Más que nada: dos chicas en una escuela de chicos

CAPÍTULO 12

Y aquí estamos, tiempo presente, ahora mismo. Siete de la mañana, brisa fresca y olor a pasto recién cortado. Pájaros cantando y el sol saliendo, un amanecer precioso. Los que odian el frío, con chaqueta; los que lo aman, sin ella.

¿Nosotras? En el despacho del director. 

Está diciendo algo que no escucho, de reojo lo veo gesticular con indignación. Me siento con una adrenalina impresionante, podría salir corriendo y llegar a casa sin cansarme. Pero no puedo salir, porque me expulsarían. De hecho, ya lo están pensando, pero sé que no va a pasar, es solo una amenaza para darnos miedo. Estoy cruzada de brazos con la mirada desenfocada, pero se supone que estoy viendo los títulos de Murray. El viejo, no la escuela. 

—… solucionarán, no me importa cómo, ¿entendieron? —salgo de mi ensimismamiento cuando el director nos pregunta eso. Las dos asentimos, aunque no tengo idea de qué dijo—. Se saltarán las horas necesarias del día para hacerlo, pero si para la cena sigo viendo eso —señala nuestras cabezas—, serán expulsadas. Váyanse.

“Ahora pueden retirarse, gracias” corrijo en mi mente, pero no lo digo, no soy tan hueca. Apenas se cierra la puerta, salimos lo más rápido posible de allí. Las puertas dobles están abiertas, dejando ver el campo y la entrada principal. Cuando llegamos allí, no vemos a nadie. 

Claro, es que están todos en el evento del comienzo de año. 

Ni siquiera habíamos logrado entrar al gimnasio, porque nos interceptó antes. Solo dijo “a mi despacho”, y supimos que estábamos en la mierda. Me imaginé a Harry y los demás riéndose de nosotras, y al instante imaginé también mi puño en su cara. Eso me calmó un poco. 

—Es un hijo de puta —dice Samey ahora que estamos más lejos—. Te juro que si pudiera, agarraría un cuchillo de cocina y…

—Ya entendí —la interrumpo, a pesar de que opino lo mismo—, pero no podemos hacer nada.

No me contestó. Está caminando tan rápido que casi debo correr para alcanzarla. Nuestra residencia también está vacía, a excepción del conserje, que nos pregunta si tenemos permitido estar aquí. 

—Órdenes del director —responde Samey, y el conserje lo entiende de inmediato. 

En la habitación, observo las valijas abiertas. Todavía no tuvimos tiempo de sacar las cosas, y tampoco es que tengamos ganas. Siento un pequeño pinchazo de tristeza, la emoción de mostrarle mi nuevo cabello a mis compañeros se desvanece con el pasar de los segundos. Samey tampoco se mueve ni dice nada, las dos estamos sentadas en nuestras camas. 

Alguien toca la puerta, y las dos nos sorprendemos. Se supone que nadie debería estar aquí, y el conserje ni siquiera sabe que esta es nuestra habitación. Soy yo quien se levanta, al ver la expresión de Samey. Cuando abro la puerta, me encuentro frente a alguien inesperado.

La profesora Perkins.

—Buenos días chicas, ¿cómo están? —nos saluda con una sonrisa amable, pero nota que ninguna tiene ganas de responder—. El director me lo contó todo y me pidió que las ayudase. 

Samey y yo nos miramos, todavía sin poder creerlo, ¿Qué se supone que vamos a hacer? 

—No quiero que me rapen la cabeza —dice mi compañera. La profesora vuelve a sonreír.

—Te aseguro que eso no pasará.

—Yo no tengo el pelo decolorado —digo yo, mirando los mechones verdes que caen sobre mi hombro—, con unos cuantos lavados se irá, le puedo decir al...

—Lo dudo —interrumpe Samey—. Nada de lo que le digas va a hacer que cambie de opinión. 

—Lamentablemente, eso es cierto —coincide la profesora Perkins—. Acompañenme, el baño de mujeres del edificio principal es más grande. 

La seguimos sin pronunciar palabra, sabiendo lo que va a pasar. En cualquier otra ocasión, que un docente lleve a alumnos al baño se vería perturbador, pero aquí tiene algo de sentido. No entramos las tres en el diminuto baño de la residencia, y de todas formas la profesora no tiene permitida la entrada. En cambio, los alumnos sí pueden ir a los baños de adultos en casos de emergencia. 

Obviamente, el lugar está vacío. Sé que construyeron esto por pura obligación, ya que la profesora Perkins es la única que lo utiliza, dejando muchísimo espacio de sobra. Hace tiempo que no entro a baños así, debido a que el nuestro parece uno que podrías encontrar en cualquier casa. Y no, no tenemos baños para nosotras en el edificio de clases. 

La profesora Perkins se saca del bolsillo del vestido dos enormes tijeras y un cepillo. Creo que tengo cara de asustada, porque intenta tranquilizarme.

—Antes de ir a su residencia, le pedí prestadas estas tijeras al enfermero —vuelve a esbozar una sonrisa amable. Yo se la devuelvo para que no se sienta fuera de lugar, pero Samey tiene la vista en el piso, con expresión abatida. 

—Puedo hacerlo yo sola —murmura. 

—Supuse que dirías eso —la profesora le pasa unas tijeras. Le advierte que tenga cuidado, porque claro, es una profesora, y luego se acerca a mí. No voy a mentir, tengo miedo. 

Cierro los ojos y le pido al universo que esto pase rápido. 

 

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