La escuela vuelve a la normalidad cuando despierto a la mañana del lunes. Se siente la brisa fresca que suele preceder a mi estación favorita, el otoño, a la vez que escucho a los pájaros y a mis compañeros. El sueño se apodera de mí, insistiendo en que debería quedarme en la cama, pero finalmente me levanto. Los murmullos adormilados resuenan en el pasillo de la residencia, mientras Samey y yo nos encaminamos juntas al baño. Gracias a nosotras, el colegio tuvo que invertir en unas pequeñas reformas para separarnos de nuestros compañeros. Me agrada la privacidad de poder bañarme y cambiarme en un lugar separado por una pared.
El transcurso de las clases de hoy es igual que el resto de los días, empezando de a poco con una exigente rutina. Algunas materias parece que llegarán a ser algo pesadas, y a pesar de todo, sigo disfrutando bastante todo esto. Todavía no tengo muy en claro si me agradan o no mis compañeros, supongo que eso se verá más adelante. Lo que sí me agrada es la belleza del lugar y las tareas que hacemos en los salones. Tal vez sí sea un poco nerd.
Harold y Jerry dejaron de jugar a Big Shot, al menos por hoy, porque un profesor entró sorpresivamente al comedor y ambos se asustaron. El señor no les dijo nada, pero al parecer prefieren que ni siquiera los vean. Se meterían en muchos problemas si alguien descubre su juego. Para pasar el rato, conversamos exhaustivamente sobre las clases de baseball, que son hoy a las cinco de la tarde. Los tres estamos ansiosos de conocer al profesor. Nunca lo hemos visto por los pasillos o el campo.
—Si pudiera, golpearía a Harry —masculla Harold, levantando el puño a la nada como un villano de película. Les conté todo lo que pasó cuando ellos no estaban aquí.
—Pero no puedes —responde Jerry—. Ahora, ¿qué estabas diciendo sobre los de segundo?
Empiezo a hablarles sobre mi charla con Samey y Jake, y se sorprenden de que yo me llevara bien con ellos.
—Tampoco es como si yo fuera asocial o retraída —les digo—. Puedo hablar con la gente.
—¡Nosotros también! —exclama Harold, pero Jerry no parece estar de acuerdo con eso.
—Mentira, nosotros elegimos con quién hablar, por seguridad.
Y entonces me explican que, desde el primer momento, sabían que yo no tenía madera de grupo maldito, y que en realidad era de los suyos. Luego me cuentan acerca de que Samey sí luce como una persona popular, y se comporta como si ya lo supiera. No es egocéntrica ni nada por el estilo, pero su extraña combinación entre seria y amigable lo dan a entender.
Cuando termina toda la jornada de clases de hoy, me preparo para baseball. El uniforme es el mismo que llevo todo el tiempo, y los materiales específicos nos los dan en la clase, pero aun así intento calentar y entretenerme de alguna manera. Samey, al parecer, no vendrá en todo el día a la habitación, por lo que tengo todo el espacio disponible para mí. No soy una experta en deportes, pero he ido a clases de baseball desde que tengo memoria y, aunque estas de ahora sean un poco más serias, tengo una buena idea de cómo será. Conozco las reglas básicas y podría decirse que estoy lista para hoy. Quizá es demasiado entusiasmo de mi parte, pero me da igual.
Tal como acordamos, me reúno con Harold y Jerry en el vestíbulo de la residencia a las cuatro y media. Ellos están en el primer piso, en habitaciones separadas. Seguimos conversando sobre nuestras especulaciones acerca de las clases, y cualquiera que nos escuchara querría golpearnos. No paramos de hablar y hablar, de repetir las mismas cosas con tonos de entusiasmo y algo de miedo. Si ya estaba nerviosa, ellos dos hacen que lo esté aún más. Y noto que es recíproco.
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El profesor David no es lo que esperaba. Para empezar, no quiere decirnos su apellido, porque debemos “ganarnos” esa valiosa información. Además, esta clase es solo introductoria, así que no haremos ejercicio, solo vamos a hablar. Con este señor raro. Su cara siempre sonriente y su postura confiada me hacen creer que todo esto es en serio. Nada de sarcasmo o bromas.
—Por favor, siéntense en los círculos del piso —dice a la clase, que consta de cuarenta o cincuenta alumnos de primer año. Lo que señala David a secas son varias circunferencias en el pasto hechas con bolas de baseball (¿por qué el colegio tiene tantas?).
Sin separarme de mis amigos, voy a uno de los “círculos” más cercanos y me siento en el pasto, lamentando que mi pobre pantalón se va a ensuciar mucho. A mi izquierda está Harold, seguido de Jerry. De mi otro lado encuentro a Johnny que, al igual que Jerry, se encuentra ligeramente tembloroso.
—Bien, lo que haremos hoy es una sesión de charla para conocer a sus compañeros de deporte —explica el profesor, paseándose por los diversos grupos—. Acuérdense de que entrenarán juntos todo el año.
Al menos dijo la palabra entrenar, porque no me agrada demasiado la idea de conversar demasiado. La razón por la que me inscribí en dos deportes es que quiero tener un pequeño descanso de escribir y leer todos los días. Ambas cosas me gustan, pero aun así pueden llegar a saturarme a veces. Hacer deportes cansa más en la parte física, y al mismo tiempo me hace sentir liberada.
David empieza a explicarnos en qué constará la charla entre compañeros. Nunca me mira o menciona mi presencia, así que no sé si sentirme incluida o excluida. Da igual. De todas formas, sigo estando aquí.
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Editado: 16.07.2022