Más que nada: dos chicas en una escuela de chicos

CAPÍTULO 26

El profesor de matemáticas está enfermo, pero a nadie se le ocurrió contarnos eso antes. Ni siquiera le dio tiempo a la escuela para asignarnos un suplente, lo que les causará quejas un tanto exageradas de los padres más adinerados (considero que la palabra “adinerado” es sinónimo de “insoportable”). La parte buena es que tenemos una hora libre, ya que el tutor a nuestro cargo está tan harto de su trabajo que incluso nos deja utilizar el celular. La parte aún mejor: rebuscando en el escritorio, encontró los resultados del último exámen. El profesor los habrá guardado ayer, sin saber que no podría entregarlos uno por uno, como hace siempre. Según él, lo hace para no “exponer” las notas de nadie. Ese método sirve en parte, pero si tienes un grupo de amigos te vas a enterar sí o sí de sus notas. 

—Bueno, ¿quién quiere…? —comienza a decir el tutor, mostrando el montón de hojas que sostiene. Lo interrumpimos Mateo y yo, pero tengo la ventaja de estar sentada en la primera fila, así que me levanto y voy a buscar los exámenes. 

Sonrío triunfante a mi enemigo, aprovechando que el tutor no nos presta atención en lo más mínimo. Mateo se resigna a ponerse los auriculares y esperar su exámen. El profesor es la persona más ordenada que existe, y puedo ver que intentó ordenar los papeles teniendo en cuenta cómo estamos sentados, pero el tutor agarró todo así como si nada. En conclusión, hay exámenes fáciles y difíciles de repartir. 

Sé que no es de muy buena educación revisar las notas ajenas, así que intento mirar rápido. Mateo, ocho. Owen, nueve. Jerry y yo, diez. Ahí terminan las personas que me interesan, pero no es solo eso lo que quiero ver. Surge ante mí la curiosidad de averiguar si reconozco las caligrafías, ¿recuerdan las notas que recibo en San Valentín? Bueno, es la oportunidad perfecta para aclarar algunos misterios. 

Ninguno de los tres chicos antes mencionados me han mandado una carta, al menos no manuscrita (de cualquier forma, me sentiría algo rara si así fuera). Lo que sí encuentro es a un par de estúpidos hormonales que les parece divertido escribir notas asquerosas. Son tan imbéciles que ni siquiera se dan cuenta que estoy revisando su forma de escribir. Algunos pensarán que, al ser matemáticas, no sirve de mucho, pero las consignas no están hechas con números precisamente. 

—Disculpe, ¿puedo decirle algo a la clase? —le pregunto al tutor en voz baja. Jerry está tan cerca, en el banco contínuo al mío, que escucha todo y me mira expectante. 

—Sí, sí… —responde el tutor, distraído con su celular. Me paro en frente de la clase y aplaudo para llamar la atención de todos. Nunca antes he hecho algo así, por lo que estamos todos un poco extrañados. Sí, incluso yo. 

Cuando capto todas las miradas, procedo a hablar. Me esfuerzo en modular bien.

—Buen día a todos, les recuerdo que si un catorce de febrero se sienten tan valientes para deslizar papeles degenerados y mal escritos por debajo de mi puerta, sepan que serán publicados en toda red social existente —respiro profundamente y fuerzo una sonrisa—. Con nombre y apellido. 

Me siento en mi lugar antes de poder ver las reacciones. Las únicas dos que veo son las de Jerry y el tutor. Este último pregunta:

—¿Qué significa todo esto, señorita? 

—Es solo un chiste señor, no se preocupe —le sonrío. Él mira a Jerry y este asiente con rapidez, para afirmar la mentira.

—La próxima vez que hable ante toda la clase, que sea para algo importante —me advierte el tutor, sin que parezca haber entendido ni una palabra de lo que dije. 

.

—¿Es en serio? —Jake abre los ojos, sorprendido, al terminar de escuchar mi anécdota mañanera. Yo asiento, aún avergonzada—. Cada vez tienes más huevos. 

—Es necesario tenerlos en una escuela como esta —agarro más papas fritas a pesar de haberme jurado no comer más de esa porquería. 

—¿Y entonces a quiénes descubriste? —le digo nombre y apellido de todos los acusados—. Ah, no me sorprende. 

—A mí tampoco, después de todo son el grupo maldito de tercero.

—¿El qué?

—Nada —a veces se me escapan los términos equivocados en las conversaciones equivocadas. Mis amigos nerds me matarían si supieran que le dije eso a mis amigos populares. Suerte que no está Samey aquí. Cambio de tema, aprovechando que Jake es fácil de distraer—. El que todavía es un misterio es ese chico que manda cartas impresas y con sobre. 

Jake me ofrece el jugo de naranja que estaba bebiendo, y lo acepto. Cuando me llevo el sorbete a la boca, él sonríe.

—Eso es un beso indirecto —dice.

—En tus sueños. 

Tenemos suficiente comida como para no ir al insípido comedor, todo gracias a la parte que se quedó Jake de su premio. No consiguió mucha de la comida saludable, para mi desgracia. 

—¿Algún día sabremos la identidad del misterioso escritor? —pregunta. 

—No lo creo, si usa ese método es porque no quiere ser descubierto. 

—Sí, eso es cierto… —parece estar pensando algo— ¿Vas a ir al cumpleaños de Mateo?

—Ni me hables de ese obsesivo —me quejo, cada día afirmamos más que no nos llevamos muy bien, somos demasiado parecidos—. Supongo que él debe pensar lo mismo de mí, y de todas formas no creo que esté invitada. 




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