El enemigo salió corriendo hacia su casa y no lo vi el resto de la tarde. Mamá se disculpó mil veces con los padres y me entró de la oreja a nuestra casa.
—¡No puedo creer que me avergonzaras de esa manera! —me regañó.
Sabía que estaba en muchos problemas.
—¡Ella dijo que las niñas son mejores que los niños! —zapateé.
—¿Y qué acabas de demostrar insultándola?
Refunfuñé más:
—La odio. ¡Quiero que se marche!
En ese momento papá bajó las escaleras.
—¿Qué pasó? —preguntó a mamá, dándose cuenta de que algo iba mal.
—Max hizo llorar a la hija de los nuevos vecinos.
—¿Por qué lo hiciste, enano? —Él suspiró y me miró como si le rogara a Dios que no fuese caso perdido—. Ven, vamos a tu habitación. Tenemos que hablar.
«Tenemos que hablar».
En mi habitación le platiqué a papá lo que pasó y él, poniendo toda su paciencia en ello, me aconsejó:
—Los dos sabemos que tu molestia no es hacia Suhail, sino hacia tu nueva hermanita.
—Odio a las niñas —remarqué, cruzado de brazos.
—¿Por qué?
—Porque... —Me animé a pensar en una buena respuesta—. ¿Viste a Suhail? ¡Las niñas lloran por todo!
—A mi me enseñaron que las niñas son más sensibles que los niños, Max. —Papá colocó una mano sobre mi hombro, pero yo seguía molesto por todo y todos—. Te daré un ejemplo: ¿Recuerdas qué pasó la última vez que acompañamos a tía Giselle a comprar un vestido?
—Sí —recordé, sonriendo—. Se puso a llorar y dijo que se veía como un oso polar.
Papá también sonrió:
—Porque había subido de peso. ¿Entonces qué dije yo?
—Que sí se veía como un oso polar —me reí.
—Me refiero a qué le dije yo… a ella.
—Oh. Que no, que se veía bien —recordé y empecé a jugar con mis deditos.
—Exacto. Porque, y tu abuelo me lo decía siempre, para una mujer es importante sentirse bonita. Y si tú haces sentir bonita a una mujer, ella te lo agradecerá y también te hará sentir bonito —me explicó papá al mejor estilo de un padre de los años 90.
—¡A mí no me importa que Suhail no me haga sentir bonito! —Me crucé de brazos otra vez.
—Ahora no te importa, Max, pero créeme, un día te importará.
«Un día te importará». En ese momento no lo creí a papá.
—Prométeme que le pedirás una disculpa a Suhail —me pidió como un favor.
Dudé antes de responder, pero yo siempre hacía caso a papá. Aunque antes de contestar hice rodar los ojos:
—Está bien, le pediré una disculpa a Suhail.
Cuando estuve a solas me puse a jugar con mi colección de soldados.
—¡Bam! ¡BAM! Ataca un tanque al otro. —Los hice chocar—. Rrrrrrrrrr. ¡Suena el motor de una avioneta antes de dejar caer una bomba! ¡BUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUMMMMMMMMM!
Entonces la miré. Ahí, frente a mi ventana... porque resultó que a Suhail le habían asignado la habitación con ventana de cara a la mía. Cuando ella se dio cuenta se puso a llorar por segunda vez y salió corriendo a llamar a su mamá. «¡Niñas!». No obstante, cuando regresó, en apariencia resignada, esperó a que yo la estuviera viendo para cerrar de golpe su ventana en mi cara.
«¡¿Qué?!» ¡Que se disculpe con ella la más vieja de su casa!