Más allá del Vacío (título en proceso)

Capítulo I

“¿Qué harías si durante 18 años no pudieras quitarte a una persona de la cabeza? Si recordaras su piel tersa y sedosa, el aroma dulce de su fragancia deslizándose en el aire como una melodía embriagadora para los sentidos; el color vívido de su piel boreal relatándote una historia con tinta y arte cuando la observas. ¿Qué harías si el néctar de su recuerdo fuera tan impetuoso que desnudara tu vida de significado y te dejara a tientas en el vacío?”, se preguntaba Ajax mientras yacía sentado al pie de la cama. Su postura rígida y su cuerpo enclenque, encorvado sobre sí mismo le daban un aspecto vetusto y patético. Frotó sus ojos con fuerza y deslizó sus dedos por el cabello desordenado intentando lavar su fatiga. Luego, estiró el brazo, y con un esfuerzo impropio, agarró un paquete de cigarrillos y un encendedor que estaban apoyados en una mesa ratona. Una contracción súbita golpeó su semblante y recorrió su mandíbula con una fuerza implacable. “Ahggg...”, llegó a decir mientras se agarraba el mentón torciéndose de dolor. Se incorporó con dificultad y, colocando el cigarrillo entre sus labios, observó imperturbablemente por la ventana mientras intentaba ocultar su evidente malestar. Afuera, corrientes de aire fresco y húmedo se elevaban sobre la algarabía de los sonidos anónimos de la multitud. Grandes columnas de edificios se cernían sobre esa masa informe reflejando sus siluetas cambiantes en el suelo mojado.

Corría el año 2234 y Synth Realm representaba la meca de la depravación y la subversión sintética en occidente, un lugar donde las tendencias recatadas y convencionales se disolvían en la niebla desenfrenada de la ciber-piratería, la manipulación artificial de órganos y la reprogramación cognitiva. La atmósfera que se respiraba en la ciudad era intoxicante, impregnada por el neón y un aroma decadente a corrupción política. En las entrañas de Synth, el crepitar de los motores, la contaminación sonora y los zarcillos de vapor se entremezclaban en un ambiente industrial e impuro, como si fuera la ciudad misma la que exhalara su último suspiro de vida. Pero mientras que Binary Haven y otras prefecturas más tradicionales seguían aferrándose a sus valores de antaño, Synth encarnaba una nueva era de transgresión delictiva y disidencia tecnológica. Negocios turbios, traiciones injustas y tratos siniestros eran moneda corriente en esta urbe, y nadie estaba a salvo de caer en las fauces del lobo feroz. En este sombrío universo subterráneo, donde las lealtades eran volátiles y las rivalidades entre facciones habían engendrado un virtual estado de anarquía, una de ellas se destacaba como la soberana absoluta de toda esta selva cibernética: Los Olvidados, una sanguinaria camarilla revolucionaria que extendía sus tentáculos incluso más allá de los límites de Synth. Por lo bajo se rumoreaba que eran los responsables de la distribución de un opioide que se había convertido en el combustible predilecto de la vida nocturna en la ciudad. Desde los callejones mudos del distrito de Hiperión hasta la exclusiva fiesta Cortex Overdrive, el HR-121 se había propagado como una plaga, consumiendo la vida de aquellos que ansiaban escapar de una realidad insulsa a través del frenesí efímero de la droga. Estos intentos de infiltración bioquímica eran rutinarios en la mayoría de las prefecturas, pero siendo Synth la más vasta y populosa, la convertía en el blanco perfecto para la difusión de la malsana propaganda de Los Olvidados. El colectivo clandestino, al igual que otros de su índole, respiraba una mezcla de idealismo joven, ansias de venganza y habilidades informáticas y de síntesis química. Sus integrantes, en su mayoría disidentes y exiliados del sistema, estaban dispuestos a sacudir las apacibles aguas de la política comunal o morir en el intento.Ante la amenaza que representaban, la Unión Tecnológica había emitido una alerta naranja y triplicado las recompensas por la cabeza de algunos capos de la organización. A partir de las 22:00 horas, cualquier individuo, ya fuera humano o ciborg, que circulase por las calles, sería automáticamente detenido y procesado bajo secreto de sumario. Era un virtual estado de sitio impuesto por la Unión.

 

Ajax miró su reloj, que marcaba las 21:35 horas. Hacía tiempo que venía pensando en lo absurdo de continuar con su actitud de ciudadano modelo. Desde que S lo había dejado “para estar sola”, su sistema de creencias se había venido abajo. “La confianza es como el tiempo...”, solía decir desde entonces, “... no existe”. La realidad es que, más allá de los pormenores de su relación, Ajax había caído en una profunda depresión tras la ruptura y no se veía capaz de encauzar su vida. Su quijotesca solución para resolver este enredo era reinventarse a través de un gran gesto simbólico que pusiera todo patas para arriba: ¿Y que mejor manera que violar el toque de queda para hacerlo?

Desde que tenía conciencia, Ajax se había caracterizado por tener un espíritu impulsivo y romántico, pero últimamente su discernimiento parecía más nublado que de costumbre. Se encontraba más irritable y a menudo dejaba que su estado anímico interfiriera con su juicio. Además, su tendencia al aislamiento había acentuado su introversión y su propensión a soñar despierto. Como resultado, guardaba expectativas poco realistas sobre lo que le deparaba el futuro.

En realidad, toda su existencia pendía de un hilo. Su relación había sido un fracaso, su inteligencia era media y no tenía talentos imprescindibles para nadie ni gusto particular por nada. Su vida se había convertido en una sucesión de rituales repetitivos reproducidos en bucle: escuchaba las mismas canciones, miraba los mismos videos y hacía las mismas actividades día tras día con la esperanza de que algo cambiara. Pero nada lo hacía. Era el hijo pródigo de la sociedad del aburrimiento, la desazón y el desgano. Tanto los problemas como las oportunidades estaban  demasiado lejos de él como para incomodarlo, pero su empedernido pesimismo insistía en obsesionarse con lo negativo y le impedía aprovechar lo poco que corría a su favor.




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