Hace un tiempo tardío de hastío...
—Señorita, ¿se siente bien? —le inquieró Yunel a la jovena recostada de la silla anacrónica.
—Sí, eso creo —salieron dichas palabras de ella, poniendo su mano izquierda en la espalda, agarrando su cabeza con la derecha.
—La vi sangrienta en la losa.
—No, está equivocado usted.
Yunel se aproximó a dicha párvula de aproximadamente veinte primaveras. Le agarró el mechón, la contempla; se percata de su lunar peculiar al lado de sus fauces, pone la yema de su dedo índice en su barbilla, y se profiere:
—¿Estás segura de que no eres el ángel del que hablaban ayer, por la pantalla chica, que supuestamente se había perdido? Vaya —exclamó, guiñándole un ojo—, ¿pero qué tenemos aquí? Acabo de convertirme en rico... te encontré.
—Su labia es de estimar, caballero, le doy un diez de diez por el intento —abrió sus manos, mostrando los cinco dedos de ambas, alusiendo a dicho número—, no obstante, no prefiero jamás en mi vida ser un ángel, no después de lo que me pasó... Créame... el único ángel aquí es usted.
—¿Labia yo? ¡Ay, por favor! —exclamó Yunel, llevando a do sí la mano derecha a su pecho, levantando la ceja izquierda y con una sonrisa genuina—, no es culpa mía ser un semáforo en verde chinga me la vista, y que usted sea daltónica.
—¿A parte de ser un Romeo, es también un Austin Power?
—¿Austin Power?
—Sí —asintió—, el que te lo mete y te sale por delante. —Hizo señas con sus dos manos, como un baterista, dando a entender el sonido de redobles, que se aplica cuando se hacen chistes.
Del viento entró una rueda de un landó, Yunel se adentra y evita que dicha tragedia por este escritor, le pasara a Kimberly. Sin embargo, del dorso de Yunel empieza a brotar mucha hemoglobina, Kimberly lo nota, y exclama:
—¡¡Señor, quédese conmigo!! —sostuvo su cabeza, acongojada, mirándolo centralmente.
—¡¡Ja, ja!! Los ángeles como vos no mueren, por lo menos moriré como un anti-héroe —le dijo Yunel, sonriendo y tosiendo a coro; después, cierra las pupilas.
—Bueno... tendré que hacerlo. —Kimberly besó a Yunel, de él desprendió una luz estando ya en el lecho.
De Kimberly salieron sangres por su boca. Inició a faltarle la respiración, sólo reptó y brotaron de sus pupilas, bromo. El quejido de ésta era perpendicular al de un chacal en combate con una zorra. Su mirada se detuvo en el pavimento, boca abajo, de forma fija. Yunel se repone, la mira en dicha posición estrambótica. Ve a gran distancia cómo la Muerte se le acerca a Kimberly, con su oz, lo mira y le sugiere:
—Ya ella no es un ángel.
—¿De qué me estás hablando? —le cuestionó Yunel al esqueleto con albornoz negro, luego mira a Kimberly.
—Ella ya no es un ángel... te salvó la vida. Ya abandonó su cuerpo, ahora es un ángel caído, es decir, un demonio —posicionó su oz sobre el cuello de Kimberly, mira a Yunel sonriente, y le añade:—, está prohibido que un ángel se enamore de un humano, y menos que tenga contacto físico con éste. Total... ella ya estaba del lado de Elictux.
—¿Elictux? —preguntó Yunel, luego asintió la Muerte.
—El mejor amigo de Emiliokova...
—¿Emiliokova?
—Déjame hablar, mamagüebo. —Puso la cara de "¿en serio?", mirando al lector—. Gracias —prosiguió, dándole la vuelta al segundo personaje más importante de este maldito novelette—, te dejo saber esto dado que ya eres un súbdito de Emiliokova, el Zengel más fuerte de los Cinco Mundos y del Espiritual. No vas a entender nada ahora, pero sí después. Necesito llevarme a Kimberly de este lugar...
—¿Ella se llama Kimberly? ¿De qué me hablas?
—No vine para llevarte conmigo, créeme —sonrió levemente—, ahora te falta tiempo para fenecer. Ya le perteneces a Nazareth, él único hombre que me pudo vencer.