El enemigo se quejó con sus padres por el desastre de la fiesta de té. Por consiguiente, una vez más me hallaba en mi habitación siendo instruido sobre cómo tratar a las niñas y estaría castigado el resto del día. Aun así, debido a que papá pasaba poco tiempo conmigo por su trabajo, no era partidario de regañarme. Llamémosle «culpa». Y por lo mismo terminaba cada sermón tipo:
—¿Quién es la estrella de rock?
—¡Yo! —grité, y feliz salté sobre mi cama.
—¿QUIÉN ES LA ESTRELLA DE ROCK? —su sonrisa se extendía de oreja a oreja.
—¡YO, MAX SOLATANO! —reí.
Nos abrazamos.
A Papá le gustaba decirme que Max Solatano es nombre de estrella de rock. Mucho mejor que Suhail Didier, que sonaba como el nombre de una enfermedad terminal:
Paciente: Hola, doctor, ¿cómo estoy?
Médico: Lamento decirle que usted tiene Suhail Didier.
Me reía al imaginar esa conversación. Pero claro, todavía tengo en mi cara una pequeña cicatriz producto de la primera vez que dije eso frente a Suhail.
—Me preocupa tanta ira reprimida, enano —dijo papá, pidiéndome ocupar el lugar a su lado.
Otra vez jugué con mis deditos:
—Es que Suhail... —quise justificarme.
—¿Por qué no intentan ser amigos?
Miré a papá con cara de «¿Perdón?». No, Suhail y yo no podíamos ser amigos. Definitivamente no, y enumeré mis razones:
Razones para odiar a Suhail:
1. Mi habitación está tapizada del Hombre Araña, la de Suhail de Cenicienta, Blanca nieves, Bella... ¡Puaj!
2. Yo salto sobre charcos de lodo. Suhail guarda gel para manos en su bolso de Hello Kitty. ¡Gel para manos!
3. Tengo dos únicos amigos: Sam y Eric. Suhail no puede invitar a su casa el mismo día a Ana y a Cintia porque ellas dos son enemigas. ¡Niñas!
4. Todavía utiliza bicicleta con rueditas.
5. Aseguró que la programación de Nickelodeon es aburrida. ¿Cómo confiar en alguien que no mira ¡Oye, Arnold!?
6. No sabe nada de videojuegos.
7. Tiene miedo a los perros de mayor tamaño que un chihuahua.
8. Cree saberlo todo.
9. ¡Dijo que me criaron en un zoológico!
La había investigado bien.
De cualquier manera recuerdo cuando me atrapó escribiendo mi lista:
—¿Qué tanto anotas en ese pedazo de papel? —preguntó con voz altiva.
En nuestra ventana teníamos un descansillo que permitía pasar el rato ahí sin, aparentemente, molestar a nadie... excepto por el vecino de al lado.
—Una lista de mis razones para odiarte —dije, anotando una décima razón.
10. Mete sus narices donde no la llaman.
—¡Pues yo también haré una lista! —me amenazó volviendo a cerrar de golpe su ventana.