—Ruth.
Escuchó que la llamaba Marge, su madre, desde el otro lado de la puerta.
En otro momento, sin la prueba de un error que no sabía cómo solucionar, y con el miedo oprimir su pecho, hubiera respondido de inmediato.
Tan rápido como para ocultar la vergüenza en el pecho de su madre, y cederle la responsabilidad de sus actos, ya que ella siempre tuvo el coraje para decidir.
Quizás, muchas de ellas, no fueron las más acertadas, como casarse con su padre abusivo, por ejemplo. Un sujeto de carácter pobre, que su temperamento dejaba más de una huella física y emocional en el cuerpo de la familia. Pero, sin ánimos de criticar, menos en esa circunstancia, solo sollozo de impotencia.
Había tantas alternativas para solucionar el problema. Sin embargo, Ruth, presa del miedo, se refugió en la desesperación de Marge, que no dudó en forcejear la puerta. La cual, de tantos golpes que aguanto de su esposo, se abrió a la mínima presión.
Para dejar a la vista, el rostro demacrado y asustado de su hija menor. Por un segundo, se preguntó el motivo de su preocupación, hasta que el test de embarazo, que temblaba entre los dedos rígidos de Ruth, la impulsó a abrazarla con todas sus fuerzas.
Ella notó ciertos síntomas, no obstante, la ciega confianza en su hija, nublo su intuición. Algo del cual se arrepentía, mientras escuchaba y contenía el dolor de Ruth.
Escena similar a su juventud, que acabó en un matrimonio, del cual se arrepentía demasiado. Pero, no tanto, como para intentar remendar su decisión en la vida de su hija.
—Todo va a estar bien…
—No, mamá. No lo está y no lo va a estar —interrumpió, presa de la desesperación— ¿Y sabes por qué?
Marge negó con la cabeza, mientras sostenía con amor el rostro de Ruth, y sus pulgares acariciaron las mejillas empapadas de la joven. Un gesto que la hizo sonreír, antes de responder.
—Porque Iván no se va a hacer responsable —dijo con la voz temblorosa—. Nuestra relación solo fue un capricho, mamá. Ni siquiera hay amor entre nosotros.
Susurro, avergonzada, al admitir una verdad que, hasta ese momento, tampoco quiso reconocerse a sí misma.
Cegada por la idea romántica de un noviazgo, después de una adolescencia oprimida por las exigencias de su padre, al verse como una universitaria independiente, creyó poder hacer realidad sus anhelos juveniles en el chico que demostró interés en ella.
Para al final, descubrir que lo mágico de las fantasías, se desvanecía tan fácil, como fue descubrir las intenciones ocultas de Iván.
Le fue tan fácil ver lo inexperta e ingenua que era, que unas cuantas palabras llenas de halagos y algunas citas, fueron suficiente para verse en una situación de la cual no supo decir no.
—Creí que lo sabía todo —admitió, con pesar, y sin animarse a mirar a los ojos a su madre, para atender las dos líneas en el test—. Fui una estúpida. No importó cuánto me dijeras que me cuidará, porque no supe ponerlo en práctica, y así acabó todo.
Lloró, desconsolada, en cuanto la mano de su madre, cubrió las suyas. Momento en que Ruth observó con horror el anillo de matrimonio de sus padres.
—¿Va a ponerse como loco, cierto?
Marge no necesito pedir explicación, porque entendió a lo que se refería.
—No te preocupes —optó decir, segura de sí misma—. Mientras ocultemos la evidencia, no va a pasar nada.
—No es idiota, él se va a enterar, mamá.
—Tal vez. —Dudó Marge, sin embargo, se aferró a su determinación, por el bien de las dos—. Lo que no significa que nos quedemos de brazos cruzados. Confía en mí.
Ruth le mantuvo la mirada, insegura por tantos recuerdos de su padre violento contra ellas, y por razones mucho más insignificantes que un embarazo. Pero sonrió a la voluntad de su madre.
No estaba segura de cuáles eran los planes que tenía Marge para abordar el problema, sin embargo, eso no impidió que aceptara su ayuda.
Seguía con miedo. Hasta la mortificaba saber que estaba embarazada, cuyo estado, diferente a otras mujeres, a ella no le generaba ni una pizca de felicidad o amor.
Pero, más allá de eso, con los ojos húmedos, asintió a la fortaleza materna de Marge.