Erik caminaba despacio. O quizá su cerebro no alcanzaba a asimilar la velocidad de sus movimientos, tan sumergida como estaba en el letargo de lo irreversible, en la conciliación de que, probablemente era este momento, y no el imaginado, el último de la vida.
Su mirada era cálida y sus ojos, ahora iluminados por el sol, abandonaban a ratos su tonalidad verdosa y se volvían ámbar.
Más que miedo, Marion sentía el mareo que sobreviene a quien vive una situación ilógica o nunca prevista. Su mente intercalaba al Erik actual, callado, de movimiento lentos y rostro reflexivo, y la bestia que se sostenía a la pared, sus extremidades contorsionadas y su rostro con colmillos; pero no conseguía superponer una imagen a la otra, sino que pensaba en ambos como entes diferentes.
-Vine porque te vi.
-¿Me viste?- contestó Marion, pensando en la imagen de ella misma con la cabeza pegada a la pantalla mientras descubría su secreto en la grabación.
-En casa del Sr. Yilmaz, y te escuché. Me querías ver ¿cierto?
Marion respiró aliviada. Había una pequeña esperanza de sobrevivir.
-Sí, sí quería.
Erik se distrajo observando sus pinturas, lo que Marion aprovechó para apagar la pantalla de inmediato y dar pasos pequeños pasos hacia la puerta.
-Me dijo el Sr. Yilmaz que eras pintora.
-Estoy segura de que ha dicho muchas cosas de mí- dijo Marion con una nota de sarcasmo que disfrazaba su nerviosismo.
-Cosas buenas, sobre todo- respondió Erik, concentrado en la recreación de una familia junto a un río-. Es lo que me gusta del Sr. Yilmaz, observa, y no dice nada más. Solo observa.
Erik le dio la espalda para observar la pintura con mayor atención. Marion comenzó a deslizarse hacia la salida, en silencio.
-¿Por qué querías verme?- Erik se dio media vuelta.
Marion se detuvo de golpe.
-Porque te quería… te quiero conocer.
-¿Y eso por qué?- preguntó de nuevo, esta vez con el gesto contraído.
-Porque, porque…me gustaría hacer una pintura de ti.
No era completamente cierto, pero la excusa tenía la dosis suficiente de verdad para, por lo menos, sonar convincente.
-Lo siento si fui un poco rudo- dijo Erik, de pronto avergonzado-. Lo que pasa es que no mucha gente quiere hablar conmigo, no después de conocerme.
-¿A qué se debe eso?
En lugar de responder Erik se limitó a sonreír, de forma fugaz y vacía.
-No creo que sirva como modelo de tus pinturas- continuó Erik-. Mira toda esta gente: es perfecta, está feliz, todo es sol y primavera. Pienso que no sirvo para tus pinturas, y si puedo ser sincero, pienso que nadie en realidad.
-¿Disculpa?- la voz de Marion dejó de temblar, ofendida.
-Oh no, perdóname, no quise ser grosero. Me imagino que esto es lo que buscas: hacer pinturas hermosas. Me refería más bien a que no buscas ser realista.
-¿Y por qué creerías eso?
Erik volvió a observar las pinturas: las manos enlazadas, los ojos mirándose con ternura, los cielos claros y las conversaciones armoniosas que parecían desenvolverse en ellas.
-Creo que eres el tipo de artista que quiere reflejar la realidad, pero no la logra entender por completo. Eliges ver lo que quieres ver, y lo que ves es como tú: bello, simétrico, sano, feliz.
“Pero no puedes pretender que el mundo es así. El mundo es terrible, oscuro, injusto y cruel. La gente rara vez obtiene lo que merece, para bien o para mal. No es un lugar lindo, y a veces es mejor buscar la inspiración en las fantasías. Pero si pudieras encontrar la belleza en lo más horrible y detestable, entonces te diría que lo has entendido todo.
-¿Y qué se supone que habré entendido?
Erik apenas iba a contestar, cuando en eso la puerta se abrió por segunda vez.
-Hola amor, dejaste la puerta abierta.
Alexander de inmediato observó a Erik. Su gesto amable se volvió frío de nuevo, mientras intentaba descifrar la identidad y motivos del visitante.
-¿Y tú quién eres?
-Él es Erik- se apresuró a contestar Marion-, es huésped de mi vecino, el Sr. Yilmaz.
Alexander dio un paso adelante y le extendió la mano.
-Hola, soy Alexander, el novio de Marion.
Alexander intentó apretar con potencia la mano de Erik, pero pronto sintió cómo las fuerzas del huésped del Sr. Yilmaz excedían las suyas, y sus músculos cedieron hasta sentirse un conjunto de carne esperando que lo dejaran en paz.
-Erik- respondió éste con sequedad.
-Qué bueno que tienen oportunidad de conocerse- Marion intervino, esperando destensar todo el ambiente-. Justo hablábamos de mis pinturas.
Pero había algo en Erik que había cambiado de improviso: sus ojos ya no eran amables, sus rasgos habían perdido su estado relajado, y hasta su cuerpo entero parecía haber entrado en un estado previo a la cacería de una presa. Marion comenzó a temer que Erik se convirtiera en monstruo en aquel momento, pero en lugar de eso Erik tomó una decisión extraña: se acercó a Alexander, con la mandíbula semiabierta, con las fosas nasales abriéndose y cerrándose, y sin mayor preámbulo aspiró el aire a su alrededor.
-¿Qué? ¿qué pasa?- preguntó Alexander, confundido.
Marion sintió el miedo en la boca del estómago. Los movimientos rápidos de la cabeza de Erik comenzaban a parecerse a los de la grabación, y temió verlo pronto convertido en el monstruo que había visto fuera de la ventana. En lugar de palabras Erik produjo algo parecido a un gruñido, con los ojos amarillos clavados en el imponente Alexander.
-Voy a estar con el Sr. Yilmaz, Marion.
-¿Pero qué, qué…?- alcanzó a decir Alexander, dando vueltas sobre su propio eje a medida que Erik terminaba de olisquearlo- ¿Viste lo que hizo ese animal?- dijo por fin cuando se fue.