Más allá de las estrellas

CAPÍTULO 15

Avril Fray.

Las palabras que Zayn había pronunciado aún resuenan en mi cabeza con la intensidad de un tambor. No parecen tener intención de abandonarla por un buen rato, y por la fuerza con la que Sean sostiene el volante y maldice en voz baja pensando que no lo estoy escuchando, sé que él tampoco ha dejado de pensar en eso.

—Maldita sea. —Sus manos golpean con fuerza el volante—. ¿Por qué sigues acercándote a él? ¿Es tan difícil evitarlo?

Cruzo los brazos sobre mi pecho y vuelco los ojos en la ventanilla del auto. Los edificios parecen volar a nuestro lado, y el Sol comienza a ocultarse, lo que significa que pronto las luces de la ciudad serán encendidas.

—No tengo motivos para hacerlo. Y tú tampoco deberías, es tu hermano.

Bufa, y su rostro se contorsiona con una mueca muy amarga.

—No tienes idea de cómo es Zayn en realidad.

¿Por qué ese odio mutuo? No puedo entenderlo. No quiero entenderlo. Tal vez no es el mejor ser humano del mundo, pero no hay nada en mi cabeza que me diga que Zayn Hardy es una mala persona.

—Puede. —Me encojo de hombros—. Pero hasta ahora no me ha hecho nada malo.

Lo escucho resoplar y percibo la manera en que clava las uñas en el 
volante.

—El simple hecho de que te hable ya es malo de por sí —masculla.

—Es de tu hermano de quien estás hablando —digo, y me sorprendo cuando escucho lo lastimada que sueno.

—Precisamente por eso es que te digo esto, porque es mi hermano y lo conozco.

Pongo los ojos en blanco.

—¿No sientes ni una pisca de remordimiento? —pregunto, pero cuando me mira con ojos 
fríos y distantes, obtengo mi respuesta sin necesidad de palabras.

—No debería sentir remordimiento cuando él no lo siente en absoluto —murmura, los ojos clavándose en la radio del coche.

No tengo ni idea de lo que pasa por su cabeza, mucho menos lo que sucedió entre esa familia para que tanto Sean como su padre detesten tanto a Zayn. Es ilógico. Son familia. La familia debería ser unida, apoyarse mutuamente. Yo no soy capaz de imaginar mi vida sin mi padre, sin sus consejos, sin sus sonrisas..., sin esos cuentos que me hacía de pequeña. Simplemente no puedo, es algo impensable, y por eso me resulta tan difícil de asimilar que personas que comparten la misma sangre parezcan no poder estar juntos sin insultarse.

—¿Que sucedió entre tu hermano y tú? —Me atrevo a preguntar, a pesar de que existe la gran posibilidad de que no responda.

El auto gira bruscamente y el chirrido de las ruedas contra el asfalto rebota en mis oídos. El estómago me da un vuelco, y una fugaz punzada en el abdomen me obliga a torcerme. Creo que el dolor provocado por el golpe no desaparecerá pronto, pero aún así no quiero darle más importancia de la necesaria.

—Jamás lo entenderías —dice, justo cuando pensé que no lo haría.

Sus ojos se clavan en mí a través del espejo retrovisor, y viene a mí cabeza lo sucedido esta mañana. Me resulta increíble pensar que eso sucedió hace tan solo unas horas, y lo más curioso, es que parece un Sean totalmente distinto.

—¿Por qué no? —murmuro, intentando mantener la voz lo más pausada y tranquila posible.

Las venas de sus brazos resaltan cuando sostiene fuertemente el volante, y esta vez sus ojos no se apartan de la carretera.

—Él destruyó mi familia. —Su voz es un susurro irregular—. Lo arruinó todo.

Intento pensar de que forma un chico de aproximadamente unos veinte años pudo haber destruido a toda una familia (la suya) siendo a penas un adolescente, pero no vienen ideas a mi cabeza. Sin embargo, hay un único pensamiento rondando en mi cabeza, y siento que si no lo digo, voy a explotar.

—¿Destruyó tu familia, o te hizo darte cuenta de que ya estaba rota?

Me arrepiento de inmediato. Sus hombros se tensan enseguida, y el destello de rabia y dolor que zurca sus ojos en cuanto me miran, me provocan una punzada de culpabilidad.

—Lo siento... —susurro.

Clavo la mirada en mis manos por el resto del viaje, siendo perfectamente consciente de que Sean no dirá nada más, dejándonos a ambos sumidos en un silencio cargado de palabras por decir, pero que ninguno se atreve a romper.

Nunca había peleado con Sean. Jamás. De hecho, siempre había pensado que de todos mis amigos era el que mejor me entendía. Compartíamos personalidades y gustos muy similares, incluso pensando igual la mayoría del tiempo. Pero desde que Zayn apareció, es como si estuviésemos atados por un hilo invisible se rompería si alguno de los dos llegara a realizar un movimiento demasiado brusco.

Cuando el auto se estaciona, las luces encendidas del salón en el que papá adora leer es todo lo que me importa. En este momento, salir de este auto y correr hacia mi padre es todo lo que quiero, a pesar de saber plenamente que es mi culpa que Sean no quiera ni mirarme.

—Nos vemos mañana —digo.

Él no se toma el tiempo de contestar y pone el auto en marcha sin siquiera mirarme.

Suspiro y llevo las manos a mi cabello, llevándolo hacia atrás exasperada, demasiado tensa por la situación y me doy la vuelta para entrar a casa. En las escaleras de la entrada, justo antes del portón granate, una mata de pelo rubio y unos ojos color avellana me saludan con una sonrisa deslumbrante.

—Pensé que tendría que esperar aquí por otra hora más —se queja.

El abrigo azul celeste hace juego con sus pantalones a cuadros, que en cualquier cualquier otra persona se vieran un poco raros, pero que a él lo hacen lucir de la mejor forma posible; tierno, único, y sobre todo él.

No lo pienso dos veces cuando me dirijo hacia él corriendo.

—¡Will! —chillo, y entonces me atrapa entre sus brazos.

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¡La segunda actualización del día está aquí! Debo admitir que pensaba publicarla más tarde, pero no me aguanté jsjsjs.




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