Más que nada: dos chicas en una escuela de chicos

CAPÍTULO 23

Están pasando cosas muy raras. Así comienzan las películas de terror, pero claro que no me refiero a eso. Lo que para mí es raro, para cualquier otra persona debe ser completamente normal. 

Dos.

¡Dos! 

Quedé en el puesto dos del ranking. El primero seguía siendo Jerry, claro. El resto me importaban un comino, porque yo había alcanzado el segundo puesto. Para sorpresa mía y de todos, estaba feliz. Eufórica. Nadie podía creerlo, y no me refiero al puesto, sino a mi reacción. Estuve tan nerviosa y obsesionada con quedar en el número 1, que pensé que moriría si pasaba otra cosa. Creo que en el fondo mi único objetivo era mejorar lo que hice el año pasado. También está el asunto de que Jerry es mi mejor amigo.

—Estás de buen humor —me dijo cuando vio mi expresión. Nos encontrábamos frente al tablón. Él quería disimular un poco, pero también le preocupaba mucho mantener el primer puesto. 

—No bajes la guardia —le advertí, sonriendo. Relajó un poco los hombros. 

—No lo haré. 

Esa fue la primera cosa rara. El estrés había desaparecido casi por completo. Tuve en cuenta que, con tantas cosas en la cabeza, se me complicaba un poco retener todo lo que estudiaba. Y aún así me fue bien. Sentí que me liberaba de un peso agotador, y ahí entramos a la segunda cosa rara. 

Hasta ahora, este es el verano más tranquilo que tuve en mi vida. No me enojo, no me encierro, no me callo. Mamá está notablemente entusiasmada con mi cambio de humor, según ella es porque estoy madurando. Yo lo dudo, pero no pienso contradecirla. Parece haberse olvidado de nuestra conversación en invierno, pero temo un poco que se acuerde de la nada y me pregunte por ello. Sigo sintiendo esa pequeña presión en el pecho cada vez que pienso en él, aunque he logrado controlarla. Son los meses de experiencia, diría yo. 

La tercera cosa rara es justamente él, Jake. No lo he visto desde el final de las clases. Su cumpleaños fue al poco tiempo, y ya pasó otra semana más desde ese entonces. Los mensajes que le mando los responde con evasivas, y eso me preocupa bastante.

Con Samey nos juntamos más seguido, y continuamos con nuestra rutina de correr todas las mañanas. Sinceramente, aunque esté bastante tranquila, hay algo que sí me preocupa, y que nunca antes me había preocupado. Mi cuerpo. Entre el primer y segundo año, he aumentado unos diez kilos. Al principio todo marchaba bien, pero a día de hoy sigo creciendo hacia los costados. Tengo una manía por comer todo lo que sea basura, y ya sobrepaso la cantidad de calorías que suelo quemar en los deportes. Intento no fijarme, pero no puedo evitar compararme con el cuerpo esbelto y delgado de Samey. Es envidiable. 

La quinta cosa rara es por qué estoy ahora mismo frente al edificio donde vive Jake. No hay nadie en esta calle, y mis padres me van a matar si saben que estoy aquí. Mi límite es el centro del pueblo, donde está la plaza. Este lugar está un poco más lejos. Pero mis progenitores no tienen que enterarse que vine aquí. 

Llamo al portero eléctrico, recordando que había visto a Samey pulsar el 2b cuando lo visitamos para su cumpleaños. En aquella ocasión, su madrastra había bajado directamente, por lo que ni siquiera conozco el interior del edificio. Recuerdo el insulso mensaje de agradecimiento horas después. 

¿Quién es? —dice la única voz que no quería escuchar. De las cuatro personas que viven allí, ¿por qué tenía que atender Harry? Esa es la sexta cosa rara: casi no me ha molestado desde principio de año. O desde la pelea. Sigo sin tener idea de qué pasó, pero agradezco que le bajaran los humos. 

No contesto. En vez de eso, saco mi celular y le envío un mensaje a Jake.

Yo: estoy en la puerta de tu edificio

Me responde de inmediato.

Jake: qué??

Yo: baja

Jake: mierda

Eso es un sí. Espero unos minutos bajo la luz anaranjada de la tarde, hace un calor más o menos decente. Escucho ruidos que vienen de dentro del edificio, y al poco tiempo Jake abre la puerta. No tiene la ropa arrugada, pero en su cara hay marcas de sábanas. Aparto la imagen mental que tengo de él durmiendo sin camiseta.

—¿Estabas durmiendo?

—Solo recostado —se ve algo incómodo por mi repentina aparición—. ¿Quieres pasar? Aquí afuera hace mucho calor.

Y con eso confirmo que se pasó todos estos días encerrado y con el aire acondicionado, porque este es de los veranos menos calurosos de la vida. 

—Está Harry.

—Buen punto. 

Ahora le toca a él analizarme con la mirada. Mi pelo ha crecido lo suficiente para poder atarlo a la altura de la nuca, pero unos mechones se escapan y se me pegan a las mejillas. Llevo un vestido floreado que compré hace poco, y zapatillas deportivas flúor. Todavía necesito que me ayuden a combinar la ropa. 

Me siento algo tonta por usar ropa linda para ir a verlo, como si estuviera desesperada de atención.

—¿Y por qué viniste? —me pregunta al fin.

—Porque no quiero que te transformes en un ermitaño. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.