Sintió como el aire escapaba de sus pulmones y cualquier pensamiento coherente abandonaba su mente, a no ser que fuera el de llegar hasta ella.
Olvidándose de su alrededor corrió aun aturdido por la bomba y un grito de furia y terror escapó de su garganta al ver los escombros de la posada.
Afuera, gracias a Dios, se encontraban varias personas de la misma que habían alcanzado a salir, pero entre ellas no estaba Leo. Como un desquiciado voló dentro del edificio caído escuchando lejanamente los gritos de advertencia a los cuales no prestó atención, pues en ese momento solo le importaba ver que ella estuviera bien. Justo cuando llegaba a la que había sido la puerta de su cuarto pudo ver sin mucho esfuerzo el balcón por el que a veces se asomaba sonriente, destruido.
Con los nervios destrozados, entró gritando a voces su nombre y al llegar a la habitación ya sentía las lágrimas saliendo de sus ojos, algo insólito en sus 23 años de vida.
— ¡Leo! ¡Eleonore! ¡Elenore! ¡Respóndeme, maldita sea! —gritaba mientras la buscaba por todos lados hasta que escuchó un débil murmullo proveniente de debajo de la cama.
—No…maldigas, ¿no sabes que eso es malo? —Elenore no había terminado la frase cuando ya estaba siendo apresada por los brazos de Haide quien presuroso había levantado el colchón bajo el cual la chica apenas había atinado a esconderse.
— ¡Leo! ¡gracias a Dios! —gimió enterrando su cara en el hombro de la chica mientras no podía evitar que lágrimas de puro alivio y miedo mezcladas escurrieran por su cara—. Creí… que…
—Hasta yo lo creí por un momento —dijo Leo correspondiendo con fuerza el abrazo necesitando calmarse por lo vivido.
Unos momentos después Elenore despegó un poco su cara del hombro de Haide para ver a su alrededor viendo con tristeza su cuarto destruido, por suerte ya no se escuchaban los aviones, lo que quería decir que habían vuelto a la calma relativa.
—Dios, Leo, pase tanto miedo. Creo que ni cuando estaba aprendiendo a matar toros sentí algo así —pronunció Haide captando la atención de Eleonore para la cual fue un gran bálsamo ver el rostro alegre de Haide aún a pesar de las lágrimas que adornaban cual crueles cristales su rostro.
Con una sonrisa cariñosa las limpió suavemente con sus manos viendo y sintiendo como Haide se inclinaba ante la caricia y después alegremente comenzaba a llenarle el rostro de besos en medio de su risa.
Un cálido contacto se adueño de sus labios logrando sorprenderla, fue efímero, pero eso bastó para que su corazón se acelerara impetuosamente.
Haide levantó lentamente su rostro viendo con mucha intensidad y un sentimiento sumamente profundo a su Leo. Con el pulgar rozo los labios cual pétalos de rosa que segundos antes había acariciado con los suyos.
—Haide…
—Te amo, Elenore, te quiero más que a mi propia vida —murmuró cerca de su rostro provocando que su aliento acariciara la cara de la chica cuyos ojos podían compararse con dos luceros y una sonrisa invalorable se había plasmado en su rostro.
—Por Dios, Haide, pensé que primero se caería la luna a que por fin yo te pudiera decir que también te amo, más incluso que a mi propia alma —respondió con lágrimas en los ojos Eleonore. Un beso fue la respuesta que ambos recibieron para complacer a sus corazones y cuerpos que todavía no lograban olvidar el susto previamente vivido, pero que, por fortuna, ahora solamente sería eso, un mal recuerdo opacado por, tal vez, el mejor sentimiento que habrían sentido hasta ahora.
Toda desgraciada siempre viene seguida de una bendición y eso era lo que sentían ambos chicos luego de haber sentido en carne propia el horror y la desesperación de la muerte. Y a pesar de que muchas personas e historiadores lo han dicho a través de los años, y lo más probable es que así seguirá siendo, pocas personas se daban cuenta de lo corta que es la vida o, mejor dicho, TODAS las personas son conscientes de esto, solo que pocas hacen algo al respecto para que ese corto suspiro haya valido la pena. Que el nuevo día si represente algo nuevo. Y que lo corto que es el tiempo, pueda volverse eterno, aunque claro, cuando se tienen 18 y 23 años eran pocos los que pensaban en el mañana, salvo tal vez… aquellos que no sabían si existiría un mañana… o estaban demasiado ansiosos porque este llegará al fin.
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Muchas personas fueron obligadas a dejar Roma debido a los ataques, pues luego de aquel que transcurrió hace ya cinco meses, la ciudad duramente había visto alivio alguno. Haide y Eleonore, ahora pareja a toda regla, se habían mudado a un pequeño cuarto en la tranquila Venecia, la cual se rumoreaba nunca era atacada por tratos entre el presidente y el nazi, cosa que, a pesar de no poder ser confirmada, tampoco era negada.