Me senté en la mesa de la pequeña cocina, mirando alrededor mientras mi tía sacaba lo que parecía ser un pay del horno. Me sirvió una rebanada y un poco de leche caliente.
—Es de zarzamora —dijo mientras se acomodaba frente a mí, limpiándose las manos en el delantal—. Recién hecho. Dime si te gusta.
Tomé un bocado. El sabor era intenso, dulce con un toque ácido.
—Está... muy bueno —dije, sorprendido. No estaba acostumbrado a postres caseros. O a que alguien cocinara para mí, en realidad.
Ella sonrió con cierta ternura.
—Tu madre también decía eso cuando era niña. Siempre pedía una segunda rebanada. Y luego se quejaba del dolor de estómago.
Me miró con atención, apoyando los codos en la mesa.
Y que tal la escuela tienes amigos —pregunto con su característica sonrisa lo cual me limite a decir si y continúe comiendo.
—sabes fioren tiene una des las mejores vistas talvez quieras ir a explorar con el hijo de los Thompson que te parece.
Si bien— dije mientras mantenía mi vista al pay.
( Mierda no se que más decir que...que hago,a ya se una historia a los adolescentes les encantan las historias no)
—¿Sabes, Sam? Este pueblo guarda historias que no siempre se cuentan en voz alta. Pero contigo... no sé por qué, siento que puedo compartir una.
Me quedé en silencio, esperando. Ella entrelazó los dedos sobre la mesa, como si organizara sus recuerdos antes de hablar.
—Hace muchos años, cuando yo tenía tu edad, una chica llamada Lidia vivía al otro lado del bosque. Era callada, de esas personas que parecen escuchar cosas que los demás no pueden oír. Un día, conoció a Elías, un muchacho que llegó de lejos, con ropa de ciudad y un cuaderno lleno de dibujos y poemas. Se enamoraron como solo se enamoran los jóvenes: rápido, sin miedo.
—¿Y qué pasó con ellos? —pregunté, sintiendo un escalofrío recorrer todo mi cuerpo.
—Él prometió que regresaria después del invierno. Tenía que cuidar a su madre enferma, pero dijo que en primavera vendría con un anillo… y con planes para llevársela lejos de Fioren —dijo mi tía clara, con una voz que sonaba casi como un susurro, cargada de tristeza.
Tomé otro bocado del pay. Algo en esa historia se sentía distinto. No era solo una anécdota de amor perdido. Era como si todo lo contado fuese real.
— y ¿Volvió?
Ella negó con la cabeza.
—Nunca regresó. Algunos dicen que se ahogo en el lago. Otros aseguran que lo vieron caminando hacia el bosque y que... algo lo detuvo. Pero lo extraño, Sam, es que lidia.
—Iba al bosque cada anochecer. Decía que lo veía entre los árboles. Que él no podía cruzar, pero que la esperaba. Le hablaba. Le cantaba. La amaba incluso después de la muerte.
Un silencio cayó entre nosotros. Solo el tic tac del reloj rompía la inquietud.
—¿Y luego? —pregunté.
—Un día desapareció. Nadie la volvió a ver. Mi tía se levantó para servir más leche, como si acabara de contar algo tan cotidiano como una receta.
—Aún hay quienes dicen que en noches de niebla, se ve a Elías caminando por la orilla del lago. Que el viento trae sus poemas. Algunos creen que todavía la espera. Que el amor verdadero... no muere con el cuerpo.
Me quedé mirando el vapor que subía de mi taza. Pero algo, una especie de impulso, nació en mí.
—¿Dónde está ese lago?
Mi tía levantó una ceja, y una media sonrisa se formó en su rostro.
—A unos veinte minutos caminando desde el borde del bosque. Pero no vayas al atardecer. Es cuando se ve a Elías… dicen que camina por la orilla, susurrando los poemas que nunca pudo terminar. —bromeo
Me reí, aunque no muy convencido ( solo era una tonta historia local verdad).