Julio 04 del 2019
Los chicos me llevaron a una dulcería cerca de la plaza. Compramos diferentes postres y entre todos probamos un poco de cada uno. Pasamos como treinta minutos allí, entre risas, bromas y conversaciones interesantes. Cuando me fijé en mi reloj de mano eran once y media. ¿Debería volver? No era como si a papá le importase, después de todo me dijo que hiciese lo quisiese.
—¿Y ahora a dónde iremos? —preguntó Marco cuando salimos de la dulcería.
—Oh querido, yo sé a qué lugar podríamos ir. —contestó Sarah, con una sonrisa gigante en su rostro.
[...]
Una discoteca. Sí, como lo dije no dudaba que con los volados que estaban me trajeran aquí. Nadie se opuso excepto yo que por cinco minutos rebatí, hasta que me convencieron.
La discoteca se llamaba "Neptuno" ¿Por qué? No lo sé.
El lugar era sumamente grande, y a pesar que había muchísima gente se podía caminar, con dificultad, pero se podía. Había dos barras, varios bármanes, y el ambiente era bueno.
Todo estaba casi oscuro, pero las luces psicodélicas alumbraban, la música retumbaba por el lugar y la gente parecía disfrutarlo. Algunos bailaban, otros estaban arrinconados, otros bebían como si en vez de alcohol fuera agua, otros conversaban, había de todo. Pero lo que sin duda me disgustó fue el fuerte olor a alcohol y sudor que percibí al entrar. Aunque de hecho era algo habitual en lugares como ese.
¿Que quería que oliese a rosas?
—Oigan, el lugar está repleto. —nos informó Sarah, como si no fuera algo obvio.
Nos sentamos en una de las barras del bar, Sarah, Marco y yo. Danae como siempre fue a buscar alguna presa. Ella era la más atrevida, y cada vez que salíamos buscaba a quien coquetear, de hecho no habíamos conocido a ninguna pareja oficial de Danae.
—¿Quieren ir a fingir que sabemos bailar? —inquirió Marco, mirándonos a las dos.
—Yo paso. —afirmé, dejando en claro.
—No seas aburrida.
—Déjala Marco, hemos conseguido mucho al sacarla. —intervino, la fabulosa Sarah—. Anda, vamos nosotros—lo tomó de la mano, y añadió dirigiéndose a mí—: Si te animas estaremos en el centro ¿Si?
Asentí, y los ví alejarse. Volteé y decidí tomar algo. Necesitaba relajarme, por amor al cielo.
—Dame un Cosmopolitan, por favor. —ordené al barman que estaba al otro lado de la barra.
El chico moreno de aproximadamente unos veinticinco años sonrió y me tendió mi copa. Le pagué y musité un "gracias".
Tomé un poco, el líquido pasó por mi garganta, y a pesar de no ser tan fuerte me mareó. Sacudí la cabeza y me eché a reír. Así pasaron las próximas dos horas, un Cosmopolitan tras otro, molestando al barman, más Cosmopolitan, hasta que consiguió marearme por completo.
—Uy, creo que esto se me pasó de la mano. —me dije riendo, como loca.
Me levanté del taburete y mi cuerpo se tambaleó, me apoyé en la barra para no caerme, y me eché a reír.
Sí si, estaba ebria, y quien no después de tomar casi... ¿15 Cosmopolitan? Ya ni sabía. Lo único que sabía que todo me daba vueltas y se veía más divertido. Hasta las luces se veían más brillantes, era tan gracioso ver hasta la gente bailar, que demonios me sucedía.
Mis amigos, mis queridos amigos. Otra cosa que no sabía, hace media hora que no los veía, quizá andaban igual o peor que yo. Aun así el hecho de que no estuvieran conmigo me molestó. Se suponía que veníamos para estar todos, y bueno... yo no quise ir a bailar con ellos. Eso no justifica nada ¿O sí?
Di un manotazo al aire y resoplé. Colgué mi cartera en el hombro y saqué mi celular mientras caminaba tambaleándome. El lugar seguía repleto, Dios santo.
¡Dos de la mañana! Tendría que ir casa, tenía que volver. Quería darme una ducha bien fría y echarme en mi camita a dormir.
Decidida comencé a caminar atropelladamente, chocándome con una que otra persona en el camino. Un chico con un arito en la nariz me mojó el vestido con lo que parecía cerveza, lo mandé al diablo y él se echó a reír como si hubiera dicho algo gracioso. Intenté esquivar a la gente, pero parecía imposible pasar entre ellos.
—¡Heeey! —me llamó alguien, con voz de picardía—¿A dónde vas, muñeca?
Fruncí el entrecejo al notarlo muy cerca de mí, solté una carcajada y traté de irme pero me sostuvo de un brazo, sentí sus dedos hundirse en mi piel con fuerza y mis ojos se llenaron de lágrimas ¿Qué demonios iba hacerme? Quise soltarme pero el apretaba mas sus dedos contra mi brazo.
Y cuando creí que todo estaba perdido, escuché a alguien:
—¡Eh, eh! Suéltala ahora mismo amigo y lárgate. —demandó la voz con tranquilidad.
El hombre que me tenía sujetada apretó más su agarre y un chillido salió de mi boca. Se volteó a ver de quien se trataba e imité su acción. El mismo chico que me manchó el vestido.
Ese mismo. Era alto y con porte, solo distinguía su casaca negra. No pude visualizar bien su cara, pero sabía que era él, ese cabello rizado era llamativo y fue lo primero que pude reconocer.
—Ya, suél...tame. —exigí titubeante, tirando de mi brazo hacía atrás, tratando de soltarme.
Pero fue inútil.
O yo era una debilucha o él tenía demasiada fuerza.