'La cita'
Louise.
—¿Qué dices? ¿En serio?
—Sí, Louise. —dice Sohnya desde la otra línea. —Anders llegó y me lo contó. Yo también me quedé flipando, me pareció bastante raro... pero no sé. ¿Tú irías?
Pienso la respuesta mientras remuevo el contenido de la sartén.
—¡Louise! —oigo gritar a mi padre desde el salón. —¡La cena!
—¡Que ya voy! —grito, alejándome del teléfono. Suspiro agarrando un plato y removiendo la sartén de nuevo. Me acerco el teléfono a la oreja de nuevo. —No sé si iré, Sohnya.
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunta.
—Tengo mucho lío con... —suspiro, harta de mentir. —No creo que a mi padre le guste.
El silencio se hace en la línea telefónica.
—¿Qué tiene que ver lo que piense tu padre?
—Mmm... es que a él no le gusta que trabaje. —murmuro. —Dice que soy muy joven para ir al mar tanto tiempo... que debería quedarme en casa, haciendo de ama de casa, porque estar rodeada de tantos hombres...
—¡Menudo malencarado! —dice con cierta molestia en el tono de su voz. —¿Siempre ha sido así?
—Mmmm, no sé. —suspiro de nuevo, pasando la comida de la sartén al plato. —La única mujer que le mueve el piso es... mi madre, Samara Daven. Esa reina trabaja en un bar de noche haciendo cocteles, y Edward nunca le ha dicho nada apesar de todo.
—¿Y la madre de Pietro?
—Jamás supe mucho sobre ella. —resoplo. —Dicen que ella si sufrió mucho con Edward, pero no sé.
—Louise... ¿alguna vez te ha puesto una mano encima?
No sé que responderle. Mi padre me ha golpeado alguna vez, pero típico de una bofetada o algo parecido...
—No, no. Pero si discuto bastante con él. Nos gritamos, nos decimos de todo... pero poco más.
—Bueno, hija. Espero que puedas salir de ahí pronto, veo que no os entendéis.
—Sí.
—Bueno, corazón. Te dejo.
—Adiós, adiós.
Dejo mi teléfono sobre la mesa de la cocina y agarro una bandeja, dejando el plato sobre esta misma. Ando hasta el salón donde mi padre, un hombre barbudo y barrigón, aguarda por que llegue con la bandeja.
—Ya era hora, querida. Tú para esto de la cocina no sirves... ¿no serás buena mujer para el mercado? —lo miro con fastidio dejando la bandeja sobre la mesa. Alza las manos con fingida inocencia. —Era una broma, hija.
—Que bromas tan tontas.
—No tan tonta como tu idea de volverte al mar otros diez meses, hija.
Me quedo quieta y siento un frío recorrerme la espalda.
—Papá...
—¿De verdad te crees que te voy a dejar otra vez? —me mira, dejando el mando de la televisión sobre su tripa. —Acaso crees que todo ese tiempo, ¿cocinará tu madre? No, no. Ella tiene un trabajo de verdad.
—¿Mezclar alcohol y zumos en un bar nocturno? —murmuro, mi padre me mira, escudriñándome. —Aprende a cocinar y no dependerás de nosotras, papá. Aprende algo básico de la vida, aunque sea.
Edward deja el mando a un lado y se levanta, molesto. Sé lo mucho que le molesta que yo insinué que aprenda a cocinar, o a hacer algo, aunque sea.
—Yo trabajo y las mujeres cocinan, Louise.
—Tu mujer no cocina.
—Pero ella tiene un trabajo de verdad, no un trabajo de ir a cazar pulpos como el tuyo.
Gruño ante su enanez mental.
—No es ir a cazar pulpos y lo sabes. —digo con los dientes apretados. Se acerca poco a poco a mí y trato de no achantarme. —Y no tengas la cara de decir que estás trabajando por que llevas sin pisar una oficina más tiempo que viviendo.
—No me hables así.
—Y tú no te burles de mi trabajo, que al menos hago algo.
—¡Sí! —me grita, andando a pasos largos hasta la puerta. Agarra las llaves del bol donde las guardamos.
—¿Qué demonios haces? —me acerco hasta él.
—¡No vas a salir, no! ¡No vas a ir allí, a estar rodeada de hombres!
—¡Que no es eso, papá! —aparto su brazo de la puerta, la cual estaba cerrando con llave. —¡Voy a trabajar de verdad! ¡En un barco!
—¡Estoy harto de que no respetes las normas de esta casa, Louise! —ruge. Me empequeñezco un poco, pues ha gritado en un tono que jamás le había oido.
Oigo unos tacones bajar por las escaleras de la casa y detiene nuestra discusión.
—¿Ya estáis discutiendo? —es mi madre.
—¡Tu hija quiere irse de pingoneo al mar otra vez!
—¡Que me voy a trabajar, maldito terco! —grito, apretando los dientes por la rabia.
—¡Pues no, no te vas!
—Edward. —dice mi madre en un tono completamente tranquilo. —La niña tiene un trabajo y de verdad.
—Ella debe quedarse en casa, cuidando de su familia.
—Ya estáis mayorcitos para no cuidaros vosotros. —mi madre pasa sus manos por su pelo. —Anda, Edward no seas así.
Mi padre me mira, enrabietado y me agarra de la barbilla, para acto seguido clavar sus dedos en mi mejilla.
—Cómo me vengas con problemas y tonterías no pisas más esta casa, Louise. —me empuja la cara hacia un lado con fuerza, siento el calor de la marca de sus falanges y me tambaleo.
Edward no dice nada más antes de irse enfadado, pasando por al lado de mi madre y yéndose al piso de arriba.
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—¿Otra época de mar, Louise? —me dice Samara, moviendo las manos. —Parece que estuvieras tentando a la suerte.
—Pero mamá, ¿yo que hago? Además, es mucho dinero.
—¿Mucho?
—Sí, mamá.
Me levanto de la silla y no digo nada más, pues hablar en esta casa de dinero es peligroso.
Me ha desaparecido dinero de mi cuenta últimamente, y estoy segura de que han sido mi padre y mi hermano. Eso es robo, aparte del hecho de que cuando 'me porto mal' —que es básicamente defender mi trabajo y defenderme a mi— me encierran en casa, me gritan o me quitan mis cosas a modo de castigo.
No sé si eso sea algo denunciable, lo que si sé que debería hacer es denunciar el robo pero necesito pruebas.