Aunque era sábado, esperábamos encontrar a Salva en la clínica donde trabajaba. Acertamos. El joven tenía una pequeña consulta en una angosta habitación en la que apenas cabíamos los tres.
—¿Qué os trae por aquí, jóvenes?
Fue Mariana la que expuso el motivo de nuestra visita. Cuando terminó de contárselo tal y como ocurrió, Salva nos miró como si tuviésemos demasiada imaginación.
—Es cierto. Todo —dije —. No estamos inventándonos nada.
—Suena tal y como una novela de misterio. El malvado asesino y los dos niños que se dan cuenta de su astuto plan, desbaratándolo todo.
—¡Ojala sea así! —No pude menos que exclamar —. No nos crees, ¿verdad?
—Cuesta un poco pensar que no me estáis tomando el pelo. Pero no os considero de esa clase de niños. Así que no tengo más remedio que creeros. ¿Por qué no habéis acudido a la policía? —Nos preguntó.
No supimos que contestarle.
—Me lo imagino —continuó —, la emoción, el misterio, ¿verdad? Pero, ¿a que no habéis pensado en el peligro y sus eternos compañeros, el dolor y las lágrimas?
Negamos con la cabeza.
—¿Tenéis algún sospechoso? ¡Claro! Seguro que si que lo tenéis...
—El padrastro de Fermín. Es un tipo de esos... —dije. Ni se me ocurrió decir nada sobre mi tío, estando Mariana delante.
—¿De esos? ¿De qué tipo es?
—Del tipo de personas que no te gustaría encontrar en un callejón de noche —explicó, Mariana.
—Comprendo. De ese tipo. Pero no poseéis ninguna prueba de que fuese él.
—No —negué —. Aparte de ese gemelo que encontré en la cueva...
—Y que puede pertenecer a cualquiera ¿no? Aunque es un poco raro que alguien lleve gemelos cuando se dispone a visitar una cueva. ¿No creéis? Quizás se le cayó a alguien y no tiene por que ser de vuestro asesino ¿No lo habéis pensado?
—Mi padre entró en la cueva el otro día —dijo mi prima —, pudo caérsele a él. Esa sería la explicación.
—¡Ahí lo tenéis! —Confirmó, Salva.
—O puede que sea del asesino —recalqué yo, viendo como todas mis pistas y sospechas caían en un saco roto.
—Sí, Álvaro. También podría ser de él, si existe en realidad.
—¿Cómo que si existe? —Pregunté yo —. Alguien mató al abuelo y también atacaron a Fermín.
—Todavía no están seguros del todo de que Eustaquio fuese asesinado. La policía no está convencida de ello y Fermín; dudo de que alguien le atacara. La oscuridad te hace ver cosas y más en un sitio como ese que, por lo que me han contado tiene hasta su propia historia de fantasmas. Vuestro amigo pudo ponerse nervioso, solo en aquel lugar no sería de extrañar y arañarse el mismo sin darse cuenta. Las heridas que presentaba eran bastante superficiales. Lo único preocupante era el peligro de infección, por eso decidí vendarle los ojos, para que no intentase tocarse en un descuido y empeorar las cosas. No tenéis idea de la cantidad de gérmenes que puede haber en unas manos sucias.
—Pero usted dijo que la policía encontró unas latas de gasolina ocultas, señal de que el incendio fue provocado.
—Eso es lo que creyeron en un principio, pero luego descubrieron que Eustaquio disponía de un pequeño generador de los que usan gasolina, con el que se calentaba y alumbraba y que fue el que probablemente ocasiono el incendio... No tenéis nada, Álvaro. ¿Te das cuenta? Solo humo.
No podía creerme lo que estaba oyendo. Pero aún había algo más.
—¿Y esas niñas que aparecieron muertas en la cueva y cerca de ella? —Pregunté, desesperado.
—No hay tales niñas. La radio se equivocó al nombrar la cueva. Esa niña, pues tan solo fue una, murió en una cueva cercana a Gijón. Y murió de un golpe en la cabeza debido al desprendimiento de una roca. ¿Ves, Álvaro? Solo humo. Habéis estado jugando a detectives y vuestra imaginación lo creó todo.
Salimos de la clínica, desolados y cabizbajos. Todas las pruebas apuntaban a que lo ocurrido había sido fruto de nuestra fantasía. Una fantasía desbordante como nos dijo Salva que poseíamos. Buena para ciertas cosas, pero no tan buena para otras.
—¿Y ahora qué hacemos? —Me preguntó, Mariana.
—No lo sé. La verdad es que no lo sé —respondí. Tenía la sensación de haberme quedado vacío. ¿Era verdad que tan solo teníamos humo? Pensando detenidamente en lo que Salva nos dijo, sí, esa era la respuesta más verosímil. Pero, ¿por qué tenía la sospecha de que algo se nos escapaba?
—Volvamos a casa —dije y tomé la mano de mi prima.
—Yo casi me alegro de que no haya sucedido nada, Álvaro.
—Pues yo aún sigo pensando que aquí hay gato encerrado. Te acuerdas de lo que nos dijo Fermín. Dijo haber encontrado a la niña muerta y dar el aviso a la policía.
—¿Crees que nos estaba mintiendo? —Quiso saber, Mariana.
—No. Eso sería muy fácil de probar. Tan solo tendríamos que acudir a la comisaría de policía y preguntarles a ellos.
—Te refieres a esa comisaría de policía —dijo mi prima señalando el local que teníamos enfrente y que casualmente era la citada comisaría.
—Sí. Entremos. Espero que quieran contárnoslo.
Nos acercamos al mostrador de recepción donde un policía, grueso y algo calvo tomaba declaración a una señora mayor que por lo que escuchamos había perdido a su gato.
—¿Raza? —Preguntó el aburrido municipal con una libreta en una mano y un lápiz en la otra.
—Un gato. Ya se lo he dicho —respondió la señora con impaciencia.
—¿Color?
—Blanco y marrón y canela y también negro.
—Muchos —dijo el policía escribiendo eso mismo.
—¿Nombre?
—Yo nunca le puse nombre. Le llamaba gato, gatito, misifu. El siempre atendía por todos ellos.
—Sin nombre.
—Sin nombre no. Le he dicho que tenía muchos nombres.
Mi prima y yo estábamos absortos por la conversación, por lo que no vimos como otro policía se acercaba hasta nosotros.
—¿Qué es lo que queréis, niños? —No preguntó sin mucha delicadeza.
—Queríamos saber el nombre de la persona que encontró el cadáver de esa niña junto a la cueva —le expliqué.
—Ya. ¿Y por qué queréis saberlo?
—Creemos que fue un amigo nuestro. Por lo menos eso nos dijo, aunque no sabemos si nos mintió.
—Pues si ese amigo vuestro se llama, Fermín. Entonces no os mintió.
—Efectivamente, se llama así. ¿Entonces es cierto?
—Sí, muy cierto. Ahora haced el favor de iros a jugar por ahí. Aquí tenemos cosas importantes que atender.
—¿Donde perdió usted al gato, señora? —Oí que preguntaba el otro policía.
—Nunca he dicho que lo perdiera —contestó la mujer —. Tan solo se fue y aún no ha vuelto y eso que le puse su desayuno preferido. Porras y café con leche.
—¿Le da usted de desayunar a su gato porras con café con leche?
—Sí, por qué no. También tiene derecho a desayunar bien, ¿no cree usted?
Cosas importantes, me dije mientras abandonábamos la comisaría. Por lo menos habíamos logrado averiguar la verdad. Fermín no nos mintió. El que parecía haberse equivocado era Salva...Que, como mi prima dijo, también su nombre comenzaba por la letra ese.
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Editado: 12.07.2018