Mary, la muñeca de trapo

5

   Carmen dibujaba, en una hoja número seis. Eran las mejores ya que su gran tamaño permitía remarcar detalles que uno no nota en una hoja pequeña de cuaderno.

   Su hermana le había enseñado a dibujar. Era algo que ella disfrutaba y que lograba desconectarla de la realidad. Ella recordaba lo talentosa que fue su hermana, aunque Suzie lo negara. Suzie siempre estaba inmersa en sus retratos, en sus creaciones; cualquiera que osaba interrumpirla a mitad de un trabajo se ganaba su odio y temperamento, a excepción de Carmen. Suzie siempre se había mostrado ansiosa por mostrarle sus obras y siempre tenía una sonrisa para ella. No se cansaba de decirle que algún día ambas dos serían famosas, y que tendrían que prestarle dinero a su hermano. El primer paso hacia aquel futuro, fue cuando Suzie le enseñó a Carmen a dibujar.

   Ese día la muchacha no tenía ánimos para inventar, y lo que hizo fue retratar a Mary (decidió que ese era su nombre).

   Al repasar los detalles del cabello con el primer lápiz de sombreado, comenzó a pensar en que no podía ser una coincidencia que aquella muñeca se le pareciera tanto.

   “Al menos no se llama Carmen”, pensó.

   ¿Pero qué le hacía pensar que Mary era su verdadero nombre? La Mary del collar podía ser tranquilamente una marca, o quizás así se llamaba su dueña. Carmen no había sentido curiosidad por la anterior niña que vivía ahí, y su padre no le había mencionado cómo se llamaba. Ahora se arrepentía. Era una suerte que ella estuviera viva.

   Quizás, si la curiosidad seguía creciendo en su interior, le preguntaría a su Harry por el nombre de la anciana que les había vendido la casa.

   El sueño cayó sobre Carmen con violencia. Dejó el papel y el lápiz de sombras en el suelo, lejos de donde pudiera pisarlo por accidente. El escritorio de su habitación tenía tantos relieves, almohadillas, figuras talladas y cubiertas de cuero delimitando sectores, que Carmen no podía verle ninguna utilidad más que de modelo para un dibujo: para esos dibujos sencillos y llenos de detalles que salen tan bien cuando no puedes hacer volar tu imaginación. Dibujar cosas inanimadas era lo más sencillo de todo. Incluso las plantas más humildes eran un reto mayor que los edificios o los muebles, porque imitar cosas vivas era mil veces más fácil que calcar cosas muertas.

   Después de apagar las luces, se acobijó bajo los cobertores con la muñeca junto a ella.

   En la oscuridad, su mente voló hacia esa tarde cuando el auto marcaba sus huellas frente a las rejas negras. El silencio trajo ante sus ojos el recuerdo de aquel sueño pavoroso de un cielo oscuro, de aquella pequeña ave que la tormenta no había podido derribar.

   Aún.

   Carmen se preguntó que le iría a pasar a esa ave tan parecida a ella y, con el deseo de enterarse cómo finalizaba ese sueño para poder dibujarlo, cerró los ojos.




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