Supernova Parte 2
Anders.
—Debemos crear unos protectores, Anders. —me dice Marino Tártaro y lo miro como si estuviera hablándome en amárico.
—¿Protectores? —farfullo extrañado. —¿Para qué sirven?
—Los protectores son los que impedirán que os maldigan de nuevo. —me explica. —Debemos crear uno con algo de esencia de todos vosotros, y cuando lo hagamos, tendremos que hacer un conjuro para personificarlo y darle energía. Es importante hacerlo ya: tienen un tiempo de maduración de cinco días y es mejor que nos cubra desde el momento en el que terminemos la maldición.
—¿A qué te refieres con esencia?
Se echa hacia atrás para volver segundos después con un bote en la mano.
—Debes recoger, por lo menos unos mililitros de sangre de todos tus tripulantes.
—¿Sangre? —musito asqueado.
—Sí. Te aseguro que será muy poquita, pero con eso lograremos personificar la protección. Será una especie de humanoide que siempre os seguirá a todas partes. Solo los que pongan sangre y el creador, es decir, yo, podrán verlo. Os protegerá de todas las maldiciones que quieran poneros, tiene una duración de 100 años de vida y es prácticamente inmortal. Cuando os intenten maldecir, pasará un día enfermo. Esa es la señal de que alguien intenta maldeciros. Simplemente hay que darle un alimento que pida
—¿Y como consigo sangre? Tal y como está la situación ahora con la tripulación...
—Dásela a Craber y que la consiga él.
La sola mención de su nombre me hace doler el pecho un poco. Intento disuadirlo, entenderlo, comprender que él también anhela poder pero pisotearme a mi, su mejor amigo, por conseguirlo...
Parece que hemos intercambiado posiciones: ahora él es el capitán Monterrey y yo soy el navegador que hace sus tareas.
—Perfecto. —contesto volviendo a la conversación. —En un rato vuelvo y tendré el bote con ella.
—Ah, y tranquilo: la sangre de las embarazadas ya lleva sangre de sus bebés.
Asiento sonriente, tomo el bote y la pequeña aguja y salgo de su casa, bajando hasta el barco donde hallo al nuevo capitán examinando la zona de navegación.
Craber roza con sus dedos los bordes dorados del timón, deteniéndose al instante al verme. Ha pasado un día desde que es capitán, no hemos hablado de absolutamente nada en todo este día y no tengo pensado hacerlo. Prefiero dejar las cosas así: él a lo suyo y yo a lo mío.
—Craber. —lo llamo subiendo las escaleras.
—Oh, hola, Anders. —me habla sin mirarme a la cara. —¿Qué te trae por aquí?
—Es que... —le tiendo el bote el cual mira, a diferencia de mi rostro por el que no pasea ni por un microsegundo la mirada. —Marino me ha dicho que debemos crear un protector. Es una especie de ser que nos protegerá de ser malditos de nuevo, pero para eso necesita que le donemos unos mililitros de sangre, y como tú eres el capitán...
—Oh, claro. Gracias. —musita tomando el bote y la aguja. —¿Quieres venir conmigo a conseguirla? Yo no sé explicar eso...
—Si no te molesta...
No me sale decirle nada más. Ya no es lo mismo que antes: Craber sabe que lo que ha hecho ha estado feo, más habiéndome quedado a las puertas de mantener mi puesto y aunque trate de entenderle, me duele.
—No, claro que no me molesta.
Asiento sonriente, dispuesto a bajar a la recámara para esperarlo allí, pero su mano me agarra del antebrazo impidiéndome bajar. Me giro y por primera vez su mirada encuentra la mía.
—Anders, yo...
—No hace falta que digas nada, Crab. —le corto. —Está bien, te entiendo.
—¿Tú no hubieras hecho lo mismo?
Su falta de conocimiento sobre mí me hace soltar una risa triste y comprimida.
—Jamás, Craber. Sabiendo lo mucho que valorarías el puesto, jamás te haría eso. —mis palabras parecen hacerle daño. Veo sus orbes moverse entre agua. —Pero no pasa nada, Craber. Entiendo que el ansia de poder ha podido contigo, no pasa nada...
—Anders, yo no quería terminar así mi amistad contigo. Eres mi mejor amigo, tío. ¿Cómo iba a querer terminar así contigo?
—Lo hecho, hecho está, Craber. —le digo con la decepción presidiendo en mi voz. —No te martirices; simplemente pensé que tu lealtad estaba por delante de todo, simplemente no es así. Pero no pasa nada, el mirar por uno mismo también es una cualidad.
—Poniendo nuestra amistad por debajo no lo es.
—No te martirices, ¿sí? —le digo con el ruego implorando por mí. —Simplemente, no estemos más cerca.
—Perdóname...
—No, Craber. Tú sabes que cualquier pequeño acto que denote deslealtad para mi es un borrón...
—Entiéndeme, ser capitán también es mi sueño...
—Te entiendo, pero no te perdono. —soy duro a la hora de hablar, esta conversación está hastiándome. —Dejemos las cosas así y ya: a partir de ahora tú me mandas y yo acato, ¿listo? No más amistad fuera, pero tampoco tengamos enemistad dentro.
—Necesito tu amistad fuera para ser feliz, Anders.
Sonrío con tristeza.
—Haberlo pensado antes, Craber. —mis palabras son como balas que le impactan a él y luego rebotan y me atacan a mí. —¿Vamos a recolectar esa sangre?
No espero su respuesta, simplemente le quito el bote de la mano junto a la aguja y bajo por las escaleras. Me limpio con el dorso de la mano la lágrima solitaria que rueda por mi mejilla. Lo oigo venir y decido avanzar por las escaleras hasta llegar al piso de las habitaciones.
En orden, espero a que Craber llegue para tocar a la primera puerta de la que salen Rhea Morgan y Enerah Obreira.
—Recolecta de sangre. —dice Craber y yo tiendo el bote y la aguja. —Necesitamos de vuestra sangre para crear a un pequeño protector que tendremos de mascota. ¿Nos haríais el favor?
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Después de más de quince recambios de la punta de la aguja, más de siete explicaciones sobre el protector y casi medio litro de sangre recogido, el bote está lleno y yo me llevo el dedo a la boca para detener las pequeñas gotas que me salen del meñique.