Más allá de las estrellas

CAPÍTULO 10

Avril Fray.

Por un segundo, su perfume se siente distante, y veo borrosos los poquísimos pasos que nos separan. Por otro segundo, la sonrisa de sus labios comienza a adquirir un mayor significado, porque todo en lo que puedo pensar es en que me ha llamado «hermosa».

Nunca nadie que no fueran Leyla o mi padre, me había llamado «hermosa». Ni siquiera mi madre, o al menos, no tengo recuerdos de ella haciéndolo, por eso cuando sus palabras danzan una y otra vez en mi cabeza, intento pensar en otra cosa, como por ejemplo, que está peligrosamente cerca, y que su aliento me agita las pestañas.

—¿Te comieron la lengua los ratones?

El aire caliente que sale disparado de sus labios me choca directamente en el rostro, provocándome cosquillas allí, donde zurfea justo encima de las mejillas sonrojadas. La boca, carnosa y curiosamente rosada, es un arco que parece no encontrar descanso.

Sus rizos sigzaguean levemente, casi como si no quisieran hacerlo, cuando inclina la cabeza hacia adelante.

—Tal vez tú...

—...número de becas ha ascendido con los años, sin embargo nuestra institución es rigurosa con la elección de... ¿Qué está pasando aquí?

La mujer, con las facciones fuertes y decididas, nos observa con el rostro salpicado de líneas que parecen querer atravesarle la piel. Los ojos, tan abiertos que temo que se salgan de sus cuencas, envían oleadas de inspeccionante curiosidad mientras los pasea entre Zayn y yo, y un enojo creciente comienza a teñir las marrones pupilas.

—¿Tengo que preguntar de nuevo? —Levanta una ceja con escrutinio, mientras sostiene con mayor fuerza la carpeta lila junto a su cuerpo.

Los cabellos se agitan cuando propina un paso perfectamente elegante. Está recta como un tronco, y los finos hilillos de plata que le caen como una cortina sobre los hombros, le acarician las mejillas al voltear la cabeza hacia atrás.

Aprovecho que ya no siento el peso de sus ojos sobre mí y con perfecta y sorpresiva agilidad me escabullo hacia el costado, estableciendo un distancia prudentemente aceptable entre Zayn y yo.

—Pido disculpas por... —Su voz se escucha sofocada cuando se dirige a alguien detrás de ella—, semejante comportamiento. Está de más decir que esto no representa el espíritu del "Brooklyn College". Son solo...

—Cálmate un poco, Madelaine. —La voz que surge de la nada, tras las tensas espaldas de la mujer, lo hace en curiosos y familiares tonos despreocupados, casi festivos.

Junto al rígido cuerpo de Madelaine, la figura esbelta de un hombre se adueña del espacio vacío. Dos mechones de cabello pintados de un marrón oscuro le caen sobre los ojos, sin embargo el resto del pelo está perfectamente peinado hacia detrás. El rostro, mostrando las mismas facciones filosas de Zayn, no puede tener una expresión más divertida.

—Son solo dos muchachos —añade, y mientras su cuerpo perfectamente enfundado en un impecable traje color gris se mantiene estático, su rostro no puede ser más expresivo—. Todos lo hemos sido.

El rector Hardy pasea su mirada a los dos hombres que le acompañan. Ambos con traje al igual que él, y el cabello plateado por las canas peinado hacia atrás, las esquinas ocultas tras las orejas. Uno es al menos dos cabezas más bajo que el rector Hardy, con un elegante bigote y un par de anteojos que ocupan casi la mitad de su rostro, que es tan regordete y poco definido como su cuerpo. El otro, oculta su mandíbula tras una incipiente barba, y aunque tiene el cuerpo fornido de un luchador, no consigue superar al padre de Zayn en altura.

—¿El qué? —musita el hombre del bigote, casi como si no hubiese querido preguntar.

—Jóvenes —afirma el rector, sin dirigirse a nadie en particular—. Escabullirse por los pasillos, saltarse clases... Son actitudes propias de la edad.

—Ciertamente —coincide el segundo hombre, aquel que es fuerte y luce una mandíbula tan marcada. Su voz es gruesa, y sin duda, no suena muy convencida.

—Ser joven no justifica hacer cosas indebidas. —Esta vez la voz portadora es Madelaine, que tiene un tono tan seco y cortante como las hojas en otoño.

Miro a Zayn por primera vez. Sus labios están presionados en una línea recta y su mandíbula más marcada que de costumbre. Sus ojos, mientras observan a su padre, son gélidos e inexpresivos.

—Desde luego que no —indica el rector Hardy, con una sonrisa que de tan jovial resulta escalofriante—. Pero ellos no estaban haciendo nada indebido. Es más, por lo que vimos, solo estaban hablando. ¿O no, Zayn?

El muchacho, que había estado mirando al piso, levanta la cabeza bruscamente. Los puños a sus costados contornean la forma de los tensos dedos, que se retuercen y agarrotan como una serpiente al cuerpo de su presa.

—Así es. Solo hablábamos.

Su padre, perfectamente complacido, le apremia con una sonrisa. Sus ojos vuelven a posarse a sus espaldas, con la atención puesta en la mujer de cabellos plateados.

—¿Lo ves? ¡No seas tan dura con ellos, mujer! —Su risa, encantadora y jocosa, consigue colarse por los espacios vacíos del pasillo.

—Supongo que puedo dejarlo pasar —asegura, cortando el aire frente a ella con los finos dedos de su mano—. Esta vez.

Los felinos ojos aún parecen estar empeñados en descifrar la situación cuando Zayn suelta un gruñido que llama la atención de su padre. En respuesta, él levanta las cejas con imperceptible sorpresa y clava los ojos en su hijo.

—Sin embargo, si no estaban haciendo nada... inapropiado —continúa, carraspeando para aclararse la garganta—, ¿alguno de los dos podría explicarme que hace aquí, en lugar de estar tomando sus clases? El hijo del rector y...., y una muchacha de su condición...

Casi parece que dejará la frase en el aire cuando sus perlas marrones deciden mirarme. Envían oleadas de desdeñosa frialdad y me pone los pelos de punta.

—Perdiendo el tiempo —finaliza su pequeña diatriba, con la cabeza rígida como un palo y las puntiagudas facciones tan filosas como una aguja.




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