Capítulo II
Pasaban los días y los meses, pero él no parecía darme un poco de su atención.
Ahora hubiese comprendido, que él no estaba interesado en mí. Pero en ese tiempo yo era sólo una niña de 10 años que no entendía las cosas, o como dije antes, no las quería ver.
Realmente no veía nada de parte suyo, era yo atrás de él, pero por parte de Noah ni una pizca de interés. Y me preguntaba si había algún problema conmigo, Jenny decía que el problema era que yo no le demostraba que me interesaba; así que a mi mejor amiga se le ocurrió dejarle pequeñas cartas contándole que me gustaba. Yo, ahora, sospecho que sí sabía de la pequeña obsesión que le tenía y es por eso que no ponía de su interés.
Escuchar esa idea me había sonado genial, la vi de manera estupenda; está más que claro, que no iba a poner mi nombre, todo iba a ser anónimo.
El leía las cartitas sin ningún problema, recuerdo que la primera decía que me gustaba desde el primer día que lo había visto; él se sonrojó y luego la guardó en su mochila. En un principio me sentí un poco nerviosa mientras Noah la leía, después de todo seguía siendo la misma niña tímida de meses atrás.


Noah levantó la vista para ver de quién se podría tratar, y yo baje la mía y seguí con mi trabajo de la escuela.
El tiempo iba pasando y las cartas estaban siendo entregadas cada día, a veces con pistas de quién era y otras, solo le ponía cuanto me gustaba. Típico de la niñez todo esto.
Un día, pasé por los corredores de la escuela y vi a un grupo de niños de mi curso en una ronda, y entre ellos estaba mi vecino.
La curiosidad me mataba, es por eso que me fui acercando de la manera más lenta y normal que pude, para escuchar de qué hablaban. No era disimulada, de eso estoy segura. Lo sé, porque nunca lo fui, y sigo siendo poco disimulada.
Pasando por su lado, escuché sobre la chica de las cartitas que le mandaban a Noah. Una sonrisa se traza en mi rostro al escuchar eso, pero luego se me va al escuchar lo siguiente...
—Yo creo que es Kendall, te mira mucho —le escuché decir a Caleb.
¿Se acuerdan de Caleb? Yo te hablé de él.
Caleb Johnson, el niño en el que todas las niñas suspiraban (y lo siguen haciendo) y hablaban cuando pasaba por su lado. Un niño creído y egocéntrico. Como ya les había dicho, a mi mejor amiga le gustaba.
La anteriormente nombrada estaba a unos pasos de ellos con su grupo de amigas; Noah dirigió la vista encontrándose con la de ella; y como un niño tonto, le dio una sonrisa tímida. Un enojo invadió mi cuerpo y los libros que llevaba en brazos cayeron al suelo produciendo que se giren todos hacia mí.
Caleb me miró con superioridad y egocentrismo mientras que los otros solo me dedicaban miradas de confusión. No largue palabra alguna, me quedé muda en mi sitio, pero yo me los quede observando a todos.
—¿Qué tanto miras? —El niño egocéntrico preguntó.
Cada vez que recuerdo lo que me dijo, me dan ganas de partir algo por su cabeza; yo no le veía tanto el sentido de que me hablara de esa manera. Pero no tiene sentido que lo haga ahora, quedaría como resentida.
Mi rostro enfurecido cambió por completo a una de vergüenza, sentí un calor en mis mejillas. Pasé mi vista por los chicos, después por Noah y por último a Caleb.
—Nada —Me agaché para agarrar los libros que por mi torpeza y enojo se me cayeron, y salí de ahí casi corriendo. Me fui directo, a dónde quiera que se encontrara mi mejor amiga.
...
Abracé mi libro contra mi pecho y comencé a pensar en la novela que había terminado de leer. Me sentía feliz por el final y a la vez triste por haberlo terminado.
Es la historia de una chica que perdió a sus padres y se fue a vivir con sus tíos, no pudo terminar sus estudios y su país se encontraba con gran problema económico. Los tíos la mantienen por cinco años, pero luego la echan al cumplir sus 18.
La muchacha decide viajar para obtener una mejor vida; con los pocos ahorros y con pequeños trabajos, consigue pagar un pasaje de tren. En ese tren conoce a un joven de aspecto muy atractivo. Él la ayuda con su nueva vida y al final ellos se terminan enamorando y casando.
Dejé el libro sobre mi cama y caminé hasta la ventana, me entristecía al ver la casa del vecino de enfrente. Quería un amor como el de los libros, que sea para siempre y no haya forma de que se rompa por nada ni por nadie.
Esos pensamientos de niña pequeña, me causan gracia. Solamente tenía diez años y pensaba en el amor, estaba mal en serio.