13- Mensajes.
Punto de vista de Hina
No sé en qué momento exacto Kai comenzó a meterse en mi cabeza.
Tal vez fue en la cafetería, cuando me ofreció aquellos Pockys como si fuesen un tratado de paz.
O quizá cuando me arrastró. Casi literalmente. A su escondite secreto. Ese jardín lleno de calma y caos al mismo tiempo.
O simplemente… cuando pronunció mi nombre con ese tono que parecía decir: te veo.
No lo sé. Lo único claro es que estaba pensando en él.
Otra vez.
Estaba en mi cuarto, sentada en el borde de la cama, mirando mi celular como si esperara que se encendiera solo y me mandara una señal divina. Pero no. Solo había una notificación de una app que me recomendaba beber agua. Gracias, muy útil.
Suspiré.
Miré el techo.
Me lancé de espaldas sobre el colchón.
“¿Por qué me pidió mi número?”
Esa pregunta me la repetí como diez veces en el día. Tal vez quería una manera de molestarme a distancia. O de enviarme memes depresivos como él mismo dijo. O… tal vez simplemente no quería perderme de vista.
Y entonces sonó el teléfono.
Me senté tan rápido que estuve a punto de caerme de la cama.
No era un mensaje suyo.
Era spam.
Perfecto.
Solté una risa nerviosa. Me sentía estúpida. Pero una estúpida ilusionada, y eso era todavía peor.
Decidí levantarme, hacer algo útil con mi vida. Abrí el cuaderno donde normalmente escribía todo lo que no podía decir en voz alta. Lo miré por varios segundos.
Y luego lo cerré.
Porque por primera vez en mucho tiempo… sentía que podía hablar.
Pensé en Kai. En cómo se había quedado mirándome cuando me fui. No con lástima. No con juicio. Solo con algo… extraño.
Calidez.
Y eso dolía. Porque me estaba acostumbrando.
Demasiado.
Bajé a cenar. Mi madre estaba en la cocina y me saludó sin mirarme mucho. Como siempre. Nos entendíamos a distancia, sin necesidad de palabras. A veces para bien, otras no tanto.
- ¿Todo bien en el instituto? Preguntó sin dejar de cortar zanahorias.
- Sí. Mentí. O no. No sabía qué era esto que vivía ahora. Pero por alguna razón, no quería compartirlo. Aún no.
Subí a mi cuarto, con la cabeza hecha un lío. Me metí en la cama sin apagar la lámpara. Me arropé hasta la nariz. Tomé el celular otra vez.
Abrí el chat de Kai.
Vacío.
Sin mensajes.
Me animé.
Escribí:
“¿Entonces mañana también traerás Pockys o te rendiste después de la primera vez?”
Y lo envié.
Inmediatamente me arrepentí. Tapé la cara con la almohada. ¿Por qué lo había hecho? ¿Qué pensaría? ¿Que era una desesperada? ¿Una chica aferrada a una cajita de galletas?
Y justo cuando estaba por empezar a planear mi funeral social, me llegó la respuesta.
“Depende. Si me prometes no comerte la caja entera tú sola, quizás.”
Sonreí. Así, sin quererlo, sin pensarlo.
Volví a escribir:
“Sin promesas. Solo trato justo: mitad y mitad. Aunque si traes de fresa... puede que olvides tu parte.”
La respuesta tardó unos segundos.
“Eres más peligrosa de lo que pareces, Cristalito. Me gusta.”
Me sonrojé.
Y no me avergoncé.
No por una vez.
Quizá no entendía bien qué era lo que pasaba entre nosotros. Quizás aún había mucho que dolía.
Pero por primera vez en meses, alguien me hablaba sin máscaras.
Y eso... valía más que cualquier declaración cursi.
Me acurruque entre las sábanas, el celular aún en mi mano.
No esperaba un mensaje más.
Pero llegó.
“Buenas noches. Y deja de pensar tanto. Mañana nos vemos.”
Y esa noche dormí como hacía tiempo no dormía.
Con una sonrisa pequeña.
Y una promesa silenciosa en el pecho:
Quizás todo esto… valga la pena.