El sonar de las gotas era un ruido de esos que puedes soportar pero solo unos minutos, la boda iba del todo bien, aunque claramente y como la mayoría de las veces ¿Qué tan feliz puede ser una boda entre un viejo de 50 años y una chica de 16?, pero esta era la ley; solo así se salvaría la poca fortuna con la cual sobreviven aunque cómodamente mamá una mujer la cual debió repetir este proceso como una larga cadena en su familia, y claro para darle el gusto a papá el cual gastaba grandes cantidades de dinero en vinos exóticos y compañía de cortesanas... claro aunque madre lo sabía ella solo caballa como siempre —Pensaba Maryoret —. La iglesia era extremadamente bella, los bellos vidríales eran una mezcla de arte y esperanza, para los pobres esto era lo más cercano al cielo que podían ver. Y para los eclesiásticos pecadores su pequeño infierno disfrazado de casa de Dios, El obispo Cleytom de Babieree estaba a cargo de la boda, la donación para la iglesia fue triple, el obispo está muy familiarizado con la avaricia y eso casi toda la ciudad lo sabe, aunque algunas hermanas poco inteligentes intenten dejar esto como una calumnia perversa.
El hombre que está a mi lado acaba de cumplir cincuenta años, algunos años menos que yo. 34 para ser exactos, todavía no encuentro que es lo más asqueroso en él, no sé si será su bigote de morsa o su papada regordeta a cual da un asco espeluznante con solo verla. No crean que no me opuse a esta boda, claro que lo hice pero después de una gran golpiza de mi padre el famoso "Comerciante de pieles" del castillo de Seischiskerst. Un hombre a cual solo le importa su fortuna, su segunda familia y su único hijo varón bastardo, ahh... cierto olvidaba eso, Mi padre odia su familia porque su esposa solo le dio dos hijas hembras. Yo y mi hermana menor de 14 cuatro años la cual por desgracia esta postrada en una cama, luego hablaremos de ese tema. A raíz de esto busco a otra mujer para probar su suerte y el muy hombre engendro a su amado varón bastardo el cual hoy cumple 13 años, así que ya sabrás a donde va a parar su dinero y su atención, mientras me vende como ganado por más dinero para él.
Aunque las personas no hablaban muy fuerte podía escuchar algunas de las conversaciones más cercanas a mí. Entre muchas escuche estas. —Qué bello esta su vestido, lástima que su esposo sea un asco—. Y yo concordaba con eso, mi vestido era herencia, lo uso mi madre y abuela, imagino que estaban feliz mientras lo usaban, algo que hoy no comparto con ellas. —Espero que sea muy feliz —. Dijo una vieja campesina. Después de sermón dado por el obispo Cleytom a los feligreses, se continuo con la boda, unas gotas caían con fuerza a unos pasos frente a nosotros, este era el sonido que ya no podía escuchar más, puesto que la mañana amaneció nublada, llovizno con poca fuerza y la catedral necesitaba algunas reparaciones por filtraciones, unas gotas caían y caían. Aunque prefería ver el charco de agua creado por las gotas, que la cara del padre Cleytom o la de mí ahora esposo Niccolas Conde de Borbonne.
Después del beso, las felicitaciones y el agrado a mi padre, llego lo que más esperaba, el regreso a casa, bueno a mi nueva hogar. La carreta era tirada por dos caballos blancos relucientes, Niccolas estaba frente a mí, el me veía como a una jugosa fruta al cual devoraría sin dejar nada, el viaje a su casa no era muy largo puesto que solo estaba a cuarenta minutos de la catedral de Seischiskerst. A las afueras del pueblo en una pequeña colina estaba el pequeño palacio del Conde. Seischiskerst era un pueblo no muy grande en el habían tres plazas una central y dos pequeñas, una catedral y una capilla, el castillo de la familia real, y unas cuantas casas las cuales estaban rodeadas por una gruesa muralla de piedra. Fuera de ello había unas cuantas granjas aleatoriamente colocadas. Niccolas era un hombre de poco hablar de esos hombres que solo creen que las mujeres sirven para parir y envejecer, puesto que no hablaba nunca el camino se me hizo más largo y verlo fumar pipa una y otra vez no era nada placentero.
La carreta se detuvo en seco, la puerta fue abierta por el conductor, Niccolas bajo primero, no por educación solo lo hacía para que un criado no tocara nunca a su nuevo miembro del ganado. Me levante del asiento y con su ayuda baje de la carreta, dos mozos de cuadra llegaron corriendo y junto al conductor se llevaron la carreta. Cinco escalones estaban frente a mí, sobre ellos una gran puerta doble de roble tallado a mano se alzaba imponente, además el palacio era muy grande en la parte de abajo habían unas diez ventanas y arriba un gran balcón y unas doce ventanas un poco más pequeñas pero bellas de una manera única, con mi mano derecha subí un poco mi vestido, la mano de Niccolas me tocaba lo necesario para guiarme pero no para sostenerme, subí los escalones y las puertas se abrieron, dos sirvientas de unos treinta años estaban detrás de ellas, se ocultaron mientras me adentraba por vez primera en el palacio y solo escuche el sonido del cerrar de la puerta a mi espalda.
Todo tenía un acabado bello y cada cosa relucía en su lugar, grandes espejos y cientos de retratos de hombres muy parecidos a Niccolas estaban colgados en las paredes, varios candelabros con pie, adornaban junto a lámparas en forma de arañas muy bien trabajadas. El piso era pulcro y los olores que salían de la cocina eran suaves y gustosos. Pues el ocaso ya estaba por llegar y con él la cena. La escaleras se mostraron frente a mí, Niccolas llamo a una sirvienta la cual llego muy rápido, al parecer ella ya sabía que trabajo debía hacer, puesto que el Conde Niccolas ya se había casado y enviudado dos veces y no corrió con la suerte de engendran un primogénito la sirvienta sabía qué hacer en la primera noche de su nueva ama y esposa del Conde.