Parte I Capitulo 2

Maxine, sintiendo el peso de la responsabilidad que Ominis llevaba sobre sus hombros, se acercó y, con ternura, tomó sus hombros. En ese gesto sencillo, se forjó un vínculo más allá de las palabras, una conexión que resonaba con la promesa de apoyo incondicional en medio de las tormentas que la vida les deparaba.

La luz tenue de una sola vela iluminaba la escena, proyectando sombras danzantes en las paredes. El susurro del viento fuera de la ventana se mezclaba con el crepitar de la vela, creando una atmósfera íntima y llena de misterio.

En ese rincón apenas iluminado, la sorpresa titiló en los ojos de Ominis ante la cercanía inesperada de Maxine. Tras un momento de asombro, las palabras agradecidas brotaron de sus labios como un suspiro de alivio.

—Gracias, Maxine—, expresó, como si ese gesto de empatía y apoyo fuera una rareza en su mundo. Se percibía en su voz un matiz de gratitud, como si alguien, al fin, hubiera reconocido el peso que él llevaba en silencio.

—No... No lo haré. De esto estoy seguro—, aseguró Ominis con firmeza, como si esa decisión recién tomada le proporcionara una liberación que anhelaba. La tranquilidad inundó su tono, como si el acto de resistirse a las expectativas impuestas por su familia le hubiera conferido una nueva fuerza.

Maxine, con una sonrisa de complicidad, aceptó su elección.

—Y... está bien, Ominis. No tienes que hacerlo—, le aseguró, sus ojos reflejando comprensión y solidaridad. Sin embargo, su curiosidad persistía, y como una hábil conversadora, indagó: —Pero, ¿qué es ese "trabajo”? —.

Ominis, aliviado de compartir sus preocupaciones, esbozó una sonrisa y comenzó a revelar los misterios que envolvían las expectativas de su madre.

—Por suerte, mi madre no me lo ha explicado en todos los detalles. Pero parece que mi padre tenía una meta final que pretendía hacer con magias que… —, hizo una pausa, y en el silencio que siguió, la gravedad del asunto se dejó sentir. —Que nunca deben ser usadas—, continuó Ominis con seriedad. —Y ella quiere que yo lleve a cabo esa meta —.

Maxine, con gesto pensativo, movió la cabeza mientras absorbía la magnitud de lo que Ominis compartía.

—Ominis, si quisieras hacerlo... yo te detendría—, bromeó, pero su mirada reflejaba la sinceridad de su disposición a ser un ancla en el torbellino de decisiones difíciles que él enfrentaba.

Ominis recibió la broma de ella con una sonrisa sincera, agradeciendo el alivio que sus palabras brindaron a su carga emocional.

—Espero que así lo hagas—, expresó, sus ojos revelando la gratitud que sentía. Sin embargo, en medio de la camaradería compartida, Ominis se percató de la proximidad que había surgido entre ellos sin que lo notaran. Un atisbo de vergüenza se dibujó en su rostro, y, en un gesto sutil, se apartó ligeramente.

Maxine, en su amabilidad innata, le ofreció más que palabras de apoyo.

—Y... no es nada, Ominis. Soy tu amiga. Y si te echan de casa o algo, puedes venir a la mía a vivir. No me molestaría—, bromeó con una chispa traviesa en sus ojos. Aunque Maxine había adquirido una pequeña casa en Hogsmeade para las vacaciones, la oferta estaba impregnada de una genuina disposición a estar allí para Ominis en momentos difíciles.

Entre risas y gestos alegres, Ominis dejó asomar una sombra de preocupación.

—Mi familia... si supiesen lo que pienso, no se sentirían muy bien conmigo…—, confesó con sinceridad, revelando la tensión que existía entre sus convicciones personales y las expectativas familiares. —Me alegra tener amigos como tú, Maxine. Espero que yo también sea buen amigo contigo—, añadió con una nota de gratitud en su voz.

Ella, con un gesto comprensivo, negó con la cabeza.

—Bueno, lo importante es lo que tú quieres, Ominis. Y siempre ser fiel a tus principios. Yo también a veces tengo... situaciones con mi familia—, confesó, compartiendo una conexión más profunda de la que solo unos pocos son conscientes.

Ominis, sumido en sus pensamientos, dejó caer una pregunta que revelaba sus inquietudes más profundas.

—Y... ¿qué se hace si mi familia me hace una pregunta... que yo no voy a responder la verdad? — planteó, sus ojos buscando la guía en la complejidad de las relaciones familiares. —¿Qué se hace con... con... con las mentiras? — añadió, como si estuviera explorando un territorio incierto, donde las verdades y las mentiras se entrelazaban en un tejido complejo de lealtades y desafíos.

En el rincón íntimo de la conversación, la expresión juguetona de Maxine se deslizó en una sonrisa traviesa mientras reflexionaba sobre las mentiras.

—Mmm, depende qué mentiras…—, murmuró con una mano acariciándose la barbilla, como si estuviera sopesando la delicada artesanía de las palabras. Maxine, con la mirada perdida en el techo y las manos reposando detrás de ella, esbozó una sonrisa pícara, como si las mentiras fueran un juego astuto que ella sabía jugar.

Ominis, contagiado por la atmósfera de complicidad, rió ligeramente antes de quedar atrapado en la curiosidad de las palabras de Maxine.

—Bueno... digamos que miento para proteger a... a…—, titubeó Ominis, dejando que el misterio de su confesión flotara en el aire.  —Alguna persona muy cercana…—

Maxine, con astucia y complicidad, respondió:

—Eso sería una mentira buena, Ominis—. En sus ojos chispeaba la comprensión de que las mentiras, cuando tejidas con cuidado, podían ser un escudo protector para los afectos más profundos.

La mirada de Ominis se tornó pensativa.

—¿Pero, no sería... malo? Me han enseñado que las mentiras... siempre son... malas…—, confesó, como si las enseñanzas arraigadas en su educación lo atormentaran incluso en este dilema moral.

Con sabiduría y pragmatismo, ella sugirió:

—Tal vez debes medirlas para que se usen... y hacer el mal menor primero, ¿no crees? —. Una propuesta ética que resonaba con la complejidad de las decisiones humanas, donde la balanza de la moralidad se inclinaba hacia el mal menor en ciertas circunstancias.