Hay demasiadas personas en mi casa. Mi hermano Oliver tiene que quedarse fuera de nuestra habitación, y sé que me costará caro. Mi padre, ya que es su día libre, no tiene mejor idea que llamar a la puerta a cada rato y ofrecernos algo. Eso no ayuda mucho a lo incómoda que es la situación.
Somos siete personas, más de lo que habría imaginado. Está todo mi grupo de física y Samey, quienes obviamente nunca han intercambiado palabra. Pasan cosas como esta cuando los alumnos de una escuela viven muy lejos entre sí. Y también está el detalle de que ella va a tercero.
Owen y Johnny, sentados en una esquina, e intentan hacer el menor ruido posible. Harold está sobre la cama de mi hermano y Jerry se encuentra en el piso junto a nosotras. Samey me está apuñalando el ojo con un delineador.
—¡Ay! Ya basta, ¿qué tanto me vas a poner? —me quejo.
—Lo que sea necesario —me obliga a cerrar los ojos otra vez.
—¿Lo que sea necesario para qué?
No me responde, como tampoco respondió a todas las preguntas que le llevo haciendo desde que vino. Entró a mi casa como si fuera la suya, aunque eso ya es normal, y se empeñó en tunearme por completo. Incluso me prestó su ropa.
Ante todo eso, los chicos se quedaron completamente callados.
Llevo todo el día con Jerry, quien directamente vino conmigo en el auto de mis padres desde la escuela. Le hice una especie de tour por el pueblo e intentamos matar el tiempo hasta que aparecieran los demás. Casi al anochecer, vinieron desde la ciudad traídos por el padre de Owen, creo. Desde entonces, estuvimos viendo la televisión en el salón de casa. Con la llegada de Samey, decidí que mi madre había visto lo suficiente, y llevé a todos a mi habitación.
No creo que haya sido una buena idea.
—¿Se ve linda? —Samey gira mi cara hacia Jerry, quien no tiene idea de qué decir.
—Mmm, sí, supongo —se encoge de hombros. Me aparto de mi torturadora para ir al baño y ver mi cara.
Todavía sigo descalza y las baldosas se sienten heladas, hoy hace más frío que de costumbre. El espejo me muestra a la Judy de siempre, pero con la línea de las pestañas más oscura y las mejillas más rosadas. Abro la canilla para sacarme el rubor, imaginando cómo quedará cuando me sonroje, cosa que va a pasar en el segundo en que tome una gota de alcohol. Apenas llego a ver hasta mis hombros, así que me pongo de puntitas para revisar la camiseta blanca de mangas largas que me dio Samey. Me queda algo ajustada, porque ella es más delgada que yo, pero por suerte es elástica. El escote se encuentra en la línea límite de enseñar algo (y yo no tengo ganas de enseñar nada), así que debo cuidar que no se me baje. Los jeans son míos, unos sueltos y algo viejos, pero Samey me dio un cinturón y un pequeño collar, ambos de color negro. Más o menos, sigo pareciendo yo.
—¿A qué hora tenemos que ir a comprar? —pregunto al salir. Todos me miran, algo perdidos.
—Ya reservé todo en un supermercado cercano —responde Samey como si no fuera nada—. El hijo del dueño es mi amigo, no nos van a decir nada.
Desisto en preguntar más cosas, ya casi se acerca la hora de irnos. Me giro para preguntarles a los demás si están bien, pero Owen ya me está mirando con cara rara. La mayoría de sus heridas ya casi no se ven, pero tiene ciertos moratones amarillos todavía. Creo que hoy veré muchas caras golpeadas, tengo entendido que varios de ellos irán a la fiesta.
—Mi hermana irá en cinco minutos —me dice Jerry, mirando su celular. Su hermana también fue directo de la escuela hasta el pueblo, pero junto a Sasha, ya que van al mismo año. ¿Es que acaso aquí todo el mundo se conoce? Aunque claro, debería tener en cuenta que Sasha tiene muchos amigos.
Recuerdo que en estos momentos debe estar con sus compañeras… y con Jake. Elimino de inmediato la imagen de mi cabeza.
—Bueno, vamos al supermercado —anuncio, dando una palmada demasiado fuerte, para llamar la atención de los rezagados. Harold tiene pinta de mal humor desde que llegó Samey, y me pregunto si le caerá mal. Ella no parece darse cuenta, pero sé que lo sabe.
Espero en la puerta de casa hasta que salen todos para cerrar con llave. Escucho una especie de “cuídate” de mis padres, pero ya nos estamos yendo.
La caminata es silenciosa, al igual que las calles a esta hora. Somos demasiados como para ir en el auto de mis padres, así que no nos queda otra opción. Samey me tiene el brazo enganchado con el suyo para que no me escape, supongo. No me ha dado explicaciones sobre su comportamiento de esta noche, y me está molestando bastante. Por suerte, sé que cuando entremos se irá con sus otros amigos, y no nos veremos hasta más tarde, cuando la fiesta haya terminado.
El joven que atiende en el supermercado no nos dirige la palabra, simplemente le entrega a Samey dos bolsas con las bebidas que debemos llevar. Afuera, repartimos y nos quedamos con una por persona, y le pagamos a Samey lo que corresponde. Nunca había hecho algo así, pero aquí estoy, sosteniendo una botella de vodka como si fuera un objeto delicado. Me siento algo insegura de ir a la fiesta, por alguna razón.
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—¿Esta es tu hermana? —nos preguntó un chico muy borracho, algo tambaleante.
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Editado: 16.07.2022