Nota de la autora: Si Booknet te trajo por casualidad primero a este capítulo ¡Corre a ver el anterior! Porque te falta uno -_-
Zayn Hardy.
—¡Asher, no corras!
La voz femenina suena enojada y definitiva mientras atravieso el portón que protege a la casa de paredes agrietadas y escasa iluminación. La hierba que crece en el pequeño jardín me roza la pantorrilla, y ya muchas de las plantas comienzan a marchitarse.
—¡Zayn! —La voz del niño me inunda los oídos, y voy corriendo a su encuentro.
Cuando se para frente a mí, no duda un instante en lanzarse a mis brazos. Está sudado y tiene las mejillas enrojecidas, pero eso no resulta impedimento para alzarlo entre mis brazos y darle vueltas por el aire.
Su risa revolotea por todo el lugar, y en cuanto lo llevo nuevamente al suelo, la sonrisa en su rostro es deslumbrante.
—Creí que no vendrías —reprocha, torciendo los labios en un puchero.
Los lentes ruedan por su nariz y los acomoda para llevarlos a su
lugar.
—¿Y privarme de jugar contigo? —Me adelanto para revolverle el cabello de forma juguetona—. Eso nunca.
Su sonrisa se ensancha. Las pecas de sus mejillas lucen más visibles que nunca.
—¿Sabes? Tengo una sorpresa para ti —me dice, tomándome de la mano—. Vamos, sígueme.
Parece jodidamente entusiasmado cuando me arrastra a través del jardín para entrar a la casa. La puerta está entrecerrada, y noto que el polvo y los años han ido opacando cada vez más el color brillante que una vez tuvo. Asher la empuja para abrirla, y entonces contorsiona las facciones cuando un sonido desagradable se produce tras el contacto de la madera con el piso de hormigón.
—Joder, recuérdame la próxima vez que venga arreglar ese ruido —le digo a Karen adentrándome en el lugar.
Ella cierra la puerta tras nosotros, y me mira con un ceño fruncido.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no digas tacos frente a Asher? —Suelto una risa al tiempo que su expresión cambia totalmente de una enojada a una apenada—. Además, debes estar muy ocupado con la Universidad. No quiero molestarte con tonterías.
Se encoje de hombros y luego se sienta en una esquina del sofá. Pongo los ojos en blanco.
La sala está hecha un desastre. Hay juguetes por todas partes; soldaditos de madera colocados en una fila perfecta frente a un tanque de guerra, pequeños dinosaurios verdes y azulados apilados en una esquina, carros de control remoto que se estrellan unos contra otros.
Es ridículo. Sin tan solo supiera lo que verdaderamente...
—¡Zayn! ¿Vienes o qué?
Karen me hace un movimiento con la cabeza y entonces me encamino hasta la habitación. Las paredes blancas ya comienzan a perder la pintura, y juraría que la mancha de humedad que vi de soslayo en la cocina no estaba ahí la semana pasada.
Dejo de mirar los alrededores y me concentro en llegar hasta mi hermano. Sonrío al ver su cabeza asomarse a través del marco de la puerta, y luego sale corriendo cuando me ve.
Apresuro el paso para llegar hasta él, y cuando por fin lo hago, las paredes azuladas me reciben. Como siempre, su cuarto está jodidamente desorganizado. Los juguetes, al igual que en el salón, están tirados por doquier, la ropa desperdigada sobre la cama, y... joder, ¿un puto sándwich en el suelo? ¿En serio?
Mi hermano está sentado en una esquina de la cama, con una sonrisa gigante en el rostro.
—¿Te gusta? —pregunta, señalando la nueva consola—. Papá me la trajo esta mañana. Ahora podremos jugar cada vez que vengas.
La felicidad es notable en su rostro, pero el mío no puede mostrar nada más contrario a eso. Respiro fuerte todas las veces necesarias para calmarme y no destrozar el puto aparato.
—Claro que sí, campeón —digo falsamente sonriendo, agachándome para quedar a su altura—. Será un placer jugar contigo.
Sus labios se curvan aún más, y yo recuerdo la primera vez que lo vi.
Estaba de suciedad y tierra hasta las orejas, jugueteando con un par de carros de juguete y con no más que unos pequeños pantalones azules que ya habían perdido el color. Recuerdo que lo miré con rabia, como si aquel pequeñito fuera la causa de todos mis problemas. También recuerdo haber pensado que jamás querría saber absolutamente nada de él.
Sin embargo, mientras yo me deshacía en furia, el sonreía; una sonrisa que mostraba unos diminutos y blancos dientes, pero que me llenó de ternura por los pequeños ruidos que salían de sus labios. Con sus manos supo envolver uno de mis dedos, y los llevo a su boca para morderlo.
—¡Niño del demonio! —Fueron las palabras exactas que dije cuando sentí el dolor que me habían dejado sus incisivos a penas nacidos en la piel. Era pequeño, pero tenía una fuerza increíble en la mandíbula.
Y mientras yo me quejaba, él tan solo reía, reía sin parar y se me tiraba encima porque al parecer, tenía ganas de jugar.
Y en ese momento, justo en ese, apareció Eleanor.
Siempre tan hermosa, con los cabellos castaños deshaciéndose en el moño alto que llevaba, los ojos azules casi idénticos a los míos, el cuerpo delgado, y las facciones perfiladas y delicadas. La amabilidad en sus ojos era notable incluso cuando estaba enojada, y en ese momento, luego de mirar a su hijo con cara de pocos amigos, me miró a mí.