Más que nada: dos chicas en una escuela de chicos

CAPÍTULO 2

Me encuentro un poco más relajada a la vez que camino con Harold y Jerry durante el recreo corto. Han pasado dos días desde que Harry me molestó en el comedor, y no ha parado desde entonces. Por alguna razón cree que es gracioso, a pesar de que casi nadie se ríe de sus chistes. Estoy agradecida de poder ir a clases con alguien, así al menos me siento acompañada.

—Él es el líder del grupo maldito de segundo año —me explica Harold—. En primaria eran muchos más, pero de ellos sólo quedaron tres. Harry, Ben y Jeff. Peligro. Ni siquiera te acerques a ellos.

—Voy a tener que hacerlo, recuerda que todos cenamos en el mismo lugar —respondo. Ayer mismo Ben volvió a reírse de que estaba “muy roja”, y esa vez Jerry tuvo que agarrar mi brazo para que no fuera a por él. No sé qué habría pasado si hubiese llegado a pegarle en su alargada cara.

—Bueno, pero aparte de la cena. Por suerte no almorzamos junto a los de segundo, pero sí con los de tercero. No sé qué es peor.

Llegamos al salón de Historia, materia que enseña la única profesora de la escuela: la señorita Perkins. Extraño un poco eso de tener profesoras, y estar rodeada de hombres las veinticuatro horas del día todavía me incomoda un poco.

Nunca tuve problemas relacionándome con chicos. En mi familia somos cinco hermanos, siendo yo la segunda mayor y la única chica. Básicamente me crié con niños, por lo cual en el colegio me hice amiga de muchos chicos. Es algo de lo que nunca me di cuenta, hasta que me dijeron que parecía “un chico más”. En aquel entonces, con diez años, me enojé mucho. Yo era, soy y seré una chica, nada ni nadie va a cambiar eso.

A pesar de todo, antes tenía siempre a mi madre, a mis amigas y mis profesoras para acompañarme. Actualmente, sólo tengo a Samey y la señorita Perkins, a quienes veo muy poco tiempo en la semana. Eso hace que deba acostumbrarme a tratar sólo con profesores y compañeros varones. Puede que sea algo difícil.

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La profesora Perkins es una mujer de mediana edad realmente exigente, pero dentro de todo es amable y simpática. No podemos despegar la mirada del pizarrón ni por un solo segundo, es demasiada información para procesar. Empiezo a temer un poco por los exámenes. Al finalizar sus clases, es la hora del almuerzo, así que me levanto despacio de mi lugar, estoy muy mareada.

—Judy, ¿Qué deportes elegiste? —me pregunta Jerry, de la nada.

—Baseball y soccer —respondo a la vez que veo las expresiones de Jerry y Harold, de felicidad.

—¡Eres una nerd! —exclama Harold— Vas a tener que soportarnos en baseball, porque es el único deporte en el que nos anotamos.

—Wow, eso es genial —digo—. Pero ¿Por qué sería una nerd?

—Todos los nerds eligen siempre baseball —contesta Jerry.

—Todos. Desde que se fundó la escuela —añade Harold—. Bueno, tal vez no desde que se fundó, pero ya casi es tradición. Los más estudiosos se inscriben primero, y se anotan para baseball porque corre el rumor de que el profesor es muy blando y no exige lo mismo que los demás.

—Oh, entonces creo que será un respiro después de las clases.

En el comedor, Harold y Jerry vuelven a ignorarme como ayer, para ganar otra partida de cartas. Me explicaron todo el asunto: hacía un par de años se hicieron con la reputación de los mejores jugadores de Big Shot, un juego de cartas poco conocido, pero en el que ellos dos eran buenísimos. La pareja perdedora debía darles cierta cantidad de dinero a los ganadores, así que era algo serio. No todos sabían que se manejaba dinero, era algo semi-clandestino que se hablaba entre pocos. Por un lado, me agradaba que compartieran ese secreto conmigo. Pero por el otro, detestaba que estuvieran tanto tiempo concentrados en esas estúpidas partidas. Debería empezar a mentalizarme de que eso va a ser el pan de cada día.

Mientras juegan, yo leo lo que nos dejaron para la clase de literatura, en un intento de distraerme. No me doy cuenta de que estoy sumergida profundamente en la lectura hasta que suena el timbre. Aparto la vista del libro y veo que apenas toqué mi comida, así que decido llevarme la fruta de hoy (una manzana).

En el camino a la siguiente clase, Harold me cuenta que esta vez jugaron dos partidas, y perdieron una. Eso significa que no hay muchas ganancias en el día de hoy.

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Hoy no me encuentro tan cansada como el lunes, así que decido no dormir siesta. Harold y Jerry me ofrecieron enseñarme a jugar Big Shot, pero me negué. No es tanto porque le agarré manía a ese juego (que sí, es verdad), sino porque quiero enfocarme en los estudios. Dudo que haga eso todos los días, pero al menos hoy quiero hacer algo de la poca tarea que nos dejaron (casi todo lo hacemos en clases), por pura curiosidad.

Apenas pasada una hora, escucho ruido afuera de la habitación. Son muchas personas riéndose, y entre todas las voces escucho una femenina. Nunca creí que escucharía a Samey reír. Al cabo de unos segundos, se abre la puerta. Me giro un poco a la izquierda y veo a otros tres chicos entre ella. No conozco a ninguno.

—Ah hola, Judy —Samey esta vez sonríe bastante—. Un profesor nos mandó a hacer exposiciones frente a la clase, así que vamos a practicar aquí.

—Está bien —respondo. Vuelvo a mirar mi tarea y me doy cuenta de que casi la termino. A mi lado, los amigos de Samey se sientan para… ¿estudiar? Dudo mucho que hagan eso. Llego a ver de reojo que uno se sienta en mi cama. Dios.

—Oye, sal de ahí idiota —le dice mi compañera. Me mira y yo le sonrío en agradecimiento. Luego, empiezan a hablar de la exposición y a la vez de cualquier otra cosa. No puedo negar que sean divertidos, pero me están distrayendo. Con mucho esfuerzo, termino la tarea, pero con una letra muy descuidada. De todas formas ¿a quién le importa eso?

Como no sé qué hacer, y no quiero hablar con ninguno en esta habitación, decido salir a pasear. Me vendrá bien saber la ubicación exacta de ciertos lugares como la lavandería y la biblioteca.




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