extrañarle.
—¡Jason, cielo! —se lanzó a sus brazos en la entrada del Palacio Louvemuont, sin embargo, este la apartó evitando su beso y su roce. —Ey, ¿qué pasa?
Jason no respondió, no tenía ganas de soportar la toxicidad intrínseca de su mujer. Cada día la detestaba más, la soportaba menos y a penas llevaban una semana casados. ¿Cómo pudo creer en algún momento que la quiso? Era una celosa, posesiva, tóxica, ¿quién le aseguraba que no lo traicionaría, tal y cómo se lo había hecho a su propio hermano, sangre de su sangre?
Lo último que hacía era confiar en su mujer; sin embargo, tenía que aguantarla ya que no quería formar más conspiraciones.
Entro al coche y observo desde el retrovisor a lo lejos a Dakota, que lo miraba extrañada.
Decidió no darle más vueltas y arrancó, dirigiéndose hacia el cuartel de la policía. En un Q5 azul claro, con gafas de sol y un abrigo alto, a pesar de estar en pleno junio.
Llegó allí, donde estaban los resultados del cuerpo de Isaac. El día anterior había cerrado la capilla Hellstrom, había llevado su cuerpo a la morgue y cuando realizaron su autopsia, lo devolvió allí sin ninguna sospecha aparente de la prensa.
O eso pensaba.
En aproximadamente veinte minutos, recorrió seis kilómetros de los cuatrocientos cuarenta y dos kilómetros cuadrados que tenía de superficie.
Llegó al cuartel central de la ciudad de East Plate y aparcó el coche.
No estaba preparado para lo que podía deparar la muerte de su padre, pues en el fondo sabía que lo más probable era un intento de asesinato. Que no era un intento, vaya. Un homicidio en toda regla.
Jason entró al cuartel, saludó a la secretaría que le concedió el paso a la oficina del comandante Bellán, quién era el policía que se ocupaba de todos los casos reales.
—Buenos días, Bellán.
Axel Bellán era un agente de los valiosos. Llevaba muchos años trabajando en el cuartel, sirviendo a la monarquía, investigando los casos que le convenía. Su silencio era valioso, Jason sabía que si en algún momento se le ocurre romperlo, debería acabar con él, pero ya no le temblaba el pulso con los muertos.
—Buenas, Jason. —murmura el hombre, revolviendo los intestinos del rey con el hecho de que use su nombre.
—Alteza para ti. —dice el monarca con los dientes apretados.
—Lo siento. Buenos días, alteza. —rectifico el agente. —¿Viene por los resultados de la autopsia?
—Sí.
—Espere un momento, majestad. —Jason se irguió ante la palabrería, que lo ponía orgulloso. —Voy a imprimirlos.
El hombre asintió, Bellán salió de la oficina y Jason se quedó esperando.
Observó todo lo que había en la sala; miles de informes, objetos, carpetas...
Jason no quisó cotillear más cuando Axel Bellán entró a la sala. Traía varias hojas. Se sentó de nuevo en su sitio y le mostró los papeles.
—Mire, majestad. —murmuró, señalándole los análisis. —Aquí... los análisis de sangre están relativamente bien.
—¿Sí?
Asintió.
—Sin embargo... los análisis estomacales del rey están muy adulterados, señor.
Jason ladeó la cabeza.
—¿Adulterados?
—Sí. —continuó el hombre. —Hay sustancias que no deberían estar, además en grandes cantidades...
—¿Eso qué quiere decir?
Bellán alzó los hombros.
—Que... El rey murió de algo que le provocó un infarto, no de un simple infarto.
Jason analizó las palabras, pues le estaba confirmando lo que ya sabía.
—¿Qué es eso que le provocó el infarto?
—Fue una sobredosis de pastillas antipsicóticas. Eso hemos analizado en el laboratorio.
El corazón del rey se aceleró instantáneamente, nada más oyó eso supo que alguien había matado a Isaac, él no tomaba antipsicóticos.
—¿Antipsicóticos? —titubeó como su voz entrecortada le permitió.
—Sí, flufenzaparina. —afirmó. —Así que sólo hay dos opciones, señor. O su padre se drogaba, o lo drogaban para matarlo.
La rabia invadió la anatomía de Jason; no pensó demasiado en sus acciones cuando agarró a Bellán del cuello y le dió un puñetazo. Este grito de dolor cuando su labio se partió, manando sangre.