9- La tormenta en calma.
Punto de vista de Kai
Odio este silencio.
No el de la noche, ni el de los pasillos vacíos. Ese me gusta.
Hablo del otro.
Del silencio que se queda en el pecho cuando algo te remueve por dentro y no sabés qué hacer con ello.
Desde que dejé a Hina en el camino de regreso, ese silencio me ha acompañado como una maldita sombra. No porque me arrepienta de llevarla al jardín, ni de lo que le dije. Al contrario.
Me molesta que su mirada me persiga incluso con los ojos cerrados.
Apoyé la frente contra el cristal de mi ventana. La ciudad abajo se movía lenta, ruidosa, viva. Yo no.
Pensé que sería fácil mantener mi máscara, como siempre. El chico distante, el que se burla, el que no se apega. Funciona. Siempre ha funcionado.
Hasta que llegó ella.
Y joder, ¿por qué justo ella?
No sé si fue su forma de esconderse en medio de todos, o esa manía que tiene de agachar la mirada como si el mundo la hubiese vencido. Me recordaba a algo que odio admitir: yo también fui así. Antes.
Pero ella… no debería importarme.
Y sin embargo, ahí estaba. En mi mente. En cada palabra que no dije.
"Te enseñaré a no agachar la mirada."
¿Quién demonios me creo que soy para decirle eso? Ni yo mismo sé si dejé de hacerlo.
Pero cuando la vi en la cafetería, intentando hacerse pequeña entre las risas, algo dentro de mí se activó. Fue como mirar al pasado… como ver la herida que uno intenta esconder.
Quizás por eso le hablé. Quizás por eso la llevé a mi lugar. Porque algo en ella me obliga a quedarme cuando normalmente me voy.
La gente me cansa. Me decepciona. Finge demasiado. Pero ella no fingía.
Ella estaba rota. Como yo.
Y aún así, se quedó.
Me senté en la cama, los codos sobre las rodillas, las manos entrelazadas. Respiré hondo.
Recordé su voz. Su forma de llamarme “gruñón”. Lo dijo en voz baja, pero supe que era real. Sin miedo. Con un poco de burla. Me hizo reír.
No lo había hecho en días. Semanas. Quizás meses.
¿Eso es lo que ella hace? ¿Toca partes de uno que estaban dormidas?
Y luego está Diana.
Esa sombra que se cuela donde no la quiero. No por amor, porque eso murió hace tiempo. Sino por rabia. Por traición.
Todo lo que no quiero que Hina se convierta.
Todo lo que juré mantener lejos de mí.
¿Estoy haciendo lo mismo otra vez? ¿Acercarme para luego alejarme cuando duela?
No quiero arrastrarla a mi caos. Pero… tampoco quiero alejarme.
Y eso, maldita sea, me asusta más de lo que debería.
La alarma del móvil vibra en la mesita. Mañana será otro día de clases, otro día de máscaras, de fingir que nada me afecta. Pero sé que si la veo entrar al aula… si la veo sentarse a mi lado, no podré fingir tanto.
Porque a veces, solo a veces… quiero que ella me vea como realmente soy.
Y por primera vez, no sé si eso es bueno o peligroso.
Di vueltas en la cama más de una hora. El techo de mi habitación es blanco, sin nada especial. Como yo por dentro, en teoría. Vacío.
Pero ya no se siente así. Algo cambió.
Ella.
Esa chica que se esconde detrás de un cuaderno y una mirada tímida.
Esa que escribe cosas que no se atreve a decir.
La vi rota. No físicamente. No con moretones.
Pero rota de otra forma.
La forma que nadie ve porque todos están demasiado ocupados mirando sus pantallas o juzgando sin entender.
Y eso me jodió. Porque vi en ella algo que no quería recordar. Yo también estuve ahí. No se me olvida.
Tenía 14 años la primera vez que sentí que algo en mí se quebraba.
Fue el día que vi a mi mejor amigo besarse con mi entonces pareja. No porque creyera en el amor eterno, esas cosas ya no las compraba.
Sino porque los dos eran las únicas personas que conocían mi parte débil. Mi historia.
Y me la clavaron igual.
Desde entonces aprendí a levantar muros.
Primero con rabia.
Luego con silencio.
Después con sarcasmo.
El resto vino solo.
El Kai que todos creen conocer. El arrogante. El distante. El que no siente nada.
Pero si no sintiera nada… ¿por qué ella me afecta?
Cierro los ojos y la veo otra vez, sentada en el banco del jardín. La forma en que me escuchaba. Como si mis palabras le importaran. Como si me viera, realmente me viera.
Me dijo “gruñón”.
Y joder, casi se me escapa una sonrisa solo de recordarlo.
Nadie me llama así. Nadie se atreve.
Pero ella lo hizo. Y no me molestó.
Me gustó.
Me levanté de la cama y fui a la cocina. Abrí el refrigerador sin hambre, cerré de nuevo.
No es hambre lo que tengo. Es otra cosa.
Es ansiedad.
Es ese impulso de enviarle un mensaje solo para saber si está bien.
Pero no tengo su número. Y no me atrevería aunque lo tuviera.