Lo primero con lo que se encontró Rachell al llegar a Nueva York fue con la sugerente foto que su hija había subido a internet, donde evidentemente acababa de tener sexo con Alexandre. Estéticamente le pareció muy linda y tierna.
Por experiencia sabía que cuando se estaba enamorada provocaba gritarlo a los cuatro vientos, quizás ella quería que la gente verdaderamente creyera en sus sentimientos y en los de Alexandre, por eso hacía esas cosas, pero ahí estaba Samuel Garnett, prácticamente estampándole la foto en la cara y reprochando las acciones de Elizabeth, olvidando que muchas veces él hizo lo mismo cuando eran jóvenes.
Incluso ahora, con todo y siendo el intachable fiscal de Nueva York tenía una foto reciente, donde estaban metidos en una tina, rodeados de espuma, y solo se venían los pies de ella apoyados en su pecho.
Nadie había dicho que estaban viejos para esas cosas, ni que tenían un nombre que cuidar, porque para él era más importante su mujer y sus sentimientos.
Siempre refunfuñaba: ¿Por qué guardar las apariencias con el amor?, ¿por qué ocultarlo?, ¿por qué amarse es mal visto?...
Demostrar que a esa edad podía tener sexo con su mujer no era un tema tabú para él. Entonces, ¿por qué tenía que serlo para su hija de escasos veinte años? Eran las cosas que no podía comprender de su marido, que se dejaba llevar por los celos que iban más allá de lo racional.
—Es más que la foto, Rachell, es lo que dice… ¿Acaso no puedes verlo? Ya nos olvidó, no somos su hogar, ya no somos nada para ella.
—No exageres, Samuel… Elizabeth nos ama, vengo de estar con ella y sigue siendo mi hija, mi niña amorosa, nada ha cambiado… Lógicamente, para ella Alexandre es su nuevo hogar, así como tú te convertiste en el mío…
—Pero tú no tenías a nadie que te amara, no tenías una familia…
Eso verdaderamente hirió a Rachell, sabía que él no lo había hecho con mala intención, pero no por eso evitó que se sintiera lastimada.
—Gracias, Samuel, gracias por recordármelo —dijo muy dolida y se fue al baño.
Él resopló, seguro de que había metido la pata hasta el fondo.
—Rach, Rachell… Lo siento —dijo siguiéndola, pero ella casi le estrelló la puerta contra la nariz y le puso seguro—. Cariño, lo siento… Fue estúpido de mi parte decir eso… Entiende que estoy desesperado, siento que pierdo a Elizabeth… Rachell, ábreme, por favor.
—Estás a punto de perder a tu familia por ser tan imbécil. —Le gritó al otro lado de la puerta—. Ya no te soporto, Samuel, tu actitud me tiene extremadamente cansada…
—¿Quieres que me vaya? —preguntó sintiéndose acorralado—. ¿Quieres que vuelva a dejarte?
Repentinamente la puerta se abrió, los ojos llorosos de Rachell le gritaban que estaba furiosa.
—Si quieres irte puedes hacerlo… Lárgate, pero esta vez no voy a perdonarte, por mucho que me duela dejarte no te perdonaré. No creas que vas a irte de casa y regresar veintiún días después como si nada, esperando a que te reciba con los brazos abiertos.
Amenazó, porque ya una vez Samuel llevó el matrimonio a un hilo de romperlo, cuando amparado por el estrés de las elecciones para ser fiscal y los constantes viajes de ella por trabajo no hacía más que discutir y reprochar eso por lo que una vez le ayudó a luchar, alegando que nunca estaba para él, cuando prácticamente había sido su sombra.
Él decidió tomar el camino más fácil e irse de casa, dejándola a ella con la responsabilidad de los niños, su trabajo y el dolor de creer que tendría que enfrentar un divorcio con el hombre del que todavía estaba perdidamente enamorada.
—En el instante en que des un paso fuera de esta casa llamaré a mi abogado para iniciar el divorcio, y no te estoy amenazando, solo te lo informo. —Se sentía muy molesta con él pero mucho más con ella misma, porque estaba permitiendo que las lágrimas la vencieran.
—Lo siento, mi vida, no quise decir eso… Mi intención no fue lastimarte ni hacerte llorar; es decir, solo intentaba cumplir tu deseo, bien sabes que los niños y tú son la razón de mi existencia… Quizá por eso es que estoy tan desesperado con la situación de Elizabeth, porque con ella siento que estoy perdiendo parte de mi alma. —Se llevó las manos al rostro y se echó a llorar—. Parece que nadie puede darse cuenta de eso, nadie logra comprenderme… Lamento no ser tan desprendido como tú… Elizabeth es muy importante para mí.
Esa actitud derrotada de su marido fue suficiente para que ella olvidara lo que había hecho, lo estúpido e hiriente que podía ser muchas veces con sus palabras.
Lo abrazó fuertemente, y él lloró convulso entre sus brazos, perdiendo la fuerza en sus piernas; se dejó vencer y terminó sentado sobre sus talones, y Rachell se fue con él hasta el suelo.
—Te entiendo, amor… —dijo sujetándole la cabeza con fuerza para poder levantarla y mirarlo a la cara; sin embargó él se rehusaba.
—No, no me entiendes… No lo haces. —Sollozó.
—¿Crees que porque intento comprender a mi hija no entiendo que estés destrozado?, ¿que no puedo sentir tu dolor?… Pues lo hago, lo padezco en carne viva, Sam; puedo comprenderte porque estoy sintiendo lo mismo, pero no puedo anteponer mi dolor a la felicidad de mi hija… No puedo ser tan egoísta.
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Editado: 18.12.2023