Coco
Si bien el perro de Marion, de nombre Coco, también comenzaba a inquietarse fue el silencio del pájaro carpintero, más que la creciente desesperación de su amigo canino, lo que la hizo despertarse de golpe.
De inmediato se incorporó en la cama y miró hacia el exterior, esperando encontrar alguna suerte de desastre inminente, un apocalipsis espontáneo que hubiera callado el repetitivo golpe del ave que siempre la despertaba.
Por la ventana todo parecía igual: los árboles estaban quietos y apenas el sonido de algún carro interrumpía el silencio. Pero pronto reparó en que en las costuras del paisaje estaba el más perturbador de los detalles: no era que el día estuviera en paz, sino que una fuerza invisible lo obligaba a permanecer estático, y los sonidos habituales de los animales de la colonia permanecían resguardados junto a ellos en sus refugios improvisados. Por la ventana vio como los gatos callejeros que siempre robaban la comida de su perro saltaban por la barda, con los músculos tensados a causa de la huida.
Se puso de pie y salió de la habitación. Enseguida entró al comedor, el verdadero epicentro de su arte, teniendo cuidado en no tirar el caballete ni patear algún instrumento de su oficio.
Pasó entre los cuadros de doncella de facciones delicadas y hombres de postura gallarda que jamás se encorvaban; entre las pinturas de sembradíos en líneas perfectas donde el verde se deshacía entre las faldas del cielo, y pasó al lado de retratos de objetos simétricos que no exhibían defecto alguno en sus formas. Al final pasó por su pintura más reciente: el retrato del rostro de su novio, de contornos rectos y proporciones simétricas, quien tras solo un par de ruegos había aceptado ser su nuevo modelo.
Luego, salió al silencio del patio, donde los árboles normalmente albergaban aves y algunos insectos; pero parecía que no quedaba ninguno, ni en su casa ni en la del Sr. Yilmaz, donde era común encontrar palomas en el techo.
Hace algunos años una banda de ladrones había intentado robar su casa. Consecuentemente Marion había colocado cámaras en diferentes puntos, apuntando hacia su patio y hacia la calle. Se le ocurrió que podría revisar más tarde si algún evento había ahuyentado a los animales.
De todos los animales que esperaba encontrar solo uno, como hechizo maldito, continuaba en la misma posición del día anterior: la mariposa negra, que seguía anclada en su pared, con la cabeza dirigida a una esquina de la casa y las alas abiertas casi paralelas al techo, casi convertida en piedra,
El único sonido que salía de los árboles era el roce de las hojas cuando el viento las acariciaba. Marion buscó entre las ramas, pero no encontró una sola de las aves. Sabía que cuando las aves huían, a veces era porque presentían un desastre, pero cuando miró al cielo no encontró rastro de tormentas.
En eso una masa oscura, casi como un bólido, le pasó por un costado desde el lado de la casa del Sr. Yilmaz; luego, se elevó en el cielo, aleteando con fuerza, hasta aterrizar en el techo del Sr. Hinojos, el vecino del otro lado.
Se trataba de una paloma, que se colocó en el último espacio de una fila compuesta por aves similares. Marion observó con sorpresa que esa formación no era la única: en el techo de los vecinos que rodeaban su hogar, y en sus árboles y rejas, se concentraban en fila las aves cual ejército formado en los bordes de un cuadrilátero. Todas las aves permanecían con el cuerpo inmóvil, dirigido hacia su casa, de vez en cuando agitando sus cabezas con movimientos rápidos y rectos, para luego volver la mirada hacia el frente. El miedo se apropió de ella; las aves ciertamente miraban su casa, y la del Sr. Yilmaz, pero ninguna se atrevía a posarse en sus hogares.
-¡Señorita Marion! ¡Señorita Marion!
Los gritos del Sr. Yilmaz fueron sofocados por los ladridos furiosos de Coco, su perro, quien habitualmente hacía poco ruido pero que ese día parecía poseído por una fuerza que magnificaba la fuerza de sus ladridos.
-¡Señorita Marion! ¡Venga ya! ¡Coco se ha vuelto loco!
Marion salió disparada hasta el extremo de su patio que daba hacia la casa del Sr. Yilmaz. Las casas de ambos estaban en desnivel con relación a la calle, pero desde las escaleras externas de Marion uno quedaba por encima del patio del Sr. Yilmaz, y dada que la barda del hombre no era muy alta, era posible saltar por la barda y caer directo en la casa del vecino, cosa que Coco parecía decidido a hacer.
-¡Coco, cálmate ya, cálmate!
Cuando Marion llegó se encontró al Sr. Yilmaz en su patio, agitando una escoba en el aire en un intento desesperado por evitar que Coco cayera por la barda; no hubiera sido la primera vez, y al Sr. Yilmaz parecía no molestarle demasiado que Coco se escapara a sus territorios, pero ese día a ambos les había surgido un cambio en las personalidades: el Sr. Yilmaz, siempre calmo, con desesperación intentaba hacer huir al perro, y Coco, usualmente tierno, ladraba con fuerza mientras mostraba los colmillos, y a ratos, se daba vueltas sobre su eje e intentaba entrar a la propiedad del vecino.
-¡Coco, Coco! Lo siento mucho, Sr. Yilmaz, jamás lo había visto así.
-No se preocupe, señorita- el Sr. Yilmaz contestó mientras le arrancaba la escoba de entre los colmillos al perro-, pero lléveselo, lléveselo ahora.
Marion notó que la fuerza de Coco, más que decrecer, comenzó a aumentar, y comenzó a temer lo peor:
-Sr. Yilmaz, no puedo con Coco, es demasiado fuerte ¡Erik!- Marion llamó a la ventana del huésped del Sr. Yilmaz, ubicada sobre su cabeza-¡Erik! ¡Ayúdanos!
-¡Marion, no lo…!
El Sr. Yilmaz calló. Así mismo Coco, e incluso Marion perdió la voz ante el cambio de la escena. Coco de pronto se detuvo, con el pelaje subiendo y bajando por la fuerza de su respiración, pero sin emitir ladrido ni hacer movimiento alguno.