Dicen que la soledad es un mar de lágrimas, y al parecer tienen razón porque me siento solo si no te tengo.
Y dime que eso no es cierto.
¿Fuimos un completo tormento?
Tanto que te ayudé, mi tiempo sí que te entregué y hoy en día soy lo peor.
Finges nada más por el qué dirán los demás.
¿Hasta cuándo te mentirás?
La lluvia ha cesado y sigues dudando si yo era leal.
El silencio me condenó porque no quería decirte adiós, pensando que era lo mejor, y callé aquella confesión.
Y quisiera gritar a los cuatro vientos que fuiste tú mayor deseo, y tal vez esté equivocado pero yo, te sigo amando.
Todas las amistades están llenas de locuras, y cuando hay confianza no importa el lugar, si no la persona.
Y admito que sonreías y me iluminabas el día; a pesar de que estuviera roto siempre te comprendía porque eras mi vida.
A veces siento que sin ti no soy nadie. Me hiciste un completo desastre. Me ilusionaste y me manipulaste, supuestamente aferrándote...
Cuando era mentira.
—¿Crees que no soy un buen chico para ti? —dice en un mar de lágrimas. Me puse al frente y le confesé diciendo lo siguiente:
—Nunca lo has sido, y te ayudé fue porque ¡me dabas lastima! —solté sin más preámbulo. —¡Jamás serás alguien sin mí! ¡No tienes vida si no estoy a tu lado!
Y con un rotundo adiós...
—¿Lo has asesinado? —preguntó con voz susurrada, que me erizó la piel y colocó los pelos de punta.
—No lo sé —gimoteé—. Solo... solo...
Tenía que descubrir la verdad... ¡mi asesina realidad!